Ángela Vallvey

Patinazos

La Razón
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Mi abuela me contó el siguiente cuento: «Un señor tacaño y riquísimo entró sin querer en una librería. Se metió allí porque no tenía ni idea de qué sitio era aquel. Lo confundió con un club de fumadores. Aunque al ver tantos libros y tan poco humo empezó a sospechar que se había equivocado. Sin embargo, ya era demasiado tarde para volver a salir a la calle sin saludar. “Hola”, dijo, esperando gastar lo mínimo posible. Ni tan siquiera en saliva. “Hola”, le respondió el librero, “bienvenido a nuestra librería. Aquí tenemos cualquier cosa que usted pueda necesitar. Pregunte, si tiene alguna duda, y estaré encantado de aconsejarle. Con nuestros libros usted puede viajar desde lo más pequeño a lo inmensamente grande sin salir del salón de su casa”. “Ah, yo creía que esto era una librería, no una agencia de viajes“. El dependiente sonrió, mostrando unos dientes en los que se reflejaban un montón de dudas existenciales que acaban de ocurrírsele. Pero no dijo nada. Cada uno es cada uno y tiene sus “cadaunadas”, pensó. “Como diga, señor”. El buen hombre, agobiado al ver al rico riquísimo mirar desconcertado hacia todos lados, se propuso ayudarle. “¿Qué puedo hacer por usted?, ¿tiene hijos? Si quiere, puedo recomendarle algo para ellos”. “Sí, claro que tengo hijos. Dos muchachos estupendos. Uno de doce años y el otro de quince”. “Ah, pues si me permite el atrevimiento, yo le recomendaría que les regale una enciclopedia. Hoy día los muchachos encuentran información donde no deben, y a mi modo de ver no hay nada mejor ni más fiable que una buena enciclopedia”, aseguró el librero. “¿Una enciclopedia?”, preguntó el rico riquísimo, “¡no, no!... Le he dicho a usted que son jóvenes. Además, ya tienen varios patinetes. A esa edad son fuertes; una enciclopedia no les voy a comprar, ¡que vayan andando!”...».

Me he acordado del cuento viendo un mapa de las librerías de cierta gran ciudad. Da la... ¿casualidad? de que los barrios ricos son los que menos librerías tienen. De hecho, casi no existen. Como si en las zonas de más renta per cápita creyeran que las enciclopedias son un medio de transporte a pedales. O que se han quedado anticuadas, teniendo la Wikipedia.

Pero qué más da, si incluso los del Premio Nobel se confunden: tenían que concederle a Bod Dylan el de la Paz, y el de Literatura a Santos, y miren...