Historia

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Nicaragua: de Rubén Darío o Onuca

La Razón
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Se cumple este mes el 150 aniversario del nacimiento en San Pedro Metapa (Nicaragua) de Felix Rubén Garcia Sarmiento (1867-1916) que adoptó el apellido de su saga familiar «los Darío», reconocido como el máximo representante del modernismo literario hispanoamericano. Su «Azul», sus «Cantos de vida y esperanza» y sus «Prosas profanas» le convirtieron en uno de los poetas más reconocidos de la lengua española. Contemporáneo de nuestros Menéndez y Pelayo, Castelar, Emilia Pardo Bazán, Gaspar Núñez de Arce, Ramon de Campoamor, Juan Valera, Pepe Espronceda o Antonio Cánovas del Castillo, se sintió español incluso antes de ser nombrado embajador de su país ante Alfonso XIII: «Yo siempre fui por alma y por cabeza español de conciencia obra y deseo y yo nada concibo y nada veo sino español por mi naturaleza».

Había formado parte de una comisión internacional de límites entre su Nicaragua y Honduras en la que actuó como árbitro el propio Rey de España. Una de las zonas en litigio fue la hoy hondureña Las Trojes. A este «bolsón» limítrofe, utilizado como santuario por la «contra» nicaragüense, llegaban unos oficiales españoles en 1990 topándose extrañados con una escuela que llevaba el nombre de Alfonso XIII. Formaban parte de ONUCA, la Misión de Naciones Unidas para Centroamérica, que mandaba el general español Agustín Quesada.

ONUCA nació con vocación de terminar con la sangrienta guerra que asolaba el territorio nicaragüense entre el Ejército Popular Sandinista(EPS) y la «contra» auspiciada por los EE UU, en pleno fragor de «guerra fría». Los antecedentes inmediatos al proceso de paz hay que encontrarlos en los Acuerdos de Esquipulas (1986-87) en los que los presidentes centroamericanos se habían comprometido:

1. A resolver los problemas entre ellos.

2. A no permitir que movimientos insurgentes encontrasen refugio en países limítrofes.

3. A pedir la mediación de Naciones Unidas.

A este último punto se unió el buen hacer de un secretario general hispano: el peruano Pérez de Cuéllar. Centroamérica le debe haber contribuido a acabar con los movimientos insurreccionales que ensangrentaban la vida de sus ciudadanos. La revolución sandinista (1974-1979) no solo marcó a una generación de nicaragüenses que la sostuvo con las armas, sino que contagió como «utopía compartida» a parte de un mundo que encontró en ella una razón para luchar y vivir. Proliferaron los comités de solidaridad que recogían fondos, medicinas, mandaban brigadistas o útiles agrícolas. Indiscutiblemente alteró los parámetros de las relaciones internacionales. «No trajo la justicia anhelada para los oprimidos, ni pudo crear riqueza y desarrollo» –como reconoce Sergio Ramírez–, pero dejó como mejor fruto la democracia, sellada en 1999 con unas elecciones generales y el reconocimiento de la derrota al resultar vencedora de las mismas la coalición que encabezaba Violeta Chamorro.

Con todo esto se encontró la misión que mandaba el general Quesada: guerra abierta; utilización de bolsones limítrofes como santuarios; resultados electorales no previstos; asunción de la derrota por parte de los sandinistas; desmovilización de diez mil efectivos de la «contra».

También en este mes se han cumplido los 25 años del final de ONUCA. Ello propició un emotivo reencuentro de antiguos observadores que presidieron el propio general Quesada y el general Suanzes, que le sustituyó y a la vez inició una nueva misión en El Salvador (ONUSAL). De ahí nació una buena generación de oficiales que no solo actuó en América sino que pronto saltaron a Bosnia y a las múltiples misiones en las que España ha intervenido e interviene. Un 10% de ellos alcanzaron el generalato, los más jóvenes aún en activo. Entre el centenar de ellos no hubo fallecidos en acto de servicio, aunque sí heridos. Tres de ellos fueron distinguidos por el Ejército nicaragüense con la medalla «Camilo Ortega» al valor a consecuencia de un accidente entre dos helicópteros MI-17 de fabricación soviética ocurrido en San Pedro Lobago el 27 de Junio de 1990.

Si encontramos a Rubén Darío en la España de Alfonso XIII y en un villorrio hondureño llamado Las Trojes y lo revive una Misión de Naciones Unidas con mayoría española, también lo encontramos en el alma de un país que se hizo querer y al que queremos, porque aquella utopía, aun siendo imperfecta, hacía de la música y la poesía un permanente recuerdo y homenaje a su gran poeta, un fiel acompañante de su revolución. No concebiríamos ésta sin Carlos Mejía Godoy cantando la popular «Nicaragua, Nicaragüita» a su «Cristo de Palacagüima». Y tantas canciones guerrilleras: «Cuando venga la paz», «No se me raje mi compa», hasta la «Receta musical» para construir explosivos caseros «a base de nitratos y aluminio negro». Todo se revivió en la jornada conmemorativa. Ya no estábamos todos. También habían pasado 25 años para nosotros. Pero los corazones seguían vivos con el recuerdo de un trabajo bien hecho en beneficio de unos hermanos. Como hermano fue para nosotros Rubén Darío.