Restringido

La víbora islamista

La Razón
La RazónLa Razón

Como dice el presidente francés estamos en guerra contra el Dáesh. Quizás hoy –tras lo de Bamako– también contra Al Qaeda y sus varias organizaciones afiliadas, que tratan de competir en brutalidad con los del Dáesh. Una guerra desde luego diferente a la de divisiones acorazadas avanzando por territorio enemigo. Una guerra diferente a la que norteamericanos y británicos desencadenaron contra el régimen de Sadam Hussein. Pero una guerra clara, contra un grupo de fanáticos que quieren imponer a sangre y fuego una ideología que nos es extraña y altamente repulsiva. Su interpretación de la lucha para extender y defender su fe –la yihad– contra los infieles va mucho más allá de lo que afortunadamente creen y practican el resto de los seguidores de Mahoma, que por ello pagan un alto precio –su vida– cuando caen en manos de los yihadistas del Dáesh; el mismo precio que pagamos cristianos, judíos o animistas. Aunque para disimular liberen de vez en cuando algún rehén «hermano» musulmán.

Pero el presidente Hollande no ha declarado la guerra al Dáesh; simplemente reconoce que ellos la han desatado contra nosotros. Que si alguna vez lograsen establecerse en Mesopotamia, seguirán por el Norte de África y el Sahel hasta el al-Ándalus, que somos los españoles peninsulares e insulares. Lo dicen y hay que creerles. Por eso hay que evitar que triunfen en Siria e Irak; porque luego no pararían. Son ellos o nosotros, si es que queremos evitar que nuestras mujeres lleven burka y la libertad se desvanezca en nuestra sociedad.

Contra esta barbarie, en Europa, sólo podemos aspirar a defendernos. A lo más que podríamos llegar aquí es a controlar sus ataques. A que la víbora no nos muerda con tanta frecuencia. Pero así, nunca se gana una guerra. El peligro no desaparecerá hasta que cortemos la cabeza a esta venenosa serpiente y destruyamos sus huevos. Y eso hay que hacerlo en su nido. En la Mesopotamia, en Siria e Irak.

A lo que estamos asistiendo en Oriente Medio –y nos está salpicando en Occidente– es a una guerra entre chiíes y esa avanzada del radicalismo sunní que denominamos Dáesh. Las bajas y la destrucción en tierras árabes son infinitamente mayores que cualquier daño que hayan podido causar hasta ahora en Europa. Pero aunque el Dáesh fuera neutralizado, la guerra allí continuaría. Por lo tanto, antes de intervenir los occidentales, deberíamos decidir cuál es el resultado final deseado, que para mí no puede ser otro que alcanzar un equilibrio entre dos versiones suficientemente moderadas de la fe sunní y chií; versiones pendientes de de ser formuladas.

Una vez destruido el Dáesh, los liderazgos de Arabia Saudí y Turquía, por el lado sunní, y el de Irán, por el otro, deberían controlar a sus secuaces más radicales. Hay que evitar la situación del Irak del presidente Bush: la de ellos (los iraquíes) contra nosotros (la coalición inicialmente; al final solo los norteamericanos). Esta vez «ellos» –los dos bandos– deben ser los protagonistas, pues no deberíamos tratar de imponerles la democracia o nuestros valores; solo buscaríamos que no luchen entre ellos, pues el Islam es demasiado grande y una confrontación en su seno nos arrastrara inevitablemente también a nosotros. Como está pasando ahora. Las acciones coercitivas occidentales deberían pues tratar solamente de forzar el acuerdo entre sunnís y chiís, pero no los términos del mismo, que ellos deberán decidir «Insha’Allah».

Soy consciente de las dificultades de lo que estoy proponiendo y si alguien tuviese un resultado final deseable para esta cruel lucha que está desarrollándose en el Oriente Medio –que nos está enviando muchedumbres de refugiados y algunos grupos de terroristas a Europa– que sea mejor que éste, todos agradeceríamos mucho que nos lo revelara.

Creo altamente recomendable no iniciar la destrucción del Dáesh en serio sin saber previamente que va a pasar después. Como sucedió con Sadam Hussein; imagino que algo deberíamos haber aprendido de aquello. Y para esta tarea, los franceses y el resto de los europeos necesitamos a los norteamericanos. Y poner unidades de operaciones especiales sobre el terreno para ayudar y guiar a los musulmanes moderados. Y prestar más atención a los factores ideológico/religiosos, especialmente en las interacciones con los musulmanes que tenemos ya dentro aquí en Europa.

Quizás el presidente Obama, obsesionado por no repetir los errores de Bush, esté cometiendo otros mayores. No se debería definir una estrategia por negación de lo que tu predecesor realizó; es un procedimiento muy limitado este de no establecer unos fines positivos adecuados a la situación real. Puede que no quede más remedio que esperar a su sucesor para intentar algo de esto. La postura española –con más motivo– debería fijarse tras las próximas elecciones generales tratando de evitar rectificaciones como la del Sr. R. Zapatero, que tanto daño hizo a la credibilidad de nuestra acción exterior.

En España los estados de alerta antiterrorista han recorrido en poco más de un año todo el escalafón pasando del 2 al 4. Sólo nos queda el nivel máximo 5, que por su naturaleza excepcional es imposible mantener indefinidamente. La cosa, pues, va mal ¿Alguien puede pensar que esta escalada no tiene conexión con el deterioro de la situación en Siria e Irak? Parece que si no matamos a la víbora, ella seguirá tratando de mordernos.

No cabe mirar a otro lado. No caben aquí buenismos, ni la neutralidad. Son ellos o nosotros.