El desafío independentista

¿Vale la pena?

La Razón
La RazónLa Razón

Densos dos años en la república hermana de El Salvador en lo que fue el final de un complejo proceso de paz que ponía fin a diez años de guerra, me permitieron llegar al fondo de la conciencia de alguno de los dirigentes del Frente Farabundo Martí (FMLN) el conglomerado de cinco partidos, protagonista de aquel conflicto.

Bien sé que preguntando hoy si aquellos años de guerra merecieron la pena, alguien que ostenta el poder diría que sí. Pero en 1994 abiertas aún las heridas de la guerra, al responder si valía la pena tanto dolor, tanta muerte, tanta venganza, tanto miedo, honestamente contestaban que no; que más hubiera valido invertir tanto esfuerzo en luchas sindicales o políticas.

Pienso hoy en una Cataluña convulsa, cuyos espasmos sacuden al resto de los españoles. Se esgrimen fanatismos de los años 30 que creíamos más que superados en esta «Europa unida en la diversidad» que estamos construyendo. ¿Merecen la pena los esfuerzos, los pulsos, las energías, los madrugones, la preparación de manifiestos y resoluciones, el abandono de asuntos de trascendencia social, los miedos incluso, puestos en juego? ¿Vale la pena movilizar a 9.000 Policías y Guardias Civiles y 17.000 Mossos en «asuntos internos» abandonando una constatada guerra abierta contra el yihadismo? ¿Vale la pena contabilizar las horas consumidas en el Tribunal Constitucional, el Superior de Justicia de Cataluña, la Audiencia Nacional, la Fiscalía, la Abogacía del Estado, las asesorías de Moncloa o de la Plaza de San Jaume? ¿Ha valido la pena obligar a bancos y empresas a abandonar su sede matriz? ¿O vivir sucias campañas en los medios y en las redes que a la larga se han revuelto contra sus promotores, pero que nos han desprestigiado a todos? Sólo unos pocos en este río revuelto han ganado, como este millonario disfrazado de trotskista/podemita que ha movido los hilos de la información a su conveniencia. ¿Es que hoy prefieren algunos la solución a cañonazos adoptada en 1934 por una, idealizada «benévola y serenísima» Republica, a la posible aplicación del constitucional artículo 155?

Este pasado lunes 23 me reencontré en la Universidad de Navarra con un amplio grupo de estudiantes entre los que estaban presentes muchos procedentes de hermanos países americanos. Y volvió la misma pregunta: ¿valieron la pena las URNG guatemaltecas, las FARC colombianas? Y muy pronto derivó el tema a la situación en España. ¿Porqué?

Recurrí a la necesidad de la formación –apelando a su responsabilidad como futuras élites– y muy concretamente al estudio de la Historia como fuente de criterios, como modelo comparado, como elemento esencial en la toma de decisiones de los líderes, aspecto que constituía el tema central de la conferencia.

Son tan vivos los ritmos del presente, que dificultan el ahondar en el pasado. Realmente en algo menos de dos meses hemos vivido un grave atentado yihadista en las Ramblas y en Cambrils, seguido de una manifestación histórica presidida por nuestro Rey; pero inmediatamente vivimos tras una cáustica remodelación del Govern, las ilegales proposiciones del 6 y 7 de septiembre; una Diada marcada por ellas y por la convocatoria del 1 de Octubre. Entre todo, dos cumbres Europeas, una declaración institucional del Rey, la celebración de la Fiesta Nacional el 12 de Octubre, la entrega del Planeta, la salida de bancos y empresas, las resoluciones del Constitucional, los Consejos de Ministros extraordinarios, la entrega de los premios Princesa de Asturias, sus mensajes y las actitudes de las autoridades europeas, los 40 años de la llegada del President Tarradellas.

Cuando el poeta afirmaba que los palabras iban al viento y las lágrimas al mar, se preguntaría hoy ¿adónde van a parar tantas energías ?

Cuando escribo esta reflexión, apunto dos alternativas:

a) No aprender de nuestros errores, perseverar en el error apelando al orgullo en lugar de a nuestros valores cristianos, manteniendo la fija idea de que «los atrasados son los otros» y que la cacerolada y la calle son fuentes de derecho y legitimación de soberanía. Nos jugamos la aparición de extremas izquierdas y derechas, cuyas semillas ya están sembradas.

b) Aprender de nuestros errores y salir reforzados como lo consiguieron Lincoln al afrontar su Guerra de Secesión o Tony Blair forzado a suspender la autonomía de Irlanda del Norte durante cuatro años. Ambos, asumiendo errores, siguieron el dictado de Baltasar Gracián que en «El arte de la prudencia» sentenciaba: «Menos daña la mala ejecución que la falta de decisión».

Es cuestión de hacer compatibles una europeizada España más solidaria e igualitaria, con la que no quiere perder ni raíces ni cultura ni tradiciones, que pueden sentir amenazadas por la globalización. Evitar tanto el «España nos roba», como el «tener dos lenguas no significa tener dos bocas».

Construir una Europa «unida en la diversidad» es tarea de todos. Vale la pena porque constituye el futuro de nuestros hijos.