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Historia

¿Un nuevo espléndido aislamiento?

Es antinatural que un país de cultura europea, de civilización judeo-cristiana, es decir, una nación con vocación universal, busque el aislamiento como solución a sus problemas. Ningún muro detendrá la globalización iniciada en 1492

La Razón
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En 1492 España puso en marcha los mecanismos de lo que hoy identificamos como globalización. Mediante la conexión entre los diversos territorios del planeta, primero gracias al transporte marítimo y luego a los avances tecnológicos, la humanidad ha ido acortando distancias. Pero lo más importante ha sido el contacto cada vez más estrecho entre ciudadanos, entre culturas y civilizaciones. De hecho, este contacto cercano es el que ha alimentado el terrorismo islámico ante el temor de que el contagio cultural afecte a su originalidad. Pero no es el único extremismo. El miedo a la contaminación, a la pérdida de raíces impulsa a muchos a fortificarse. Y, sin embargo, el encastillamiento es un movimiento inútil puesto que, a largo plazo –el «long running» de los historiadores anglosajones–, que es el ritmo al que se mueve la historia, será inevitablemente modificado por los que vendrán detrás: la fuerza de la globalidad es indetenible.

El XLV presidente de Estados Unidos tomó posesión hace pocas semanas. Tan escaso tiempo ha servido para percibir que ese gran país norteamericano está ingresando en una nueva forma de hacer política radicalmente diferente a la vigente hasta ahora. Al menos eso es lo que parece a juzgar por toda una serie de medidas que la nueva administración ha venido adoptando. Entre otras, el anuncio de la construcción de un muro en la frontera con México, la retirada de Estados Unidos de la negociación de un acuerdo de libre comercio con los países del Pacífico, el mandato para renegociar el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá (NAFTA) o la prohibición de que los ciudadanos de algunos países del Oriente Medio ingresen a Estados Unidos.

¿Estamos ante un proceso de aislamiento, de renuncia a la globalidad? Es evidente que aún es pronto para asegurarlo, pero señales como la fortificación de la frontera con México parecen indicarlo así. A lo largo de la historia, este tipo de procesos se ha reproducido en múltiples puntos del planeta y ahí tenemos la Gran Muralla china o las de Ávila, Lugo o Zamora para atestiguarlo. Con todo, hay que destacar que las mencionadas iniciativas tenían un sesgo claramente militar y defensivo.

En época más cercana, en el Reino Unido victoriano, los primeros ministros conservadores Disraeli y Salisbury aplicaron la doctrina diseñada por lord Derby según la cual «es deber de este Gobierno mantenerse en buenos términos con todas las naciones vecinas pero sin comprometerse con ninguna alianza y sobre todo esforzándose en no interferir sin necesidad y perniciosamente en los asuntos internos de cualquier otro país». Estamos ante el «splendid isolation» que marcó la política exterior británica del último tercio del siglo XIX. Como se adivina, lo que pretendían aquellos gobernantes británicos era no implicarse en las múltiples operaciones, pactos secretos o coaliciones de unos contra otros que se montaban por entonces en la Europa continental bajo el liderazgo de Bismarck. Pero este aislacionismo no impidió que el Reino Unido, la gran potencia del momento, se viera inmerso años después en la Primera Guerra Mundial.

No creo que podamos comparar el caso británico del XIX con lo que parece provenir en estos días de Washington. Pero sí que hay que recalcar que el fermento aislacionista vive en el alma anglosajona y el catalizador se pone en marcha cuando el líder del momento piensa que la solución está en recluirse. El problema es que la vocación del presidente Trump de mantener a Estados Unidos como la gran potencia internacional («we will make America great again») y el aislacionismo son ideas contradictorias. No es posible hacer a Estados Unidos grande de nuevo y al tiempo levantar muros de hormigón y barreras comerciales en un mundo globalizado sin solución de continuidad. El comercio internacional está fundamentado sobre bases de igualdad para los productos que se compran y venden entre los países.

Esto hace pensar que si Estados Unidos eleva unilateralmente los aranceles de los bienes y servicios provenientes del exterior pronto se encontrará con un trato parecido para sus productos de exportación. ¿Aceptarán esto Ford, Boeing, Amazon, las grandes multinacionales estadounidenses? Son políticas fundadas en la desigualdad, ya sean a nivel nacional o internacional, que no se adaptan a la esencia norteamericana, la que se forjó en la guerra de independencia, se plasmó en la Constitución de 1787 y se impuso en la guerra civil. Abraham Lincoln lo sintetizó en su discurso de Gettysburg (1863): «Hace 87 años, nuestros padres crearon en este continente una nueva nación, concebida en la libertad y consagrada al principio de que todos los hombres son creados iguales». Es antinatural que un país de cultura europea, de civilización judeo-cristiana, es decir, una nación con vocación universal, busque el aislamiento como solución a sus problemas. Ningún muro detendrá la globalización iniciada en 1492.