Luis Suárez

Puntualizando un delicado tema

La Razón
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Los grandes políticos deben ser más cuidadosos en sus afirmaciones pues pueden causar daños innecesarios. Hace días el presidente israelí, Netanyahu, pareció arrojar la responsabilidad del Holocausto sobre los hombros del Gran Mufti de Jerusalén. Es cierto que este dirigente musulmán se trasladó a Berlín para apoyar la política que el Führer estaba desarrollando con su guerra contra las potencias occidentales que ejercían protectorado sobre gran parte del mundo islámico. Pero su influencia, servil, ni representaba a toda la comunidad islámica ni era suficiente para guiar los pasos de Hitler. El actual ministro debería tener en cuenta las obras de su padre, Benzo, que fue uno de los mejores historiadores judíos. La Universidad de Valladolid, guiada por Julio Valdeón, le mostró su gratitud haciéndolo doctor honoris causa. Tuve la oportunidad de asistir a su investidura. Y digo esto para dejar bien claro que no trato de criticar a quien lleva su nombre sino únicamente de explicar detalles que pueden ser oportunos ahora que el antisemitismo vuelve a moverse en la sombra.

Hitler no lo inventó: estaba ahí desde mucho tiempo antes y había alcanzado especial gravedad en el siglo XIX cuando tienen lugar los primeros pogromos. Contaba con muchos adeptos y también con numerosos panfletos que hacían creíble que el judaísmo era un mal, y muy grave. Se trata ciertamente de un tema racial, pero no se reduce a eso sino que va más lejos: el judaísmo era una forma de cultura basada en el Talmud, difusora de una definición de la persona humana y remontada en siglos a ciertas raíces que partieron del suelo español. De ahí que Alfonso XIII adoptara, guiado por el dictador Primo de Rivera, la gran decisión de considerara los sefardíes (es decir, a los judeo-hispanos) como ciudadanos españoles. Esto sucedía en 1926 y aquellos políticos no podían imaginar el servicio potencial que estaban prestando. Justamente ahora se va a dedicar en Budapest un merecido monumento a Ángel Sanz Briz por su heroica conducta. Pero no era iniciativa de un simple diplomático sino de todo el país. Los españoles podemos sentir un gran consuelo: hasta aquí no llegaron las tinieblas del Holocausto.

El antijudaísmo hitleriano aparece claramente expresado mucho antes de que el cabo de Bohemia llegara al poder: en su libro «Mein Kampf» que sería luego traducido al español y repartido ampliamente ya señalaba como uno de sus objetivos vitales la destrucción del judaísmo, al que se atribuían los dos males extremos del capitalismo y del comunismo. No hay duda de que en el subconsciente de aquel miembro del Partido Socialista Obrero Alemán –al que añadiría la N de nacional– no entraban únicamente los valores étnicos, sino de manera especial los doctrinales. Había que barrer el judaísmo, y a otros con él, por su significado. Esto lo descubrió el nuncio Pacelli, que por entonces residía en Múnich y por eso impulsó a Pío XI, a quien iba a suceder en el Pontificado, a publicar esa encíclica, «Mit brennender Sorge», empleando el término «angustia». Es el que emplearían los movimientos católicos españoles cuando llegaron las noticias de lo que estaba sucediendo a los «pobres judíos».

El nacionalsocialismo recorrió tres etapas en esa cruel persecución. La primera, cuando sólo estaban los judíos alemanes en el punto de mira, era obligarles a huir abandonando sus bienes, de los que el Estado se apoderaba. La segunda llegó cuando, conquistada Polonia, eran millones los judíos sometidos. Entonces se pensó en dos fórmulas: crear una «reserva» en territorio polaco y concentrar allí a los sometidos, y la otra, que fue la empleada, enviarlos a campos de trabajo donde las malas condiciones acelerarían el volumen de las defunciones. Por eso en Auschwitz se puso a la puerta el anuncio: «El trabajo hace libres». Libres incluso de la existencia, un programa de extinción lento. Cuando cambió el sentido de la marcha en la guerra, se produjo el temor de que este procedimiento no fuera suficiente. En 1943, en París, se celebró una reunión en la que Himmler impuso la tercera etapa, asesinato científico que podía no dejará huellas. A esto es a lo que se debe llamar expresamente Holocausto. Se comprende el dolor de la población alemana cuando estas noticias llegaron a ser conocidas. Vergüenza y dolor por aquella impiedad.

El judaísmo experimentó un golpe muy duro pero, pese a las abultadas cifras de la matanza, la mayor parte de sus miembros pudo escapar a esa persecución porque residían en otros países, o eran abrazados como sucedía en Dinamarca y España. En este proceso, al Gran Mufti sólo corresponde haber dado el aplauso y la felicitación a quienes de este modo tan eficaz acababan con quienes para él eran peligrosos enemigos. Es importante tener estos detalles en cuenta y vigilar cuidadosamente los pasos que puedan darse hacia el futuro, pues son muchos los que por solidaridad con los palestinos o con el yihadismo, preconizan un retorno a las posturas que estremecieron las almas en 1945. España debe tenerlo muy en cuenta. En nuestra Historia el judaísmo desempeña un papel esencial. Paquda, Gabirol y Maimonides nos enseñaron cosas importantes. Y fue precisamente un judío, ha-Leví, quien escribió los versos más antiguos que se conservan en la lengua castellana: «qand meu Cidiello venid, que bona albixara, com un rayo de sol exid en Guadalajara». Punto final