Lenguaje

Salvar el griego y el latín

La situación del griego y el latín, tan tristemente dejados de lado en nuestras escuelas y universidades, es realmente preocupante. ¿Qué estamos haciendo con estas lenguas que construyeron Europa? ¿Por qué las despreciamos amenazándolas con la irrelevancia?

La Razón
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Dos recientes libros, de diverso estilo, bagaje y fondo pero con un mismo ímpetu, han puesto sobre la mesa la necesidad de volver a las lenguas clásicas. La joven Andrea Marcolongo en «La lengua de los dioses: nueve razones para amar el griego» (Taurus) escribe una atractiva introducción, para los que no conocen el idioma de Homero, que incita a descubrirlo como puerta a la cultura en la que se basa absolutamente toda nuestra tradición: ha sido un verdadero «best-seller» en Italia. Por su parte, Nicola Gardini en «¡Viva el latín! Historia y belleza de una lengua inútil» (Ariel) realiza una admirable y apasionada evocación de los valores que encarna nuestra lengua madre y a la que tanto debemos para la forja de nuestra identidad española, europea y occidental. Curioso su éxito en una época como la nuestra, marcada por lo inmediato y en la que parecemos obsesionados por centrarnos solo en lo que nos da réditos rápidos y cuantificables. Acaso necesitamos detenernos un momento y reflexionar sobre lo que somos y por qué lo somos, sobre nuestros orígenes y el legado que debemos transmitir.

La situación del griego y el latín, tan tristemente dejados de lado en nuestras escuelas y universidades, es realmente preocupante. ¿Qué estamos haciendo con estas lenguas que construyeron Europa? ¿Por qué las despreciamos amenazándolas con la irrelevancia? En los últimos días ha trascendido la noticia de que se eliminó el Griego de un instituto de Adra cuando existía una docente para impartirlo y número suficiente de alumnos. Por desgracia –como señala el comunicado al respecto de la Sociedad Española de Estudios Clásicos a la Junta de Andalucía– esta es una situación que se repite desde la implantación de la LOMCE en todas las comunidades autónomas y que ha supuesto la reducción dramática del Griego en los institutos de todo el país. Otro tanto ocurre con la Cultura clásica y con el Latín, que han experimentado un alarmante retroceso.

En el caso de la Comunidad de Madrid, el sondeo realizado por la Sección de Madrid de la Sociedad Española de Estudios Clásicos revela que de 103 centros consultados, a pesar de ofertar la modalidad de «Humanidades», 23 de ellos no imparten Griego. ¿Humanidades sin Griego? Bajo varios pretextos, como los horarios o los requisitos para abrir grupo, hasta hace poco más flexibles para las clásicas, son en ocasiones los propios centros –siempre hay muy honrosas excepciones– los que, a fuerza de relegarla, contribuyen a la desaparición de una materia clave para la formación humanística en nuestra sociedad. Es altamente revelador el hecho de que un instituto de la raigambre del Ramiro de Maeztu no haya encontrado este año entre su más de un millar de alumnos ese mínimo ahora inflexible para ofrecer Griego. Hay excepciones en este panorama: en Castilla y León se mantiene la Cultura clásica como obligatoria, pero es un magro consuelo. Sin un Latín o un Griego fuertes, nada puede hacerse por las humanidades en secundaria.

¿Qué nos ha pasado? No hace mucho que la secundaria española era de las mejores de Europa, como se veía en sus excelentes resultados o la repercusión literaria y social de sus grandes docentes. Se diría que, hoy, una modernidad mal entendida ha hecho primar a los legisladores que nuestros hijos en Secundaria estudien «Science» en inglés –algo de dudosa utilidad– u otras asignaturas nuevas de economía o creación de empresas, todo lo que sea moderno y parezca reportar beneficios inmediatos. Incluso la gastronomía parece preferible: cualquier cosa que esté de moda. Pero para un joven estudiante, ¿no es mejor conocer el latín para no errar con el castellano? Nadie versado en lenguas clásicas cometerá errores de expresión, ortografía o sintaxis. ¿No es mejor aprender la literatura que sirve de modelo a todo lo posterior desde Homero o Virgilio? ¿No es mejor aspirar a lo que permanece y no a lo efímero?

Parece que hay una consigna tácita en nuestra administración educativa que, en aras de una modernidad mal entendida, ataca las humanidades clásicas con cada reforma. En una pésima táctica de orientación se incita a los estudiantes a dejar de lado Griego, Latín o Cultura clásica como viejos trastos inútiles que lo abocan a uno al paro y a la miseria, que es lo que implica esa triste etiqueta de materias «sin salida». Nada más lejos de la realidad, por cierto: está demostrado que las empresas punteras de Wall Street piden licenciados en clásicas o con formación humanística: o, ¿qué es lo que marca la diferencia entre tantos candidatos con buen don de lenguas, títulos variados o MBA sino la elevación del espíritu de alguien que pueda empatizar con los encantos la mitología y la literatura clásicas o persuadir con retórica de aladas palabras? Lo ven claro también en destacadas escuelas de negocios: en Harvard, desde luego, y entre nosotros recientemente en el IE. Reivindiquemos en esa línea no solo la belleza de esas maravillosas «lenguas inútiles», parafraseando a Gardini, sino paradójicamente su gran vigencia y actualidad.

Ni la administración, ni la comunidad educativa ni nuestra sociedad en general pueden permitirse la extinción de estas materias que dotan de pleno sentido a las litterae humaniores de las que dependemos todos vital y espiritualmente. Sin el griego un supuesto itinerario de humanidades quedaría reducido a una etiqueta vacía. Respetar las lenguas clásicas, es decir, la base de la cultura occidental, como recordaban recientemente Gardini o Marcolongo, es salvar las humanidades. Y salvar el griego y el latín, lo más importante, es salvaguardar la marca de belleza y libertad más profunda y duradera de nuestra civilización. Una adquisición para siempre.