Educación

Ausencia de Dios por defecto

La Razón
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Pincho en mi navegador para entrar en la red y me sale inmediatamente una pantalla que dice: “¿Le gustaría convertirlo en su navegador por defecto?”. Que algo se instala por defecto quiere decir que se convierte en una estructura primaria, en un marco o suelo general a partir del cual operamos y desde el cual miramos y proyectamos, pero que él mismo queda presupuesto, y por lo tanto invisible; algo así como las creencias de Ortega o los presupuestos archioriginarios de los paradigmas de Thomas Kuhn o esos postulados primarios de la existencia familiar (cotidiana) del hombre (del Dasein) que caracterizan un determinado momento histórico de una cultura... Algo así ocurre hoy en las sociedades occidentales con la ausencia o el silencio de Dios. Si en el medioevo europeo, Dios estaba por defecto, hoy en día Dios está ausente por defecto.

Está ausente por defecto en la vida pública, quedando relegado a ámbitos estrictamente privados. Las posiciones particulares de las personas tienen siempre presencia pública, y no puede ser de otra manera habida cuenta de la esencial estructura intersubjetiva del hombre, pero en el caso de su relación con Dios no hemos encontrado el equilibrio. Este asunto se hace palpable en muchos ámbitos de la vida social, pero de manera particular en el ámbito de la educación al que voy a referirme.

El debate en España suele plantearse a partir de la dualidad ‘enseñanza pública’ versus ‘enseñanza privada’ o ‘enseñanza concertada’, reduciéndose cada vez más a la contraposición ‘enseñanza pública’ versus ‘enseñanza concertada’ debido a que la enseñanza estrictamente privada no recibe fondos del Estado y a que se identifica a los centros concertados con los centros confesionales de la Iglesia Católica (lo cual delata ya un cierto malestar cuando Dios deja de estar ausente). El debate se produce también sobre la presencia de la religión como asignatura en la enseñanza primaria, secundaria y bachillerato en general, aunque últimamente se ha extendido también a la Universidad a partir de la presión de algunos grupos para eliminar las capillas católicas de la misma y hace no mucho con el tema de los crucifijos en locales estatales. Se trata, pues, de dos cuestiones transversales que confluyen: por un lado el de una cultura, que bajo el argumento de construirse sobre el mínimo de valores y creencias compartidos excluye las religiones; y, por otro lado, sobre el supuesto de que el Estado es la única instancia garante de este ‘neutralismo vital’. Tendencia, pues, a una cultura que tiende a excluir a dimensión religiosa del ámbito público, y tendencia a un estatalismo que se apropia el ámbito de lo público identificándolo con lo directamente gestionado por el Estado. Las dos posiciones son en mi opinión erróneas. La primera, porque la estructura común de convivencia no puede ser razón para excluir dimensiones decisivas de la persona humana, más bien al contrario, su papel debería ser el de posibilitarlas; y además porque, cuando se aplica a ámbitos decisivos como la educación, lo que ella propone, realiza y sostiene con la aportación de todos los ciudadanos no es una especie de vida neutra (que sería una no-vida), sino una concreta opción vital, con modos organizativos propios, valores estéticos y modos de acción también propios, caracterizados en gran medida por lo que excluyen ; por ejemplo, la ausencia de Dios y de vida religiosa. Pretender que la ausencia de vida religiosa en los centros educativos es una opción neutra es manifiestamente falso, no sólo porque toda exclusión tiene contenido: aquello que excluye, sino también porque a las personas, y de modo particular a los jóvenes, no nos conforma sólo lo que hacemos, sino también y con la misma intensidad lo que dejamos de hacer. También la segunda identificación (de lo público con lo estatal) es obviamente errónea, un servicio público puede ser gestionado por personas singulares (como un taxi) o por grupos de ciudadanos, como las farmacias, los restaurantes, las ONGs (en Portugal, por ejemplo, los bomberos funcionan así) ... y, claro está, los colegios.

Tenemos, pues, dos debates, que, sin embargo, están relacionados: primero el de escuela estatal versus escuela concertada, y segundo el del lugar o no-lugar de la dimensión religiosa en la escuela.

Naturalmente que la primera cuestión depende de manera sustancial de qué sea la educación y cómo se conciba, lo cual presupone a su vez qué antropología se profese. La cuestión es que se educa la persona completa, y la persona completa implica la inteligencia, el sentimiento, la voluntad, la unidad cuerpo-alma y la estructura religada de toda persona. Como magníficamente ha mostrado el pensador español X. Zubiri, la cuestión del Fundamento no es opcional en el hombre, sino estructural; cualquier persona humana tiene que adoptar una posición a este respecto, incluso la supuesta indiferencia es ya una posición al respecto. Esta compleja estructura unitaria de la persona humana implica que educar no puede reducirse a ninguna de sus dimensiones particulares: no se reduce a adiestrar la inteligencia, o la voluntad o el sentimiento o el cuerpo; al contrario, se educa la persona completa de forma unitaria, y en ello la cuestión religiosa es esencial. Los colegios se vertebran, entonces, se acuerdo a la antropología que profesan, al ideal de hombre que buscan. Esta unidad ideal de la persona buscada determina la propia estructura unitaria del centro y su plan educativo. Las instituciones educativas deben tener cuerpo y alma y ello de forma armoniosa. Deben, pues, gozar de una unidad por encima de los profesores individuales que se plasme a cada momento en todas las dimensiones del centro, en lo que hace y en lo que deja de hacer, en las dimensiones intelectuales, sentimentales y de la voluntad. La unidad de la vida humana se sustantiva de manera fundamental por la autoconciencia, y una dimensión fundamental de la autoconciencia es la afectividad o sentimiento, el temple de ánimo que acompaña a mi vida. El colegio reproduce este factor en la propia autoconciencia de su identidad educativa, y el correlato en él de la afectividad individual es el ambiente afectivo que genera en torno suyo. Sólo por este aspecto los colegios pueden, y son de hecho, enormemente diferentes entre sí. Se comprende, entonces, cuan diferentemente educan unos colegios de otros, como también las dificultades que se producen cuando un colegio carece de esta unidad de la que estamos hablando. Pues, bien, el Estado debe articular la estructura legal para que estos diferentes proyectos educativos tengan lugar, porque, y ahora entramos en otra cuestión, el pluralismo inherente a las sociedades occidentales actuales, lo exige.

