Italia

Francisco lava los pies a los presos: «Jesús nos ama sin límites»

Celebra la Eucaristía del Jueves Santo en la cárcel romana de Rebibbia. Pide que recen por él para ser «más esclavo en el servicio de la gente»

El Papa Francisco se dejó abrazar por los reclusos tras la celebración eucarística
El Papa Francisco se dejó abrazar por los reclusos tras la celebración eucarísticalarazon

En su tercera Semana Santa desde que fue elegido Pontífice, Francisco volvió a celebrar el Jueves Santo, la Misa de la Cena del Señor, junto a los últimos de la sociedad. Si el primer año fue un centro penitenciario de menores y el año pasado un centro para personas con discapacidad, en esta ocasión eligió la cárcel romana de Rebibbia, donde celebró la Eucaristía en la que lavó los pies a seis reclusos, a seis reclusas y a un niño que vive allí con su madre.

Nada más hacer acto de presencia, el Papa Bergoglio recibió el cariño de cientos de internos, que le vitorearon, abrazaron y besaron, le pidieron que bendijera artículos religiosos y le entregaron cartas. «Gracias por esta acogida tan calurosa», dijo el Pontífice a los congregados en el exterior de la Iglesia del Padre Nuestro, en el recinto carcelario.

La celebración, breve, sencilla y muy emotiva, estuvo marcada por dos momentos concretos: las palabras del Papa en la homilía y el rito del lavatorio de los pies, que el propio Jesús realizó con sus discípulos, según se leyó en el Evangelio de San Juan.

«Jesús nos amó, Jesús nos ama sin límites, siempre, hasta el extremo. El amor de Jesús por nosotros no tiene límites, siempre es más; no se cansa de amar a ninguno. Ama a todos nosotros hasta el punto de dar la vida por nosotros; sí, dar la vida por nosotros. La ha dado por cada uno de nosotros, con nombre y apellido. Su amor es así, personal», afirmó Francisco en una homilía breve e improvisada. El Pontífice argentino insistió en que Jesús «no desilusiona nunca, porque no se cansa de amar, no se cansa de perdonar y no se cansa de abrazar».

La segunda idea la desarrolló con base en el lavatorio de los pies. Tras explicar el sentido de esta acción en la época de Jesús y que la realizaban fundamentalmente los esclavos, añadió: «Jesús nos tiene tanto amor que se ha hecho esclavo para curarnos. Hoy, en esta Misa, la Iglesia quiere que el sacerdote lave los pies de 12 personas en memoria de los 12 Apóstoles. Cuando nos lava los pies, nos purifica, nos hace sentir otra vez su amor». Francisco dijo que él iba a hacer lo mismo con 12 presos en representación de los más de 2.000 internos que allí viven y les pidió que recen por él, porque «también necesito ser lavado». «Rezad para que el Señor lave mi suciedad, para que yo me vuelva más esclavo vuestro, más esclavo en el servicio de la gente», concluyó.

Dicho esto, se retiró la casulla, se ató una toalla a la cintura y fue lavando y besando los pies de los presos, arrodillándose ante ellos con la ayuda del maestro de ceremonias del Vaticano; mirándolos con ternura, a lo que respondieron unos con un «gracias», y otros con lágrimas. Entre estos 12, una mujer con su hijo en brazos, a quien también el Santo Padre lavó y besó.

A la conclusión de la celebración, Francisco se mezcló entre los reclusos y se dejó, nuevamente, besar y abrazar, ante el nerviosismos de la seguridad vaticana. Todos querían tocarle y Francisco, con la sonrisa siempre presente, se detuvo con todos. Una vez más, vuelve a mostrar a la Iglesia que tiene que habitar las periferias, físicas y existenciales, para llevar, como reza su exhortación apostólica, «la alegría del Evangelio». Ayer se pudo comprobar en la cárcel de Rebibbia.

En la jornada de hoy, las celebraciones de Semana Santa vuelven a la Basílica de San Pedro, donde Francisco presidirá, a las 17 horas, la celebración de la Pasión del Señor. Unas horas más tarde, también encabezará el rezo del Vía Crucis, que se celebrará en el Colosseo de Roma y cuyas meditaciones ha preparado el obispo emérito de Novara, Renato Corti.

Una visita para conocer la realidad de las cárceles

El capellán de la cárcel de Rebibbia, Pier Sandro Spriano, reconoce que la visita de ayer «fue muy importante», aunque añade que sobre todo lo fue para los que están fuera. «Los cristianos todavía no han comprendido que dentro de la cárcel hay una Iglesia. No una Iglesia de matones, sino una Iglesia de hombres y mujeres que rezan, celebran, reflexionan, escuchan la palabra de Dios y quieren explicar el concepto de justicia del Evangelio, que piensa en castigar si es necesario, pero también en salvar a los culpables», explicó Spriano a «L’Osservatore Romano».

Este sacerdote lidera la atención pastoral –ofrece un camino celebrativo de oración y catequesis– que se realiza en este centro penitenciario, que alberga a más de 2.000 reclusos. Para llevarlo a cabo, le ayudan otros tres capellanes, trece sacerdotes voluntarios, 22 seminaristas y un centenar de voluntarios de Cáritas. Aunque ayer fue un día jubiloso, la realidad que esconden los barrotes es dramática, tal y como explica el capellán penitenciario: «Es devastadora para la persona. Se vive una situación que no favorece la reconciliación».

En su opinión, un preso hoy día sufre, además de la privación de libertad, la vulneración de otros derechos como la afectividad, la privacidad o la salud». Por esto, concluye, es tan importante esta visita papal, pues trae esperanza y, sobre todo, «será útil fuera de estos muros, más allá de los barrotes».