Alfonso Merlos

Patetismo y paletismo

No es exactamente «el más difícil todavía». En el circo del nacionalismo se impone el «más patético todavía». Siempre hay ocasión para un número distinto, más osado, más extravagante, más bufonesco. Evidentemente subvencionado, porque el pesebre es el pesebre. Esta última ocurrencia, anunciada con la pompa y las alharacas que se gastan habitualmente los espadachines del separatismo, no se entiende sin el clamor de un público embobado con la idea de partir España en dos; y, desde luego, sin un poder político soberanista replegado sobre sí mismo, despegado enteramente del servicio al interés general, y concentrado en financiar toda suerte de experimentos y juegos folclóricos que ayuden sembrar y regar la semilla de la discordia y la cizaña.

Pero no es sólo lo patético exhibido sin pudor lo que se vuelve a poner de manifiesto con esta cadena pancatalanista. Es lo paleto. Es esa mentalidad simplona, falta de sofisticación, ayuna de sustancia gris, escasa de miras. Porque es de auténtica traca que los organizadores del cotarro, a fecha verano de 2013, piensen que Cataluña llega hasta Torrevieja, o que Menorca es simplemente una isla satelital del glorioso imperio con el que sueñan los vástagos de Pujol.

Pero no nos engañemos. Los partidarios del cacareado «derecho a decidir» (ignorantes por completo de un concepto catalogado con absoluta precisión en el Derecho Internacional Público) están ante una coreografía con el clásico reparto de papeles. Politicuchos que desgobiernan y jalean, medios de comunicación que se tapan los oídos y los ojos ante los atropellos y los abusos. Y titiriteros drogados de ideología que ponen en práctica lo primero que se les pasa por la cabeza para mantener entretenido al graderío. Incluso sin ser independiente, ¡Cataluña va bien! ¿Alguien lo duda?