Luis Alejandre

Naciones Unidas: 70ª Asamblea General

La Razón
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Las actuales Naciones Unidas nacieron como alianza para ganar una guerra y se convirtieron en la instrumentalización de un sistema de seguridad colectiva para el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales. Se pretendía, como sabe el lector, no caer en las contradicciones de la anterior Sociedad de Naciones que no pudo evitar una Segunda Guerra Mundial. Y hay que reconocer que, a pesar de sus errores y fracasos normalmente debidos a la lentitud de sus reacciones ante crisis, la Organización ha evitado una nueva confrontación mundial.

Tras señalar finalidades y decisiones, el artículo 2.4 de su Carta fundacional presenta un principio jurídico básico: «Los miembros de la organización se abstendrán de recurrir a la amenaza o uso de la fuerza (se obvia a lo largo de todo el texto el término guerra) contra la integridad territorial o independencia política de cualquier estado...». En cierto sentido este punto apoya las tesis de Putin en defensa de su aliado sirio. No obstante, el mismo artículo matiza en su punto 7, tras reiterar que «ninguna disposición de esta Carta autorizará a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los estados», un discutido –y utilizado a conveniencia– último párrafo: «Pero este principio no se opone a la aplicación de las medidas coercitivas prescritas en el Capitulo VII», tesis en las que se apoya la coalición encabezada por EE UU a la que se acaba de sumar Italia. Estas dos versiones chocan en suelo sirio con las consecuencias que todos conocemos, donde en el río revuelto ha aparecido otro actor más peligroso: el DAESH

La Carta establece como órganos principales la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. La primera funciona por «períodos de sesiones»; el segundo tiene carácter permanente con miembros vitalicios con derecho a veto y miembros temporales entre los que hoy figura España que lo presidirá precisamente durante este mes de octubre. En tiempos de la «Guerra Fría» la Asamblea, desbloqueando vetos, adoptó resoluciones que correspondían al Consejo de Seguridad: Corea en 1950, Suez en 1956 y Congo en 1960.

El pasado sábado día 3 el danés Mogens Lyketoft (DK), cerraba el 70º periodo de sesiones de la Asamblea iniciado una semana antes. En su mensaje de clausura destacó que nunca antes se habían reunido tantos líderes mundiales –más de un centenar, entre ellos nuestro Rey– que reafirmaron «el espíritu y los principios de la Carta y su fe en el papel central de la ONU». Señaló que una de las cuestiones más reiteradas fue el destino de los refugiados, desplazados y migrantes y la necesidad de dar respuestas globales para una crisis sin precedentes. Y no obvió citar la «inestabilidad, los conflictos armados, la expansión del extremismo y el terrorismo» en África, en parte de Europa y en el Medio Oriente. «Las acciones de los grupos fundamentalistas ISIL, Boko Haram, y Al-Shabaab recibieron la condena unánime y fueron rechazados como una afrenta para la humanidad».

Hasta aquí, necesariamente resumidos, los términos jurídicos y el lenguaje diplomático que enmarcaron la Asamblea. Tras el telón, los problemas reales: la riada de emigrantes que invade Europa procedentes en su mayoría de Siria; los campos de refugiados en Líbano, Jordania y Turquía; los posicionamientos de Rusia, EEUU, Inglaterra, Alemania y Francia sobre la guerra de Siria; las relaciones entre Israel y la Autoridad Palestina que por primera vez vio ondear su bandera en la sede de NNUU.

Pero no fueron estos los únicos actores: los talibanes acababan de conquistar Kunduz, lo que luego llevaría al trágico error del hospital de MSF; la oposición suní al régimen de Damasco solicitaba más apoyos mientras se iniciaban bombardeos rusos a sus posiciones, vestidas de ataques al reconocido enemigo común, el DAESH, desde la única base naval rusa en el Mediterráneo –Tartous– ubicada en territorio sirio; la posición de Irán, también firme apoyo de Asad y del que se esperan gestos de buena voluntad tras la firma de los acuerdos sobre limitación de armas nucleares; el propio compromiso de los libaneses de Hizbulah; la evolución del conflicto kurdo, que afecta a Turquía a Siria y a Irak; la trascendental posición de Turquía, por una parte fiable miembro de la OTAN, por otra resentido vecino de Europa hacia quien ha desviado la corriente migratoria actual.

La Asamblea fue lugar de positivos encuentros informales y discretos: Cuba y EEUU, por ejemplo; proceso de paz en Colombia; crisis de Ucrania. Pero también como escaparate del mundo, atrajo retos, pulsos y mensajes negativos como los atentados de Jerusalén o Pakistán.

Espero que las reflexiones y los análisis de estos días no olviden unas palabras del prólogo de la Carta: «Nosotros... dispuestos a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona, en la igualdad... de las naciones grandes y pequeñas».