Conflictos religiosos

La hora de la verdad

No se trata de mandar más soldados, sino de actuar más inteligentemente sobre un teatro limitado a definir. Este conflicto sólo lo podrán solventar los musulmanes. Nosotros únicamente deberíamos exigir que la solución sea aceptable en términos humanitarios

La hora de la verdad
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La necesidad de definir el fin u objetivo final previamente a involucrarse en una intervención armada es uno de los axiomas estratégicos más ampliamente aceptados. Y también uno de los más vulnerados en la práctica por razones políticas intrínsecas al nivel de decisión supremo. Políticos y militares suelen trabajar en una base de tiempos diferentes; los primeros –especialmente en los sistemas democráticos– buscan objetivos a más corto plazo que los segundos. Cuando un político logra pensar más allá de las próximas elecciones –de las súbitas oscilaciones de la opinión pública– se convierte en un estadista. ¡Qué pocos lo consiguen!

Llevo varios años insistiendo en que la verdadera naturaleza de la serie de conflictos que están asolando el Oriente Medio –y salpicándonos en casa– es la propia de una guerra interna religiosa dentro del mundo musulmán, entre los chiitas acaudillados por Irán, y una mayoría sunitas que busca su unidad tras un futuro caudillaje disputado entre Arabia Saudí, Turquía y el delirante Daesh. Las masas sunníes se sienten mayoría y están bajo tremenda presión chií, pero todavía no han logrado encontrar un liderazgo indiscutible al que seguir. Aquí esta –a mi juicio– el centro de gravedad del extenso conflicto de raíz eminentemente religiosa en el que los EEUU –y nosotros como comparsas– hemos intervenido, desafortunadamente hasta el momento. Bajo la conmoción de los atentados en Barcelona y Cambrils–aparente síntoma de una guerra de islamistas radicales contra occidentales– es difícil ver el despiadado e inteligente intento de arrastrarnos a su conflicto interno. La verdadera partida se está dilucidando en el seno del Islam entre dos bandos que siendo –ambos– visceralmente antioccidentales buscan eliminar previamente a su tradicional rival en la fe del Profeta. Son nuestros pasados errores estratégicos los que nos han involucrado en esta fase del conflicto.

Las dos últimas administraciones norteamericanas han definido la liquidación del Daesh –el delirante Estado islamista ensayado sobre los sufrientes Irak y Siria– como su objetivo estratégico. Cuando caiga su capital Raqqa –lo que es inminente– «descubriremos» que el conflicto no sólo no cesa sino que se incremente entre sunníes y chiíes en todo el Oriente Medio, e incluso más allá. Quizás entonces se acepte en EEUU que el objetivo definido de eliminar el Daesh no era sino una fase intermedia–necesaria pero totalmente insuficiente– hacia otra meta. ¿Qué meta es esta? No corresponde a estas humildes líneas intentar definirla, sino recordar que no basta con defenderse de las mordeduras de la víbora, hay que destruir su nido y sus crías por lejos que se encuentren. Todo va a depender del esfuerzo que estemos dispuestos a hacer en Oriente Medio. Repito mi creencia de que el centro de gravedad del presente conflicto se localiza en esa masa desesperada sunní que busca quien la acaudille, teniendo que elegir entre un despiadado Daesh, una monarquía absoluta saudí con graves problemas internos o un líder no árabe en una Turquía –o todavía más lejos– en un improbable Egipto. El derrotar militarmente al Daesh no lo destruirá mientras suponga una alternativa –por delirante que esta parezca– para estas mayorías sunníes que buscan quien los lidere, primero contra Irán y sus asociados, luego contra nosotros, los occidentales. En su imaginario está grabado que el Profeta Mahoma también logró contra viento y marea unificar las tribus árabes y a continuación conquistar los Imperios persa y bizantino y muchos otros reinos cristianos. Si entonces fue posible ¿Por qué no lo va a ser ahora? ¿Quién será nuestro nuevo Profeta se preguntan? ¿A quién deberemos seguir? Estas cuestiones no se formulan académicamente entre los sunníes, sino en un entorno de enormes sufrimientos, pocas alternativas y enorme precio a pagar en caso de error en la elección.

La caída de Raqqa esta próxima. Se acerca la hora de la verdad: la de admitir que hasta ahora sólo hemos tenido objetivos limitados e intermedios en la gran meta de estabilizar el Oriente Medio y que ha llegado la hora de fijar un objetivo final alcanzable dentro de un esfuerzo sostenible. Y esto lo deberá decidir una administración como la del Presidente Trump con graves problemas de legitimidad interna que desvían su atención lejos de la esfera exterior. Los bandazos de la acción exterior norteamericana y su foco en, y amateurismo con, lo de Corea del Norte están a la vista de todos y no presagian nada bueno. Otros intrusos como la Rusia del Sr. Putin buscan en el escaparate de Siria pescar en aguas turbulentas aparentando una fuerza de la que carece. Tampoco ofrece un panorama muy alentador la Unión Europea con graves problemas existenciales tales como el Brexit y con un Presidente Macron y una Sra. Merkel dando –probablemente– prioridad a sus reformas internas sobre la definición de una hipotética acción común exterior europea.

Para arreglar algo, lo primero es tratar de comprender la naturaleza del reto al que nos enfrentamos. Para pacificar el Oriente Medio –y evitar que el fuego continúe extendiéndose por el Norte de África y a las minorías musulmanas en Europa– el primer paso sería comprender la naturaleza ideológica y religiosa del sangriento conflicto que asola –básicamente– las tierras musulmanas. No se trata de mandar más soldados, sino de actuar más inteligentemente sobre un teatro limitado a definir. De no tratar únicamente de defendernos en Europa o los EEUU sin acabar con la raíz del problema. Este conflicto sólo lo podrán solventar definitivamente los musulmanes. Nosotros deberemos colaborar a ello, exigiendo únicamente que la solución sea aceptable en términos humanitarios. Los occidentales tenemos que definir sin demora qué pretendemos conseguir en Oriente Medio y cuáles son los límites. También necesitamos desesperadamente unos líderes adecuados. Suelen surgir cuando la situación lo exige: como ahora. Raqqa está a punto de caer. Se acerca la hora de definir, sin ofuscarnos con nuestros sufrimientos, con serenidad, como vamos a actuar. Se acerca la hora de la verdad.