Fernando Sebastián Aguilar

Fernando Sebastián: «La Transición no habría sido posible sin los obispos»

Fernando Sebastián / Cardenal y arzobispo emérito. Su papel fue clave durante el paso de la dictadura a la democracia. Negoció con el primer gobierno socialista los Acuerdos con la Santa Sede. Hoy, recoge en sus memorias todas sus experiencias

El cardenal reside, desde su renuncia en 2007, en Málaga
El cardenal reside, desde su renuncia en 2007, en Málagalarazon

Su papel fue clave durante el paso de la dictadura a la democracia. Negoció con el primer gobierno socialista los Acuerdos con la Santa Sede. Hoy, recoge en sus memorias todas sus experiencias

Fernando Sebastián (Calatayud, 1029) –cardenal, arzobispo emérito, religioso claretiano– es una de las figuras más importantes de la Iglesia en España desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Fue rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, secretario general y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española y vivió en primera persona la Transición desde el punto de vista de la Iglesia. También fue el encargado de negociar con el primer Gobierno del PSOE los Acuerdos Santa Sede-Estado Español y convivió con el terrorismo durante sus años como arzobispo de Pamplona. Esto y el cardenalato, que le llegó por sorpresa en 2014, se recogen en «Memorias con esperanza» (Encuentro), una obra imprescindible para conocer una etapa emocionante de nuestra historia y el papel que en ella jugó la Iglesia.

–No tiene que ser fácil echar la vista atrás y escribir...

–Escribir tus memorias es una experiencia intensa, tienes que recuperar recuerdos, ordenarlos, evaluarlos, es como pasar revista a tu vida entera.

–¿Por qué decidió escribirlas?

–Había quienes me insistían para que lo hiciera, pero yo no lo veía. Tardé mucho en decidirme. No me parecía muy elegante hablar de uno mismo. Al final me decidí por una razón concreta y otra más general. La más concreta consiste en dejar constancia de la contribución de la Iglesia española a la reconciliación de los españoles. La razón más general fue el deseo de dejar a las generaciones actuales un testimonio sincero y fehaciente de lo que vivimos en aquellos años y de cómo lo vivimos.

–Usted vivió muy de cerca la Transición. ¿Hubiese sido posible sin la Iglesia?

–Para mí está muy claro que la Iglesia contribuyó decisivamente a preparar la transición política y a llevarla a término. Sin la contribución de los obispos y de muchos católicos no hubiera sido posible. Sin el Concilio Vaticano II y sin la postura clara y firme de la Iglesia a favor de la reconciliación y el reconocimiento de los derechos de todos los españoles, las cosas hubieran sido diferentes. Por encima de colores y etiquetas políticas, la conciencia moral de muchos políticos cristianos fue también decisiva en la marcha de los acontecimientos.

–Hoy hay nuevas fuerzas políticas que atacan a la Transición y la Constitución. ¿Es momento de una nueva Transición y de una nueva Carta Magna?

–Me temo que los que critican aquella transición no están en condiciones de valorar lo que aquello supuso y el valor permanente de lo que entonces se hizo. Por supuesto, en la vida social y política todo es revisable y mejorable. Si cambiamos, tendría que ser para mejorar, no para volver a los errores del pasado. En una sociedad tan abierta y diferenciada como la nuestra, la concordia y el consenso en los fundamentos y en las exigencias básicas de la convivencia son indispensables. Las divisiones nunca pueden dar buenos resultados. Entonces lo veíamos muy claro. Ahora no sé si tanto. Es cuestionable eso de hablar de una «nueva transición». Transición ¿hacia dónde? Salimos de la dictadura y establecimos una democracia. ¿Qué es lo que ahora se pretende establecer? Es evidente que tenemos que vivir en una aspiración permanente de corregir y mejorar lo que tenemos. Pero sin negar lo ya adquirido. La exaltación del cambio por sí mismo me parece un error, fuente de muchos males. No podemos vivir continuamente negando lo que tenemos y queriendo comenzar de nuevo. Así no prospera la humanidad.

–El panorama político actual es muy complicado. ¿Qué opina de esta situación?

–El servicio al bien social común es la norma moral indispensable que debe guiar las actuaciones de todos los políticos. Cuando esta primacía del bien común se respeta, aunque haya diferencias en los procedimientos, esa norma común ayuda a encontrar puntos de colaboración y evita llegar a enfrentamientos insuperables. Cuando las ideologías o los intereses partidistas se absolutizan y prevalecen sobre la búsqueda sincera del interés común de los ciudadanos, las cosas no pueden ir bien. Las diferentes familias políticas tienen que tener un punto de referencia común que les permita convivir y colaborar.

–¿Y de que la llave pueda estar en manos de partidos que quieren romper la unidad de España?

–Los separatismos, por definición, no tienen en cuenta las exigencias del bien común.

–Volvamos a las cuestiones eclesiales. ¿Cómo ve la reforma del Papa Francisco?

–La Iglesia tiene que vivir en una renovación permanente. No aceptar esta llamada es tanto como decir que todo está bien, que estamos haciendo todo bien, que no hay nada que pueda mejorar. Tanto en nuestra vida como en la organización de la vida de la Iglesia, podemos y debemos mejorar mucho. Y en la administración de las cosas de la Iglesia hay que descentralizar mucho, y profesionalizar seriamente el tratamiento de las cosas temporales que manejamos en la Iglesia.

–¿Y las resistencias?

–No me escandalizan. Las veo como algo normal. No han faltado nunca en la Iglesia. Las hubo también muy fuertes en el Concilio. Son un signo de libertad y muchas veces fruto de una sincera fidelidad

–¿Cree que Francisco también renunciará?

–Nadie sabe lo que puede ocurrir. Sí pienso que si el Papa en algún momento llega a la conclusión de que el buen gobierno de la Iglesia pide su renuncia, él renunciará con toda normalidad.