Educación

Reválidas

La Razón
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Leí en este periódico del 28 de octubre pasado (y en otros periódicos de la misma fecha) la noticia de que Rajoy, sin esperar a su nuevo mandato, ofrecía a los socialistas su pía aceptación de acabar con las reválidas, la intermedia y la final de Bachillerato. Pero apenas leo argumentos a favor o en contra de su supresión. Las reválidas tienen (o tenían) como objetivo reforzar el conocimiento por parte de los alumnos del nivel de bagaje cultural al que habían llegado.

No son nada claros o se limitan a un «porque sí» los argumentos que dan aquellos que ponen tanta pasión en la supresión. ¿Por qué?

Pienso que en el fondo son bien conocidos: se trata de evitar o reducir el esfuerzo que los alumnos hacen a lo largo del Bachillerato. Pero el esfuerzo por lograr un conocimiento más firme por parte de los alumnos no parece, en general, algo criticable. Para mí, esa crítica es un intento de ciertos partidos políticos de reducir el esfuerzo de los alumnos y halagar a sus padres. Y, al final, ser votados por estos últimos.

Es decir, se trata, una vez más, de hacer política a expensas de lo que sea. A partir de aquel Perry sueco que suprimió el Latín y de ciertos pedagogos y políticos se ha ido extendiendo una idea reduccionista de la enseñanza. He escrito mucho sobre esta tendencia, sobre todo en un libro, ya de 2003, «Defendiendo la Enseñanza de los clásicos». Casi unas memorias. Allí di nombres, fechas y datos.

Ahora de lo que se trata es de intentar reclutar nuevos votantes para los partidos de la izquierda. De utilizar a un grupo de padres que sufren por las cargas de estudio que se les imponen a sus hijos. Pero los socialistas no hace tanto que se adhirieron a esta tendencia. Antes estaban entre los promotores de la Enseñanza.

En general, sobre las reválidas se habla sólo desde fuera. Y hablan personas que ven sólo el esfuerzo que implican para los alumnos. Ése es su único tema, ni tocan la cuestión de en qué medida ese esfuerzo es necesario. Aplican su benevolencia a un tema que desconocen.

Yo, contra ellos, sólo tengo dos ventajas: conozco los hechos y no obtengo nada personal. Fui a menudo miembro de tribunales. Recuerdo Madrid, Toledo, Segovia, Guadalajara, Ávila, Alhama de Aragón. Fui por sentido del deber y no saqué nada. Cumplía, como los demás, un deber. Simplemente. La nuestra era una misión de cultura.

No eran tan terribles, créanme, aquellos exámenes: los alumnos estudiaban en su propio beneficio, repasaban para fijar algo de lo que habían trabajado en los cursos anteriores, mejoraban. Éste es el tema central y no recuerdo que, hasta hace muy poco, se alzaran voces ni dentro ni fuera. Ni para ensalzar o hundir a partidos políticos. La política quedaba fuera.

Sin duda, se daban pequeñas anécdotas, como sucede en toda clase de exámenes. Había los que copiaban, más o menos, de papelitos varios introducidos variamente. Unos y otros colegios se acusaban entre sí, nosotros, los examinadores, estábamos fuera: «Pasan papelitos a sus alumnos», nos decían en el aula. Cosas así y poco más.

El resultado final consistía, eso sí, en una notable mejora del aprendizaje. Una oposición a estas pruebas, y menos aún una oposición politizada, no se daba. Los partidos de izquierda, y sólo recientemente el Socialista, han acabado politizando las reválidas en defensa del alumno, la supuesta víctima. Se espera que luego sus padres les voten desde una oposición politizada.

Nosotros pensábamos que con las reválidas facilitábamos el intento, de una parte, por hacer mejorar los conocimientos de los alumnos. Y veíamos en su crítica un claro intento de reducir el estudio, de aflojar.

Vuelvo al presente. Algún partido político, ya saben, hace propaganda contra las reválidas, me temo que, en su repertorio, no han encontrado contra ellas otra cosa que tópicos vulgares. Ese partido y otras gentes han presionado duramente a Rajoy: que gobierne, pero que dé pasos desde ahora contra las reválidas –y alguno ha dado–.

Sería mejor que el nuevo Gobierno estudie con competencia el tema. Esa vía del grito no sirve para esto ni para nada. La calle y los gritos no son la vía. Al menos, para un país democrático y civilizado.

En fin, la política nos invade. Será terrible si el final de todo esto va a ser no sólo el final de las reválidas, también un paso atrás de toda la enseñanza.