Siria

«No podemos más. Europa; por favor, ayúdanos»

Desde Hungría. Una familia de Kobane, Siria, camina por el paso de Horgos con el fin de alcanzar Hungría y con ello el soñado espacio Schengen

La Policía húngara arresta a una familia de inmigrantes en Röszke, en la frontera con Serbia
La Policía húngara arresta a una familia de inmigrantes en Röszke, en la frontera con Serbialarazon

Una familia de Kobane, Siria, camina por el paso de Horgos con el fin de alcanzar Hungría y con ello el soñado espacio Schengen

«¿Ya estamos en Siria?». No es frecuente que unas pocas palabras sean capaces de transferir mejor que una imagen la crudeza del premonitorio y seguramente cercano final de una vida. Fue la pregunta que Ghada, una anciana siria llegada desde Kobani, hacía ayer a sus familiares mientras el mayor de sus hijos, exhausto, intentaba llevarla consigo en brazos y no perder el ritmo del resto del grupo de exilio que a mediodía de ayer caminaba por la vía férrea en la localidad serbia de Horgos, a tan sólo unos pocos kilómetros del sueño de alcanzar Hungría y, con ello, el espacio Schengen de la UE.

Ninguna novedad, en todo caso. El delirio de la señora Ghada, provocado por el agotamiento de un viaje de más de un mes a pie cruzando un continente bajo temperaturas superiores a los 35 grados, recuerda como una desesperanza a otra desesperanza aquel «¿Ya estamos en España?», que poco antes de morir afirman los testigos que pronunció la madre del poeta español Antonio Machado en su similar éxodo en Colliure, en el sur de Francia. Los desplazamientos masivos de población derivados de las guerras no suelen deferir en casi nada unos de otros a lo largo de la Historia, no importan el espacio o el lugar en el tiempo. «No puede más, por favor, ayúdennos», nos pide una de sus hijas, mientras otra mujer y su marido caminan al lado y nos muestran a su bebé de no más de un año para que les llevemos hacia algún lugar donde le den una imprescindible asistencia sanitaria. «You, Europe, help. Please» («tú, Europa, ayuda, por favor»), nos suplica en un desesperado intento de que los informadores internacionales los socorran ante la prácticamente inexistencia de ayuda humanitaria en Hungría y los aledaños de su frontera con Serbia.

A su tortuoso viaje hacia Europa se suma además la necesidad de lidiar con las mafias, que como se ha visto esta semana no dudan en jugar con las vidas de los migrantes para sacar beneficio. Ahora, nadie les puede garantizar, que su camino no termine en un furgón con lo hizo el de los 71 inmigrantes que esta semana se encontraron esta semana en una furgotea a las afueras de Hungría.

Otro padre llegado con su bebé de menos de un año desde Afganistán intenta en vano aliviar el escozor que las quemaduras del sol han provocado en la cabeza del crío, demasiado pequeño aún todavía como para que le haya crecido pelo. «Llegamos anoche y queremos dirigirnos hasta Reino Unido, allí tengo un familiar que me puede ayudar. Hemos dejado nuestra casa mi mujer, mi hijo pequeño y yo, porque en nuestro país nos van a matar. Trabajábamos de profesores los dos y los talibanes ya nos habían amenazado en dos ocasiones, así que no esperamos una tercera, porque ya sabemos lo que eso significaría».

Contrariamente al comportamiento solidario mostrado por las autoridades griegas, macedonias y, en menor medida, también las serbias, el Ejército y la Policía húngaros dificultan todo lo posible la labor de las organizaciones no gubernamentales, prácticamente los únicos que, a falta de un movimiento de asistencia más decidido por parte de los responsables comunitarios, llevan auxiliando a los refugiados desde el comienzo de esta crisis migratoria en el corazón de Europa.

La inexistencia de personal de Acnur o de Médicos sin Fronteras es manifiesta en los aledaños del paso fronterizo de Röszke, en Hungría, limitándose el Gobierno húngaro del primer ministro Viktor Orbán a levantar a través de su Ejército un centro de campaña de detención e internamiento, donde lo que más llama la atención de inmediato son tres circunstancias: la masiva presencia de policías y soldados custodiando el lugar, las alambradas de espino y las cámaras de videovigilancia cada diezmetros que lo circundan y la escasez de agua. Tampoco se permite la presencia de periodistas y la asistencia sanitaria sólo se tolera para casos de extrema urgencia.

Un grupo de internos de este centro se percata de la presencia de informadores internacionales en el exterior del recinto y comienzan a arremolinarse a centenares junto a las alambradas gritando a coro, «We want wáter, we want water». («Queremos agua»). Y es que las condiciones de acogida que las autoridades húngaras ofrecen a los migrantes son tan calamitosas, que a última hora de la tarde de ayer muchos de los refugiados que lograron alcanzar territorio húngaro comenzaron a desandar el camino. Se dirigían hacia un campamento de refugiados improvisado, pero con asistencia sanitaria y agua potable que se había instalado en la parte serbia. Al cierre de esta edición, se contabilizaban ya más de 10.000 las personas que habían buscado cobijo en este centro de emergencia, pese a que su capacidad máxima no excedçoa de 3.000.

La actitud de las Fuerzas de Seguridad húngaras parece responder claramente al deseo del Ejecutivo de Orbán de plantear una política de casi tolerancia cero con la llegada de refugiados e inmigrantes. El celo de los controles y en no pocas ocasiones la mano dura en el trato de los agentes hacia los inmigrantes y refugiados intentan sentar precedente y descartar cualquier posibilidad de flexibilidad a la hora de colocar en las semanas siguientes a Hungría como paso obligado de esta crisis migratoria.»Iremos por Croacia, entonces», nos aclara Mazen, otro joven sirio que acaba de consguir traspasar la marca en el suelo del punto kilométrico 128 de la vía férrea, la señal de que se ha entrado en territorio húngaro.

Flujos migratorios sobre el Viejo Continente

El Mediterráneo, la frontera más violenta

Las migraciones hacia Europa, el norte del Mundo, tienen principalmente tres frentes: Italia, Grecia y, en menor medida, España. Una de las vías más tradicionales de los últimos años, especialmente tras la caída de Muamar El Gadafi, es el Mediterráneo central. Es la ruta que conecta Libia con Italia. Según la Organización Internacional para las Migraciones, «es la más peligrosa del mundo». En lo que llevamos de año, más de 2.500 inmigrantes han muerto en el canal de Sicilia. Los que consiguen salvar su vida permanecen hacinados en centros de internamiento. Su suerte sigue siendo incierta. Italia y Grecia han soportado unos flujos de 111.000 y 209.000 migrantes en 2015.