Nacionalismo

La huella de tres «presidents»

La Razón
La RazónLa Razón

B ien sé que sería menos arriesgado escribir sobre la situación en Mosul días antes de la llegada del Ramadán. Pero no puedo ocultar mi preocupación por lo que sucede en una Cataluña a la que respeto y quiero.

No se asuste el lector, porque no seré yo el que pregone una vía militar. Aquí coincido totalmente con mi admirado Ramón Tamames que en su «¿Adónde vas, Cataluña?»(1) da una taxativa receta sobre lo que no hay que hacer : «Nada que suponga remotamente el uso de la fuerza; cuanto mas razón se tiene, menos necesidad tendremos de utilizarla».

Pero en la actual situación en que impera la corrosiva cultura de la desobediencia, en la que se confunde legalidad con legitimidad, en que se presenta a la democracia como un valor superior a la Ley y se ningunea a parte importante del propio Parlament, la situación debe considerarse crítica. Y recuerdo las reglas de Finagle sobre la teoría de las decisiones: «La probabilidad de que una cosa suceda es inversamente proporcional a su deseabilidad», dando por hecho –segunda regla– que «una vez un asunto se enreda, todo lo que se haga para desenredar no hace sino empeorarlo». Discutible esta segunda.

Doctores tiene la Patria para interpretar legal, histórica o constitucionalmente lo que representa esta Ley de Transitoriedad Jurídica, filtrada estos días a un medio de difusión nacional. Parto de mi duda sobre quién la ha filtrado, de su intencionalidad última, del momento elegido, de la propia exactitud del texto. No sé si lo que busca es reforzar el «tender la mano» o participar en el chantaje a que se somete al Estado de Derecho. Hablo de un momento pensando no solo en la presencia del president Puigdemont en Madrid, sino en los mismos días en que se precipitan al infierno jurídico elementos constitutivos clave del nuevo nacionalismo catalán como son el Palau, la familia Pujol o el propio Barça.

Cambó reconocerá en sus Memorias( 2): «como en todos los movimientos colectivos, el rápido progreso del catalanismo fue debido a una propaganda a base de algunas exageraciones y de algunas injusticias: esto ha pasado siempre porque los cambios de los sentimientos colectivos no se producen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas; hay que conceder que los movimientos transformadores se tomen algunas libertades». No necesito recordar que libertades se han tomado algunos.

Y sigo dudando de la intencionalidad última de la filtración porque son días difíciles para los partidos políticos de ámbito nacional –tiempos en que tradicionalmente aprovechan los nacionalismos para medrar–, aunque por otras razones la posición de España se esté reforzando en el ámbito Europeo, lo que indiscutiblemente beneficia a la economía, a las inversiones y a la salida de la crisis. Por supuesto, a la toma de decisiones en Bruselas. No debería dar por tan segura –como asume el documento filtrado– la automática integración de esta virtual República de Catalunya en las instituciones europeas.

El President Puigdemont tiene tres modelos de antecesores en que mirarse: Companys, Tarradellas y Pujol.

El primero fue arrastrado por la corriente que no aceptó el resultado de las elecciones de enero de 1934 y el 6 de octubre proclamaba el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. Ya saben cómo acabó.

Siento un especial respeto y afecto por el Capitán General de Cataluña de entonces Domingo Batet –en lenguaje del momento Jefe de la IV División Orgánica– que por orden del Gobierno tuvo que hacerse cargo de la situación. En la magnífica biografía que escribió el P. Hilari Raguer (3) se recogen sus preocupaciones y sus advertencias, en lo que constituye un claro ejercicio de lealtad. Pero, en un momento, no dudó en cumplir las órdenes recibidas de su Gobierno. Cuidado con decir ahora: «El estado español no dispone de tanto poder como para impedir tanta democracia».

Tarradellas fue el hombre que durante la difícil Transición fue capaz de cohesionar sentimientos, historia y respeto. Batet ya le consideraba un político inteligente e integrador. Y la experiencia de la Guerra Civil y del exilio le llevarían siempre por el camino de la concordia.

Sus frutos los recogió Pujol y el pujolismo. Durante décadas aglutinó hábilmente sentimientos y voluntades en una sociedad rica y tradicionalmente bien asentada. Pero no pudo o no supo diseñar el futuro, más preocupado por crear una vasta red de clientelismo político, en el que incluiría a su propia familia. Pudo superar la crisis de Banca Catalana, vistiéndola de crisis política. Pero no pudo, ni él ni sus inmediatos colaboradores, sortear la última crisis, que Maragall en sede parlamentaria resumió como «el problema del 3%». Y no ha sido precisamente solo el 3%.

Puigdemont puede meditar sobre los tres modelos a seguir. El escritor y periodista Chaves Nogales dijo en tiempos de la República: «El ‘‘seny’’ es algo más que el sedimento de los accesos de desmesura de la rauxa».

El mensaje sigue siendo válido.

(1). Península. Atalaya. Pag. 241.

(2).Alianza editorial 1987. Pag 41.

(3).Hilari Raguer. Abadía de Montserrat.1985