Violencia de género

Persona sin género (ni violencia)

La frase de la interesada, hábilmente pronunciada, había activado un protocolo de actuación contra la violencia de género. La situación había sido retorcida por ella con destreza, para utilizar a la Policía y la Ley como instrumentos de intimidación

La Razón
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«Un hombre me está molestando». La emisión de esta frase, a través de su móvil, por parte de la interesada, puso en marcha la actuación pública. En unos minutos, el hombre vio cómo dos coches y cuatro agentes llegaban junto a él y hasta el delicado entorno del hospital cercano, a extrema velocidad, con sus luces y sirenas a todo volumen, en evidente estado de tensión, como si la situación requiriera de alguna intervención física y defensiva inmediata. Había saltado la temible alarma de la violencia de género y cualquier otra cuestión personal o social que se pudiera engendrar con esta reacción cedía en importancia. ¿Comienza esto a resultarnos familiar? La interesada había omitido, quizá sagazmente, con su expresión, el detallar a la Policía que no era un hombre solo quien supuestamente la molestaba, sino un hombre y su mujer. Todo había comenzado cuando este matrimonio, que estaba tranquilamente en su coche, aparcado, antes de acudir a una consulta médica, sintió un violento golpe por detrás, causado por otro vehículo que intentaba aparcar. Tras reponerse un tanto del impacto, el varón descendió para ver qué había sucedido. Al volante del vehículo que les había golpeado, una mujer le miraba con recelo tras su parabrisas. Ésta no hizo el más mínimo gesto de perdón ni pronunció palabra alguna de disculpa. Él se puso a observar los posibles daños, preguntó dónde se le había dado el golpe, esperó alguna reacción... Pero nada: sólo obtuvo la misma mirada de desconfianza. Entonces, fue a por un boli y un papel, y anotó la otra matrícula. Al verlo, la mujer salió de su coche, disgustada, claramente alterada, y le amenazó con que si él apuntaba su matrícula ella le haría una foto a la suya. El hombre contestó que, en ese caso, él haría lo propio, y así sucedió. Pero he aquí que la mujer dijo entonces que iba a llamar a la Policía, como si blandiera con esto algún tipo de temible represalia contra él. Al hombre esto le extrañó, pero no dijo ni hizo nada. Se volvió a su coche y se limitó a esperar. Él y su mujer oyeron cómo la mujer pronunciaba por teléfono la consabida fórmula mágica: «Un hombre me está molestando». Y, en unos minutos, se desencadenó la operación. La Policía atendió primero a la mujer y luego el hombre se acercó para ofrecer también su versión. Los agentes, ya más tranquilos, al constatar que nada relevante había sucedido, pidieron a los afectados que se dieran la mano como signo de paz. El hombre asistía a ello con cierta perplejidad. La mujer había añadido que ella no quería que el hombre diera un parte, a su juicio injustificado. El hombre intentó explicar que esto no lo podía decidir ella, pero que requerir a la Policía Nacional a causa de que alguien, a quien le has dado un golpe, se anota tu matrícula, era un abuso de tal servicio. Sugirió al policía que deberían indicárselo para evitar reiteraciones. El agente calló y volvió a solicitar que se dieran de nuevo la mano, y que, puesto que la mujer había golpeado al otro vehículo, pidiera disculpas. Por segunda vez, se estrecharon la mano; sin embargo, la mujer no se excusó. El hombre le preguntó por qué había reaccionado así. Ella simplemente se alejó dejándole con la pregunta en la boca, como si exhibiera cierto regusto de revancha. El hombre comprendió lo sucedido, al recordar que al policía se le había escapado en cierto momento: «Hemos venido así porque creíamos que se trataba de ‘‘otra cosa’’». Puede adivinarse de qué hablaba. La frase de la interesada, hábilmente pronunciada, había activado un protocolo de actuación contra la violencia de género. La situación había sido retorcida por ella con destreza, para utilizar a la Policía y la Ley como instrumentos de intimidación. ¿Quiénes son aquí los responsables? Entre otros: una legislación y una cultura de la ideología de género injustas, que sirven a los fines de la corrección y la clase política. Situaciones y discrepancias se transforman ahora en batallas de género. Con razón se ha escrito que esta ideología y su lenguaje provocan más violencia de la que dicen erradicar. No permitamos que nos conviertan en polos enfrentados, en meros actores de esta ideología. Somos personas, no géneros, tenemos sexo y orientación sexual. No se nos puede reducir a mónadas de un género, en el que se nos clasifica y trata como términos opuestos. Los hombres y mujeres actuales no somos género. Nuestras situaciones cotidianas, nuestra existencia y convivencia demandan relación, no una burda categorización o contraposición. El verdadero riesgo de la ideología y el lenguaje de género, su más nefasta violencia, radican ya en invadir, paso a paso, nuestras relaciones cotidianas, en colonizar nuestra vida ordinaria, sembrando el conflicto. No permitamos que nos hagan cómplices de ello.