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La escapada del Papa

La Razón
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Sucedió el pasado miércoles. El Papa Francisco salió de la casa de Santa Marta en el Ford Focus para una visita rutinaria al dentista del Vaticano. Al terminar la consulta, pidió a su conductor que le llevara a la Pontificia Comisión de América Latina, situada fuera de los muros vaticanos. En el cuarto piso de la Vía della Conciliazione 1. Le advirtió de que aquello era complicado. «Soy el Papa; no te preocupés, que estamos en la mano de Dios». El chófer obedeció. Él mismo llamó a la puerta. Los ujieres abrieron y no se lo podían creer. «¡Buenos días! ¿Puedo pasar?». Acudía a reunirse con el profesor Guzmán Carriquiri, responsable de la institución. «Oiga doctor, ¿tiene tiempo para conversar un rato?«. Y su interlocutor bromeó: «No, mi agenda está muy ocupada. ¡por favor, venga otro día!». Media hora de reunión a puerta cerrada y después diez minutos para un café con todos los que allí estaban. Esta escapada de Francisco no es una anécdota. Dice mucho del pastor que no quiere encerrarse en un palacio de cristal. Del hombre que acude a una óptica de Roma a cambiar los cristales de sus gafas –la montura no, puede aguantar–. De aquel que no duda en llamar desde su teléfono fijo lo mismo a Raúl Castro que a una monja de clausura en Córdoba. Pero sobre todo habla de un Papa que tiene claro lo que quiere y va a por ello, en lo cotidiano, pero también en la gran reforma que ha emprendido para la Iglesia. Este es Jorge Mario Bergoglio, el hombre que antepone la persona al protocolo, el encuentro a las formalidades. Así es el amigo de Alicia Barrios.