En una sociedad trans o postmoderna como la nuestra es irrenunciable resolver bien el modelo educativo de forma que se articule adecuadamente el pluralismo. Los teóricos de la postmodernidad han insistido en el fin de los grandes metarelatos y en la necesidad de replegarse a una razón débil. Creo que esto es una mala interpretación de lo acaecido. Lo que ha fracasado ¡a Dios gracias! ha sido todo intento de imponer totalitariamente una determinada concepción del mundo, pero ello no quiere decir que no haya concepciones del mundo mejores y más verdaderas. Lo que ahora toca es articular un sistema que permita a las concepciones del mundo (sobre una base de un mínimo de acuerdo de convivencia) desarrollarse y dialogar entre sí, es decir, de lo que se trata es de ordenar el pluralismo. No hay ninguna razón para que el Estado tenga que gestionar los colegios y menos aún para que sólo los colegios gestionados por el Estado reciban la financiación del dinero de todos los españoles, de forma que sólo los pudientes tengan la opción de apostar por modos educativos diferenciados. El Estado debe acordar, establecer y custodiar las reglas del juego, quizá él mismo, si se quiere, podrá también jugar, pero como un agente más y respetando las reglas en condiciones de igualdad. Ha de ser la plural sociedad civil la que presente proyectos educativos y los pongan en práctica, proyectos que los ciudadanos en base a su inviolable pluralidad elegirán libremente. Establecer o mantener un sistema estatalista en el que sólo los colegios gestionados por el estado reciban el apoyo del esfuerzo de todos los ciudadanos no es suficientemente eficaz, es, además, injusto y empobrecedor, pues se dirige el esfuerzo de todos a apoyar una determinada opción educativa dejando a otras en condiciones de inferioridad. Se dice que la enseñanza estatal es para todos, pero lo es en una determinada dirección antropológica que tanto por lo que hace como por lo que excluye está ideológicamente caracterizada. Los esfuerzos de todos los ciudadanos se canalizan así a soportar y promocionar una determinada vía ideológica, un determinado tipo de hombre, excluyendo otros. Ya he aludido a la imposibilidad de una educación neutra, por esta razón en países estatalistas como Francia, lo que en realidad hace el estado es propagar la ideología de la revolución francesa, por ejemplo, promocionando ciudadanos religiosamente analfabetos, es decir, con una dimensión fundamental de sus vidas atrofiada. No es extraño que Francia, como otros países europeos se ya tierra para la misión. Pero lo sustancial es que esta situación es injusta y no respeta el principio democrático fundamental del pluralismo. Evidentemente yo no puedo obligar a unos padres que piensan que Dios no existe y que la religión es enajenante a que eduquen religiosamente a sus hijos, pero recíprocamente tampoco se nos puede obligar a los padres creyentes a educar a nuestros hijos en sistemas reducidos educativamente, cuando no realmente en la práctica agnósticos o de ateísmo práctico; no se nos puede obligar pagando ‘religiosamente’ nuestros impuestos como hacemos a que algo tan decisivo como la educación de nuestros hijos tenga que excluir tantas cosas y se sitúe en la ausencia de Dios por defecto. Es trampa igualmente afirmar que estos padres pueden educar así a sus hijos pagándolo, pues mientras que una determinada opción educativa es sostenida con el esfuerzo de todos los ciudadanos, otras igualmente legítimas, no.

La educación concertada no es, pues, una concesión benévola del Estado o de un determinado partido político en una precisa coyuntura histórica a determinadas colectividades por las razones que fuere, al contrario es un derecho inalienable de los ciudadanos y un deber ineludible de las sociedades verdaderamente democráticas respetar el pluralismo y no tratar de imponer injusta y subrepticiamente determinados modos de hacer, determinadas líneas ideológicas y vitales, como un eco de trasnochadas tendencias totalitarias modernos. Naturalmente que la educación, a pesar de lo que se diga, ha mejorado mucho en España en muchos aspectos, por ejemplo en la posibilidad de que todos los niños accedan a ella independientemente de la situación de su familia, naturalmente que la llamada enseñanza pública ha hecho aportaciones magníficas a nuestra sociedad y puede seguir haciéndolas, es obvio que hay en ella maestros extraordinarios, pero queda dar un paso adelante fundamental a favor del pluralismo educativo, lo cual contribuirá a mejorar todas las diversas opciones y supondrá profundizar en nuestras democracias enriqueciendo de forma decisiva nuestras sociedades.

*Profesor de Filosofía en la UESD y en la UPSA; decano de la Facultad de Filosofía de la UESD