Historia

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La muerte negra

La Razón
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El tiempo en la historia de la Medicina, en lo que se refiere a hacer frente a la enfermedad, según el profesor de la Universidad de Yale Howard W. Haggard, en algunos momentos es en exceso largo. Se apoya para tal afirmación en épocas muy antiguas. Afirma que desde el fin del Imperio romano, año 476, hasta final del siglo XIII, es decir durante casi mil años, en el Occidente cristiano no se registra ningún progreso notable al respecto que merezca la pena mencionar; los hombres trataban de sobrevivir en sus reductos sociales, defendiendo a duras penas su supervivencia: en esa condición de vida dura, en la tremenda lucha por la existencia. La vida humana estaba marcada tanto por «productos» mágicos como remedios posibles. La inteligencia proporcionó al hombre las grandes posibilidades para hacer frente a los problemas: domesticó a los animales, cultivó la tierra, mejoró los alimentos para aumentar los cultivos y la experiencia de la vida, pero sólo subsistía.

Las enfermedades en la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) se presentaban como epidemias tremendas que se extendían por amplias regiones y originaban situaciones trágicas de indefensión y grandes mortandades. Así ocurría con epidemias como el llamado «fuego de San Antonio» y la «lepra», que fueron grandes azotes pero no los únicos. También la viruela, que mataba poblaciones completas; o la difteria, que desoló al mundo entero, incluso a la mujer de Napoleón Bonaparte, Josefina, y a otros grandes personajes. El «tifo» era una de esas enfermedades pandémicas. El término es idioma griego y es enfermedad de guerra y de hambre, de cárceles, barcos y ciudades. La última epidemia de gripe fue la de 1918, al concluir la guerra europea de 1914. En Estados Unidos contrajeron la enfermedad unos cuarenta millones de personas, de las que las estadísticas oficiales dan unos trescientos mil muertos.

En el siglo XIV ocurrió la peste bubónica, el gran azote. La epidemia venía de Asia, llegó a Constantinopla en 1347, se propagó con rapidez extraordinaria hasta Sicilia y en diciembre llegó a Nápoles, Génova y Marsella; a comienzos de 1348 ocupó todo el sur de Francia, Italia y España. Llegó a París, pasó a Inglaterra e Irlanda. Quince meses tardó en extenderse de Constantinopla a Londres; y desde aquí a lugares climatológicamente húmedos: Holanda, Alemania, el escudo escandinavo y Rusia. Una marcha implacable que dejaba a los países destrozados. Estadísticas aterradoras como las que hicieron los carpinteros que llevaron las necesidades para la construcción de ataúdes de madera, pues en ciudades como Bristol, con una población de cincuenta mil habitantes, sólo resistieron unas seis personas. Se registran valores culturales como, por ejemplo, los que quedaron con vida son un factor de gran importancia, pues se convierten en los profesores de lengua, eran gente de condición social baja; la lengua que enseñaban no era la lengua culta –el latín–, sino la romance –el inglés, francés, castellano, catalán...–. Los cálculos de mortandad más optimistas señalaban una caída de la población europea en no menos del 60% ó 70% del total. Se disponen descripciones y la literatura ofrece medios y sistemas defensivos. Guy de Chauliac dio un dato con la manera de acabar con el contagio: «... Finalmente pusieron guardas en pueblos y ciudades para no permitir la entrada de nadie que no fuera bien conocido. De cuya preocupación surgió la cuarentena», el aislamiento, que es lo que el literato Bocaccio puso en práctica con el sistema del apartamento de un grupo de jóvenes para contarse historias, encerrándose un grupo de ellos, de ambos sexos, en una villa en el campo, donde permanecieron hasta que consideraron que podían exponerse a salir a vivir en comunidad.

Desde el punto de vista de la reconstrucción del calamitoso siglo XIV, literariamente es recomendable la novela escrita por la norteamericana Barbara W. Tuchman, magnífica historiadora, que obtuvo un enorme éxito de ventas y dos premios Pulitzer con novelas suyas. «Un espejo lejano» es su obra maestra, con un conocimiento sólido de la época y un vívido retrato de Europa occidental en el siglo XIV, la centuria de la Peste Negra (1348-1350), unida a la Guerra de los Cien Años. El hilo narrativo es la vida del noble Enguerrand de Coucy, «el más experto y diestro de todos los caballeros de Francia». La novela, reproducida históricamente de modo perfecto. Se pregunta la autora, ¿cuál fue la condición humana después de la plaga? «Los excesos de miedo y odio debían mostrar efectos profundos, pero ningún cambio radical se percibió al pronto. La persistencia de lo normal tiene fuerte arraigo». Mientras morían de peste, los arrendatarios del priorato de Bruton seguían pagando el canon debido a su señor.