OTAN

La defensa de Europa

Va siendo hora de que los europeos –si es que queremos que esta denominación siga teniendo sentido– nos preocupemos en serio por nuestra seguridad exterior. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hemos vivido bajo la sombrilla norteamericana

La Razón
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Dice un proverbio chino que donde antes encontraremos una mano que nos ayude será al extremo de nuestro propio brazo. Va siendo hora de que los europeos –si es que queremos que esta denominación siga teniendo sentido– nos preocupemos en serio por nuestra seguridad exterior. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hemos vivido bajo la sombrilla norteamericana. Antes de esta catástrofe nos habíamos dedicado a luchar unos contra otros. Esa es la historia escrita por los europeos que no podemos cambiar. El futuro de nuestra seguridad, sin embargo, está por decidir

Un día, de repente, el Sr. Trump gana las elecciones presidenciales norteamericanas después de decir –entre otras lindezas– que la OTAN (= EEUU) sólo va defender al que pague lo suficiente y que el presidente Putin le cae bien y tiene lo que hay que tener. Y los europeos –los no amodorrados– nos alarmamos mucho ¿Es que ya no vamos a poder seguir dedicando casi todo el presupuesto a tener más AVE, autopistas o a pagar becas Erasmus para nuestros estudiantes? ¿Se acabó pues el «free rider», es decir el parasitar a los norteamericanos?

Pero deberíamos reconocer que ya antes de Trump y su populismo estaba el éter lleno de señales premonitorias de que los europeos tendríamos que equilibrar las inversiones interiores con las exteriores, empezando por construir un sistema colectivo propio para proteger lo que también conjuntamente habíamos logrado atesorar: libertad y prosperidad. El primer paso para ello será aceptar que el mundo exterior a ese experimento que venimos llamando UE no es el paraíso de cristal en el que creíamos vivir. Que la maldad existe en muchas personas y se encuentra también concentrado en algunas naciones y organizaciones que las agrupan. Que así lo demuestra la Historia con claridad meridiana. Que la geopolítica marca realidades inevitables.

En su día el Presidente Obama había declarado un «pivot» o giro de la acción exterior norteamericana hacia el Pacífico. Además, la extracción de crudo y gas natural por los procedimientos de «fracking» ha tenido una enorme repercusión estratégica haciendo que el Oriente Medio no sea ya imprescindible para la seguridad mundial energética aunque continúe siendo importante. Pero el mundo musulmán sí que sigue siendo esencial debido a otro factor que ha surgido con fuerza: la reacción islamista radical tras la insatisfacción manifestada en la Primavera árabe. A esto se unió las consecuencias de las desafortunadas intervenciones nortemericanas en Afganistán, Irak y sobre todo Siria. El factor común de todo lo mencionado hasta ahora viene materializándose en una relativa pérdida de interés estratégico de los norteamericanos por Europa. Surge pues antes que Trump.

El presidente Putin alarmó a la administración Obama al alterar las fronteras europeas por el uso de la fuerza, desafiando de esta manera la pax americana o sistema de orden mundial establecido tras la disolución de la URSS. Sobre todo cuando no paro en Ucrania sino que siguió presionando en Siria aprovechando las vacilaciones de Obama. Pero súbitamente esta situación que parecía iba a devolver el interés norteamericano por lo que pudiera pasar en Europa, se complica con la elección del Sr. Trump y su viril admiración por Putin.

Resumiendo: algunos –bastantes– en las administraciones nortemericanas –pasadas y futura– piensan que Europa ya no es imprescindible y que la OTAN no es un buen negocio. Nos está llegando la hora de la verdad, la de dar la cara o dejar de contar en el mundo.

Dotarse de más armamento, buques de guerra y aviones de combate va a ser necesario. Sobre todo para naciones como España que han reducido drásticamente su presupuesto de Defensa hasta unos límites que nos impiden mantener lo que tenemos y renovar lo obsoleto. Pero con todo, no es esto lo esencial sino el solidificar la voluntad de emplear la Fuerza cuando surjan problemas exteriores insolubles. Y esta voluntad debe brotar de un liderazgo claro que sustituya al norteamericano, es decir –a mi juicio- de Alemania o Francia. Un Consejo, un comité o una junta nunca lideran. Sólo sirven para eso, para asesorar. Decidir es otra cosa.

No estoy sugiriendo que las otras naciones europeas no debamos contribuir al proceso de decisión, sino estableciendo el hecho de que hasta ahora la OTAN ha funcionado y servido a nuestros intereses de seguridad porque ha existido un liderazgo nítido norteamericano.

De las dos Naciones mencionadas creo que sería mejor –pese al mayor peso económico alemán– que el liderazgo en Seguridad y Defensa recayera en mayor grado en Francia por dos razones: que está dotada de armas nucleares y que no arrastra los fantasmas de Alemania con relación al empleo pasado de sus ejércitos. También, Francia es una nación mediterránea además, naturalmente, de atlántica, que mantiene despliegues permanentes en África, el Indico y el Pacífico y con experiencia histórica relativamente reciente en combatir al islamismo extremo.

Al Reino Unido lo veo perdido pues no puede liderar la causa común europea aquel que no tiene interés por lo defendido. Se han autoexcluido y bien que lo siento pues valen en esto de dirigir a los demás. Alemania, Italia y España tendrán que adaptarse mucho y sufrir bastante para aceptar un liderazgo francés sobre todo si perdura algo de su arrogancia histórica tradicional. Píldoras amargas estas que hay que tragar ahora por no haber hecho a tiempo los deberes o realizado los sacrificios que la causa paneuropea exigía, que de ambas maneras se puede ver. Pero en aceptar este liderazgo y no solamente en aumentar los presupuestos de Defensa es donde radica la piedra angular de un sistema autónomo europeo de Defensa ante el panorama de soledad estratégica que se avecina. Los europeos estamos solos ante naciones y personas que no nos quieren, que pretenden someternos y acabar con la urna de cristal que creíamos haber creado tras declarar erradicada la maldad en el mundo.

Dolorosa hora para Europa ésta de despertar y hacernos adultos.