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¿Qué pasa cuando el médico no se lava las manos?

«The Knick», serie que muestra las duras condiciones bajo las que trabajaban los médicos a principios del siglo XX
«The Knick», serie que muestra las duras condiciones bajo las que trabajaban los médicos a principios del siglo XXlarazon

Siete de cada 100 pacientes hospitalarios padecerán una enfermedad infecciosa.

Siete de cada 100 pacientes que ingresan en un hospital en cualquier lugar del mundo padecerán una enfermedad infecciosa que no traían de casa; se habrán contagiado en el mismo centro sanitario. Y muchos de ellos lo harán porque el personal médico que los ha atendido no se ha lavado bien las manos. Esa es la sorprendente conclusión con la que se celebra hoy en todo el mundo el Día de la Higiene de Manos, una iniciativa impulsada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para poner de manifiesto que aún a día de hoy muchos profesionales sanitarios siguen sin tomar todas las medidas necesarias para proteger a sus pacientes de las enfermedades nosocomiales. Al menos no ponen todo lo que está en sus manos: el lavado clínico de las mismas.

Los microorganismos que pululan por las salas de los hospitales, en ocasiones en la piel de los médicos, pueden causar una infección a cualquier tipo de paciente, pero sobre todo a los más vulnerables, a los que se encuentran en estado crítico o inmunodeprimidos, entre los que la prevalencia de enfermedades nosocomiales puede llegar al 30 por ciento. En el mundo, 1,4 millones de personas mueren al año por culpa de estos contagios. No todos llegan a lomos de las manos mal cuidadas, pero sí una gran parte de ellos.

Las manos de cualquier persona portan una cantidad enorme de microorganismos. Muchos de ellos pertenecen a la biota propia del individuo y otros proceden del ambiente, de plantas, animales o personas del entorno que aprovechan nuestra piel para trasladarse de un lugar a otro. A este segundo grupo se le conoce como micriobiota transitoria y suele colonizar las partes más externas de la piel. La flora residente –la propia de cada uno de nosotros– se encuentra en capas más profundas de la dermis y, por lo tanto, se transmite con mayor dificultad.

Cuando nuestra mano entra en contacto con otra fuente de bacterias, éstas proliferan rápidamente en la piel. Entre ellas se encuentran Staphylococcus aureus, bacilos gramnegativos y varias especies de Candida. Algunos de estos agentes infecciosos pueden generar multirresistencia. Si un médico transmite con las manos uno de estos microorganismos a un paciente, la colonia puede proliferar muy rápidamente, sobre todo si padece algunas enfermedades de base como la diabetes, está sometido a hemodiálisis o sufre dermatitis crónica.

Está más que demostrado que la mejora de los protocolos de limpieza de manos reduce considerablemente la cantidad de infectados dentro del entorno hospitalario. De hecho, las mejoras en la prevención dentro del Sistema Nacional de Salud han permitido que en España las enfermedades nosocomiales hayan descendido un 34 por ciento en los últimos 25 años. El porcentaje de personas afectadas en nuestro país (5,8 por ciento) es cerca de un punto menor que la media global.

Pero sorprendente que todavía la OMS tenga que seguir alertando sobre el correcto seguimiento de los protocolos de limpieza manual por parte del personal sanitario.

Nada más y nada menos que en 1848 la comunidad médica mundial se mofó hasta el oprobio de un joven médico especialista en obstetricia que había osado socavar los cimientos del estamento científico con una propuesta ominosa e indignante. La propuesta llegó a manos del doctor Henry Steven Hartmann ese mismo año a modo de carta:

«El joven médico Ignaz Semmelweis, del hospital de obstetricia de Viena, sostiene, en oposición a todas las ideas clínicas de nuestra época, que la fiebre puerperal es consecuencia de la transmisión de las llamadas sustancias infecciosas por las manos de médicos y estudiantes que, después de practicar autopsias, no se las han lavado convenientemente. Semmelweis niega validez a toda la doctrina de nuestra medicina y sostiene la necesidad de la limpieza de manos con agua dorada para ahuyentar la fiebre puerperal en los hospitales».

Aquel médico vienés, primero, y la pionera de la enfermería Florence Nightingale más tarde convencieron al estamento médico de que debían dejar de tratar a sus pacientes con las manos sucias, muchas veces incluso aún ensangrentadas después de haber practicado una autopsia. El nacimiento de la asepsia salvó la vida de millones de personas desde entonces (aunque la propuesta fue tan revolucionaria en su momento que Semmelweis fue expulsado de la comunidad médica).

Hoy sabemos que lavarse las manos con agua y jabón durante 15 segundos reduce la carga bacteriana de la piel entre 10 y 100 veces. Si el lavado es de 30 segundos, la cantidad de bacterias puede llegar a ser 1.000 veces menor. Por cierto, llevar guantes no es siempre una garantía de asepsia. Lavarse bien las manos, sí.