Política

Alfredo Semprún

Los pinitos de Arabia Saudí como potencia regional

La Razón
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Todo indica que, por fin, Arabia Saudí ha decidido ejercer el papel de «potencia regional» para el que ha venido preparándose desde que la primera guerra del Golfo pilló a sus Ejércitos en bragas. Hoy, sin embargo, la panoplia saudí parece el catálogo de la industria militar occidental, con «lo más bonito y lo más moderno» que se puede comprar en cazabombardeos –F-15 y Eurofighter–, carros de combate, artillería autopropulsada, vehículos blindados, misiles aire-tierra y material de guerra electrónica. Todavía necesitan la asistencia técnica y, sobre todo, los medios de reconocimiento táctico de los norteamericanos, pero mientras que a los príncipes saudíes se les abren todas las puertas, su gran rival, Irán, tiene que tirar de lo que llaman «ingeniería inversa», que no es más que plagiar la tecnología militar que le prestaron al Sha en la década de los 70 del pasado siglo. Así que ya tenemos a Riad interviniendo en su patrio trasero yemení, a la cabeza de una coalición árabe suní, parte de cuyos miembros, como Egipto, se han visto arrastrados a una de esas guerras eternas, tan propias de la zona, por su dependencia de la financiación saudí. No deja de ser paradójico este cambio de alianzas yemení. Entre 1962 y 1967, Nasser se dejó en Yemen la vida de 20.000 soldados egipcios para apuntalar la rebelión republicana, suní, contra la monarquía, chií, que gobernaba tradicionalmente el país. Entonces, los saudíes eran aliados de los realistas hutis, aunque se retiraron del campo de batalla después de perder dos mil soldados.

Hoy, los viejos rivales combaten juntos contra los viejos aliados. Los hutis son gentes del norte, duras, cuyos niños crecen con el AK-47 en la mano y sin un concepto claro de eso que nosotros llamamos Estado-nación. En la primavera árabe ayudaron a derrocar al viejo dictador Abdulá Saleh, que los mantenía atados en corto, y, según dicen algunos analistas árabes, como Khaled Fattah, no se puede descartar que hayan reverdecido sus raíces monárquicas. El caso es que el nuevo Gobierno yemení del presidente Mansour Hadi había preparado una nueva Constitución que incluía una reforma del modelo territorial que dejaba a los hutis sin salida al Mar Rojo. Es decir, sin un punto de comercio y contrabando controlado por sus propias milicias. Al mismo tiempo, el fracaso de los esfuerzos para acabar con la influencia de Al Qaeda en la zona (más conocida popularmente como «territorio drone»), unido a la irrupción del Estado Islámico masacrando fieles chiíes en las mezquitas, han determinado el avance huti y la huida a Riad del presidente Hadi. Las malas lenguas afirman que detrás de todo el asunto está el viejo dictador derrocado, Saleh, un tipo inmensamente rico, que pertenece a la misma tribu huti, preside el partido mayoritario en la Cámara y podría colocar a su mano derecha en el poder si Hadi no consigue regresar. Para liar más el asunto, también han resurgido los movimientos separatistas sureños –en origen, marxistas, hoy, vaya usted a saber– que trataban ayer mismo de hacerse con el control de la gran ciudad de Adén y ya se habían hecho con el contenido de varios depósitos de munición abandonados por los militares. Como verán, ni el paisaje ni el paisanaje invitan al lucimiento militar y, tampoco, hay botín que rebañar porque Yemen es una de los países más pobres del globo. Así que las razones de Arabia Saudí no están del todo claras. Riad aduce la «defensa de la democracia y el restablecimiento de la estabilidad», que no se cree nadie. Los medios occidentales dicen que se trata de parar la expansión iraní, pero nunca ha habido pruebas de que los hutis recibieran apoyo material de Teherán y, además, se bastan ellos solos con sus más de 100.000 combatientes. Así que queda una alternativa, ciertamente, diabólica: unidad de propósitos entre los árabes e Israel para hacer fracasar el acuerdo nuclear entre Irán y Washington. Porque, no hay que olvidarlo, sólo Persia tiene lo que hay que tener para ser la potencia regional.