Actualidad

Papel

Dios es el quicio de la vida

La Razón
La RazónLa Razón

¡500 años! Para quien está ya en la eternidad de Dios es como un día. Para la historia de la humanidad es una buena tirada. Y en esta historia de la humanidad, Teresa de Jesús es una mujer inquieta y andariega por los caminos de España, conocedora de los caminos del Espíritu y deseosa de que su Señor, nuestro Señor, sea conocido y amado.

«Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?», he aquí el principio y fundamento de su vida, como aquel Agustín que nos enseñó: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». ¿Por qué el hombre de hoy se empeña en construir un mundo sin Dios? Si Dios es el quicio de la vida, el norte de la existencia, el que estimula el corazón humano en una búsqueda inquieta y constante para bien del mismo hombre. Que Santa Teresa nos devuelva la alegría de haber encontrado el sentido de la vida y el rumbo de nuestro caminar. Sin Dios, iremos contra el hombre. Sólo Dios puede hacernos solidarios de nuestros hermanos.

«Tan solo os pido que le miréis», nos dice cuando habla de oración. Mirar a Cristo, a Cristo crucificado. Es lo que vamos a hacer particularmente durante estos días de Semana Santa. «En la Cruz está la vida y el consuelo/y ella sola es el camino para el cielo». En la humanidad santa de Jesús encontró Teresa el camino para llegar a Dios, porque es el camino que Dios ha recorrido para llegar al hombre. Sólo en él hay salvación.

«Al fin muero hija de la Iglesia», son sus últimas palabras. Quien ha vivido, quien ha gozado y sufrido en la Iglesia, percibe que la Iglesia es la casa común, el hogar cálido para nuestra peregrinación, el espacio abierto para acoger a todos los que llegan y para salir en busca de los que faltan. Una Iglesia misionera, una Iglesia samaritana, una Iglesia cercana a todos para llevar a todos el amor de Dios y hacer de todos una fraternidad universal en Jesucristo. Como la vivió Teresa de Jesús.