Presidencia del Gobierno

Trescientos días de otoño

La Razón
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La España política ha vivido, desde el 20 de diciembre de 2015, primera fecha de las elecciones generales, un largo otoño que ha durado más de 300 días. Durante ese tiempo, y hasta la constitución de un nuevo Gobierno, el entendimiento político ha sido puesto en juego desde diferentes ángulos. Con todo, la sensatez y la serenidad lograron imponerse.

La clave es por tanto el entendimiento entre los distintos protagonistas de la política española. Desde mi punto de vista, es básico generar un sistema estable, operativo y funcional, un conjunto de criterios que a la postre son más trascendentales que las mismas reglas electorales. Nos referimos a la fundamentación de la «sociedad civil», así como a los cientos de instituciones y elementos que la conforman, incluyendo «grupos medios» y «redes» que operan de forma independiente entre los individuos, la sociedad y el Estado. Antonio Gramsci, escribió en la década de los años 1920 sobre la necesidad del surgimiento de una sociedad civil densa, fuera del capitalismo, que hiciera posible el discurso democrático. Una estructura en la que los partidos fuesen apreciados como mediadores entre la propia sociedad civil y el Estado. Porque la sociedad civil necesita expresar diferencias, de modo que la opinión pueda constituirse en niveles de distintos grados en beneficio del imperio de la ley y del orden económico. Los tratadistas más importantes del pensamiento político han señalado que ello se condensa en el debate sobre la naturaleza de la «obligación». En Inglaterra, Thomas Hobbes situó la obligación como el resultado de la cesión de un derecho a otro; una vez realizada, «un hombre debe, y es su deber, no anular por su voluntad ese acto. Si el impedimento sobreviene se produce injusticia e injuria, ya que el derecho se renunció o transfirió anteriormente».

Por añadidura, y también en territorio anglosajón aunque ahora en Estados Unidos, un grupo de periódicos publicó en el invierno de 1787-1788 una serie de escritos con la cabecera «El Federalista» y bajo la firma colectiva «Publius». Iban dirigidos a persuadir a los neoyorquinos para que votaran favorablemente la nueva Constitución que acababa de ser redactada en Filadelfia el verano anterior. En esa Constitución, y para conseguir su objetivo –hacer posible una «sociedad civil»–, se pasaba revista a las disposiciones a la luz de las inquietudes del pueblo norteamericano, preocupado por mantener lo que se había conquistado en la guerra revolucionaria por la independencia. Fue así como Publius construyó una nueva teoría política. En realidad, procede de una práctica afirmativa de John Dickinson, que señala: «La experiencia tiene que ser nuestra guía. La razón puede llevarnos por mal camino». Sentencia utilizada para, en aquel debate constitucional, hacer fuerza en el enfoque práctico y, en su caso, preferir éste a las tradiciones intelectuales.

Desde esta perspectiva y ya en la España de nuestro tiempo, llamo urgente atención sobre los trescientos días de un largo otoño en los que hemos asistido al acto en que el presidente Rajoy y el Partido Popular, atacados sectorialmente, nunca pensaron en desistir de su arriesgada primera renuncia a la investidura. Haciendo gala de serenidad, virtud que no abunda en la política y menos en momentos críticos o confusos en los que los partidos buscan cómo consolidar posiciones, el presidente pudo conservar la confianza de su partido y, con ello, además de con un notable sentido de Estado, se logró mantener al frente gracias a un grupo político que completó el margen parlamentario de la mayoría. Así, España pasó dos noches electorales clave: los comicios generales de junio de 2016 y las autonómicas gallegas y vascas de septiembre del mismo año y que resultaron una afirmación ante su partido y también ante la opinión pública, convertida en «sociedad civil». Así, España sobrepasó dos pruebas electorales, que dos inteligentes periodistas de LA RAZÓN, Pilar Ferrer y Carmen Morodo, pusieron de manifiesto, tal como proclamó el poeta Antonio Machado:

«Tiene el rosal rosas grana,

Grana otra vez, y en las praderas

Brilla la alegre otoñada».

Hobbes, que escribió acerca de la novedad de los tiempos modernos y del Estado –al que bautizó «Leviathan»–, fundamentó su pensar en la cultura como finalidad unitaria, un principio de formalización que es el discurso del ser: «Verdadero es el discurso que dice las cosas que son como son; el que las dice como no son, es falso». El nominalismo hobbesiano otorga a la decisión objetiva, manifestada en la respuesta expresada, como una obligación política comprendida sin duda y mayoritariamente. En Rajoy se han destacado muchos valores políticos. El más sobresaliente es el de la serenidad. Sin duda, pero yo quiero añadir otro que me parece de extraordinaria importancia: la sensatez de situar la moral y la política sobre una base científica.