Crisis económica

Las fichas amarillas

La Razón
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Vamos a por la tercera de las fichas de ese apasionante juego que es el parchís mundial. A describir vertiginosamente al jugador que utiliza las amarillas –China– que por cierto, es el que demuestra más potencial y energía en su crecimiento.

China es un inmenso país, más por sus habitantes que por su territorio. Son unos 1.400 millones de almas aunque no todos de etnia han, a la que muchos identifican –erróneamente– con todo el país. China ha existido básicamente como es ahora desde hace más de 2.200 años, poblada por esos han que se expresan en mandarín y se concentran en las llanuras del Nordeste y zona costera contigua. En las regiones fronterizas con el resto de Asia –desiertos y montañas– los ciudadanos chinos son de otra raza: tibetanos (de filosofía budista), los de etnia uigur (musulmanes de origen turco), los mongoles (aquellos míticos jinetes) y otros muchos grupos étnicos diseminados sobre una amplia geografía.

El problema tradicional del Reino del Medio ha sido poder dar de comer a esa inmensa muchedumbre que habita en un país relativamente pobre en recursos, especialmente agua y energía. Agua que abunda en el Himalaya. Energía que tendrá que venir de las estepas asiáticas o del Golfo Pérsico para sustituir algún dia al contaminante carbón. La riqueza de China –pero también su vulnerabilidad– reside en lo inmenso de su población.

Los chinos son tan conscientes de esta inmensidad de su país que nunca han querido ser conquistadores, ni les ha interesado excesivamente lo que pasase fuera. Aun conquistados dos veces, han acabado asimilando a sus invasores. Esperan que los pueblos más allá de la Gran Muralla –levantada hace siglos– o de los mares «chinos» que bañan sus costas, los respeten y admitan su predominio, más bien por su grandeza, que por sus armas. Son más mercaderes que guerreros. Solo dos veces y media se han abierto al exterior. La «media vez» fue la expedición por el Indico del Almirante Zheng He en los albores del siglo XV. Pero aquello fue interrumpido violentamente y su relato borrado –voluntariamente– de la conciencia histórica china. Es algo asi como si después del Descubrimiento, los Reyes Católicos hubieran suprimido toda referencia a Colon y destruido las naves de Castilla. Por increíble que esto parezca, nos demuestra su tradicional creencia de que lo que pueda pasar «plus ultra» de China no será importante. Todavía sobreviven rescoldos de este pensamiento.

La segunda vez fue más una violación que una apertura. A mediados del siglo XIX ciertas potencias occidentales, con los británicos al frente, forzaron a China –a punta de cañón– a abrirse al comercio internacional. Estos humillantes incidentes –las guerras del opio– no han merecido demasiada atención histórica por parte inglesa posiblemente por haber estado ocupados fabricando leyendas negras sobre otras civilizaciones. En aquellos tristes años y otras nuevas vejaciones que siguieron con Japón, se fundamenta el actual revanchismo chino y –quizás– el fundamento moral por el que Hong Kong fue devuelto sin tener en cuenta –esta vez– la opinión de sus habitantes. Un «poco» diferente quizás de Gibraltar o Malvinas.

La tercera apertura de China al exterior –la única voluntaria– culmina con su entrada en la OMC en el año 2001. Organización esta que regula el comercio transnacional tratando de bajar las barreras aduaneras al máximo mientras fomenta practicas limpias. A partir de este momento China juega con unas reglas –de comercio, de Derecho Marítimo Internacional, financieras, diplomáticas, etc.– que no considera suyas, que cree han sido redactadas por otros ¿los de las guerras del opio? en función de intereses particulares ajenos. Se abre pues, pero no acepta de corazón las reglas de este parchís de los de fuera; aspira a cambiarlas. China adopta el capitalismo pero sometido a una dirección centralizada nominalmente comunista. Por discutible que esto nos pueda parecer es quizás mejor receta que la ensayada por Rusia para acomodarse a los nuevos tiempos. Pero esta evolución china tiene la gran incógnita de si conforme el consumo interno aumente ¿no crecerá la demanda de mayores libertades cívicas? Las naciones que prosperaron antes experimentaron algo de esta transformación. Si cayera el gobierno comunista ¿arrastraría a la dirección centralizada económica del país también?

La llegada del Presidente Trump está suponiendo una ayuda inestimable a todas las iniciativas chinas. Su retirada del TPP –acuerdo de comercio penosamente negociado con casi todo el Pacifico– traerá consigo que China sustituya a los EEUU como campeón del libre comercio en la región. Después de haber llamado «manipulador monetario» a China, Trump se está entregando incondicionalmente a una mediación suya en el asunto de Corea del Norte, como si estas amenazas nucleares fuesen nuevas o no existiesen más problemas en Asia. Las garantías de seguridad en las que ha descansado todas las naciones de Pacifico occidental tras la 2ª Guerra mundial están actualmente cuestionadas. EE UU es indudablemente una potencia en el Pacifico, pero en el futuro ¿dejaran las fichas amarillas que los americanos lo sean también en toda Asia? Japón y sobre todo la India tendrán que posicionarse ante la ofensiva económica y ambiental china. En principio las amarillas parecen el socio preferente sobre todo cuando tienen el grifo de una abundante financiación para las infraestructuras en la región.

El jugador de las fichas amarillas ensaya por primera vez –voluntariamente– competir sobre el tablero mundial aunque con unas reglas que solo acepta provisionalmente. Reglas que no considera propias, que ve solo como un vehículo temporal para recuperar una hegemonía que cree –lo lleva en sus genes– se le arrebato injustamente hace siglos. Veremos que fuerza tiene este resentimiento histórico.