Jorge Fernández Díaz

La hora de la unidad

España tiene una triste experiencia de violencia terrorista, incluyendo el mayor atentado yihadista cometido en Europa. Esta desgarradora vivencia prolongada durante décadas nos ha hecho, sin embargo, una sociedad fuerte y solidaria.

La Razón
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El 17 de agosto de 2017 será tristemente recordado como el día en que el fanatismo terrorista atacó con extrema crueldad la ciudad de Barcelona y, horas más tarde, intentó provocar una nueva masacre en Cambrils. Por desgracia se repite el mismo patrón de atentado terrorista que hemos visto desde hace meses en varias ciudades europeas, convirtiendo objetos de uso cotidiano como grandes vehículos o furgonetas en armas mortíferas, al lanzarlos contra una multitud en lugares emblemáticos de la ciudad, en horas de alta concurrencia en las que está garantizado que se causará un gran número de víctimas y que probablemente serán de diversas nacionalidades, lo que inmediatamente amplifica el impacto del atentado y le confiere la ansiada dimensión internacional que el DAESH y sus filiales intentan asegurar siempre en sus acciones.

Barcelona es una ciudad global, moderna, acogedora, hospitalaria, cosmopolita y plural, en la que se reúnen muchos de los rasgos de identidad de la cultura contemporánea, en armonía con valores tradicionales y con siglos de historia que enriquecen cada rincón de la ciudad. En Barcelona sucede lo mismo que en otras ciudades europeas, que han sufrido el zarpazo del terrorismo precisamente porque los residentes y visitantes forman un mosaico de cualidades cívicas y valores propios de la moderación, la tolerancia y la hospitalidad, que constituyen precisamente lo que los terroristas quieren destruir a toda costa. Por esta razón, hoy nos duele profundamente lo sucedido en Barcelona, como hace meses nos dolían otros atentados que no sólo causan un gran número de víctimas y heridos, sino que intentan alterar con la mayor violencia los postulados de nuestra convivencia. Las ciudades que nos han enseñado a vivir en libertad y respeto se han convertido en objetivo de la mayor agresividad e intolerancia que azota como una plaga la sociedad del siglo XXI.

Es precisamente por esta razón por lo que se hace más necesario que nunca defender con firmeza todas aquellas virtudes cívicas que nos hacen moralmente superiores a los terroristas.

Contamos para ello con el ejemplar testimonio que las víctimas del terrorismo han ofrecido en España tras décadas de feroces atentados de ETA. Más que nunca es la hora de la unidad y de la solidaridad, demostrando que los terroristas no conseguirán nunca atemorizarnos y que conocemos el camino, doloroso, sin duda, pero eficaz, para derrotar al terrorismo, que no es otro que perseverar en nuestras convicciones democráticas y en nuestros valores como sociedad.

Es la hora, por tanto, de agradecer el trabajo de tantos profesionales de la seguridad que desde el jueves trabajan sin descanso para esclarecer los atentados, prevenir y proteger a personas y bienes frente a nuevos ataques; también del personal sanitario de Barcelona, de probada excelencia y compromiso, que ha atendido a los heridos, así como de centenares de trabajadores de protección civil y gestión de emergencias que han sabido responder a la conmoción que supone para cualquier población la brutalidad terrorista.

Es también la hora de rendir homenaje a tantos ciudadanos anónimos, a tantos barceloneses, que se ofrecieron voluntarios para atender a familiares de víctimas y heridos o para donar sangre o simplemente para acompañar y mostrar su apoyo a todas las personas que habían sufrido el impacto del ataque y la agresión de la sinrazón.

Precisamente ahora nos toca estar a la altura de lo que demanda una sociedad civil que rechaza la violencia, que anhela la convivencia pacífica dentro del respeto a la diversidad y que, por eso, debe mostrarse más unida que nunca.

Es el momento de mostrar la más profunda solidaridad con las víctimas y sus familias, la que brota de los mejores sentimientos que aparecen como antídoto frente al uso perverso, repulsivo y condenable de la violencia y ofrecer también una imagen de cohesión política, por encima de las legítimas diferencias, pero sin fisuras en el mensaje de condena y en el apoyo a todas las Administraciones Públicas que debe dar lo mejor de sí en la superación de este duro momento.

España tiene una triste experiencia de violencia terrorista, incluyendo el mayor atentado yihadista cometido en Europa. Esta desgarradora vivencia prolongada durante décadas nos ha hecho, sin embargo, una sociedad fuerte y solidaria. Hemos aprendido, con incalculable dolor, que la mayor fortaleza frente a los fanáticos es nuestra firme defensa de las instituciones y principios democráticos, transmitiendo un mensaje único, nítido y claro frente al propósito terrorista, como es que la sociedad española, plural, generosa, abierta y hospitalaria no permitirá jamás que se imponga el terror.