Nacionalismo

Una oportunidad para la convivencia

La Razón
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Decía Tucídides (460-399 a.C.) en su famoso diálogo entre atenienses y melios de su obra «Historia de la Guerra del Peloponeso»: (Atenienses) «Lo sabemos igual que lo sabéis vosotros: en el cálculo humano, la justicia solo se plantea entre fuerzas iguales. En caso contrario, los más fuertes hacen todo lo que está en su poder y los débiles ceden». En esencia, los padres de la Ilustración, cuando Europa comenzó a despertar de un Antiguo Régimen arbitrario e injusto, cuando el siervo y el súbdito se transformaron en ciudadano y el individuo fue el centro de la existencia, se tuvo claro que únicamente la Ley podía garantizar la justicia, solo el Imperio de la Ley nos hacía a todos iguales, nos protegía frente a despotismos, tiranías o imposiciones, era el fundamento de nuestros derechos y libertades.

Lamentablemente, los europeos, en el pasado, hemos pagado un altísimo precio antes de interiorizar principios tan básicos como estos y, cíclicamente, parecemos tener una gran facilidad para olvidarlos y abrazar los cantos de sirena de aquellos que siempre están prestos a sacar partido y rédito de la inestabilidad, a los que prefieren la anomia a la isonomia en las sociedades, aquellos que aprovechan la división y el enfrentamiento para acaparar más poder.

Ciertamente las motivaciones por las que esa mayoría de catalanes –esos más de 2,2 millones de catalanes– han votado a favor de la Ley y de la (auténtica) democracia, de aquellos que no quieren aventurismos, son tan plurales como lo es la sociedad catalana misma, los habrá que lo hacen porque se dan cuenta que esta «Revolución de las Sonrisas» es en verdad una revolución burguesa ávida de recursos y poder que deja en la cuneta a trabajadores, autónomos y asalariados; o porque ven cómo los próceres del «prusés» conciben una Cataluña excluyente e identitarista donde hay catalanes de primera y catalanes de segunda; o más pragmáticamente ven cómo el separatismo está tirando por el sumidero del populismo la recuperación económica y la prosperidad de nuestros hijos; o, incluso, quizás los más, habrán quiénes son conscientes de que nos estamos jugando el futuro de la Unión Europea, nuestra pertenencia al único proyecto de unificación política pacífica basado en los Derechos Humanos, el Estado de Derecho y la Democracia.

Lo que realmente subyace en lo que ocurre en Cataluña es un enfrentamiento entre populismo y democracia, es un problema de derechos y libertades. Estamos ante un proyecto de imposición de una ideología excluyente frente a una sociedad democrática y plural, orgullosamente diversa. Ello se demostró en los infaustos días 6 y 7 de septiembre, cuando en el Parlament de Cataluña se conculcaron los derechos políticos de esa mayoría social de catalanes, vimos cómo se quiso imponer la tiranía de una minoría sobre una mayoría social hasta hace poco silenciada.

Estamos ante un Gran Juego donde Cataluña, España y Europa se juegan el futuro, donde se están decidiendo dos modelos, por un lado uno populista/esencialista que hace de la arbitrariedad su modus operandi y diluye a la persona en un magma de imposición identitaria (decía John Stuart Mill, «...todo lo que aniquila la individualidad es despotismo...»); y otro basado en los valores de la Ilustración, inclusivo y pluralista que sitúa al ciudadano en el centro de la política y al individuo como centro de la existencia.

Bien es cierto que en esta campaña electoral, los maestros de la posverdad han sabido polarizar el debate entre falaces conceptos «República frente a 155», «Rajoy versus Puigdemont», «España contra Cataluña», y así toda una colección de mentiras repetidas ad nauseam, pero fijémonos, a pesar de mantener indemne toda esa onerosa maquinaria de manipulación mediática, a pesar de llevar más de treinta años de imposición de un programa de ingeniería social y miles de millones de euros malgastados en el mismo...a pesar de ello, se ha demostrado que los partidarios de la ruptura siguen siendo una minoría a la baja cuyos parámetros son básicamente emocionales, claramente pasionales, alejados de cualquier discurso racional más allá de los mensajes y los mantras construidos por los aspirantes al Ministerio de la Verdad de Orwell.

Los catalanes han hablado, hemos votado, Cataluña tiene ante sí una gran oportunidad, una oportunidad de convivencia y reconciliación. A pesar de que la maquinaria de propaganda nacionalista estaba funcionando a toda máquina, a pesar de las décadas de imposición identitaria, a pesar de las circunstancias adversas, la mayoría social contraria a la ruptura se ha reforzado, el partido más votado es constitucionalista. Ello nos lleva a seguir trabajando por un escenario donde se reconozca la pluralidad catalana, donde se anteponga el debate racional frente al identitario, donde no se conciban catalanes de primera y catalanes de segunda.

El Govern debe gobernar para todos los catalanes y dejar de fracturar a la sociedad catalana en función de una adscripción ideológica, que anteponga el bien común a las ideologías y ensoñaciones decimonónicas. Trataremos de facilitar escenarios con los que hacer pedagogía respecto a los principios básicos de las democracias modernas, foros de diálogo abierto y democrático.

En definitiva, una vez superado el infame proceso separatista, el perverso «prusés», queremos algo tan básico y sencillo como que el Govern –nuestro Govern– respete la ley, porque la ley –como decía al principio– es lo que nos iguala a todos, en la ley cabe todo, se puede hablar de todo, pero fuera de ella solo existe despotismo, injusticia y arbitrariedad.