Elecciones 24-M

Rivera: primer test para ser del PSOE o del PP

Rivera junto al candidato de Ciudadanos en Madrid, Ignacio Aguado durante la cena de cierre de campaña
Rivera junto al candidato de Ciudadanos en Madrid, Ignacio Aguado durante la cena de cierre de campañalarazon

Como bien dice el refrán, todo lo que muy rápido sube, más dura tendrá su caída. Algo asimilable a lo que ha sido la campaña de Albert Rivera, un joven que nadaba a destajo en un elitista club deportivo de Barcelona y presumía de ser un chico bien del PP catalán, donde militó durante cuatro años. Era un chico de derechas, muy vinculado a los populares catalanes y contrario al nacionalismo, algo que le había inculcado uno de los ideólogos del catalanismo ilustrado, Frances de Carreras, gran impulsor de su aventura política. Así fue como Rivera abanderó el discurso españolista, sacó pecho y se enfrentó a las tesis soberanistas. Esto le funcionó en Cataluña y hasta posó como Adán en el Paraíso para vender aires de fresco cambio.

Pero el ascenso de Rivera y su marca, Ciudadanos, afrontaba toda una encrucijada en el resto de España. «Yo seré transversal», repetía hasta la saciedad, con el objetivo de ser un líder pulcro, sin mácula y sin mojarse. Ello puede valer un tiempo y ser conveniente, hasta que se vuelve en contra. Ya se ha visto a lo largo de esta campaña cuando alguno de sus colaboradores se lamentaba en privado: «Ponemos un circo y nos crecen los enanos». Contradicciones profundas en el programa económico, divergencias ante la investidura de Susana Díaz en Andalucía, ambiciones soterradas, afán de protagonismo y poder en algunos candidatos. Al líder naranja le salían molestos moratones.

Su pertinaz discurso contra la corrupción le salió rana al descubrirse anomalías en sus propias filas. Para colmo, en Miranda de Ebro se detectaba un fraude con jubilados en las candidaturas de Ciudadanos sin ellos saberlo. Su «gurú» económico, Luis Garicano, soltaba unas propuestas fiscales asustadizas, mientras el candidato a la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, anunciaba subidas de impuestos. Un ir y venir de mensajes cruzados, unas veces liberales, otras socialdemócratas, y Rivera invocando un cambio para convencer a los indecisos. Pero el mito se desinflaba y las encuestas eran claras: Ciudadanos ha tocado techo.

La traca final fueron las declaraciones de su secretario general, Matías Alonso, en las que mostraba las preferencias de C’s por pactar con el PSOE, con más coincidencia ideológica que con el PP. La neutralidad saltó por los aires y después de este domingo Rivera tendrá que definirse. Si pacta con unos o lo hace con otros, en plan veleta, acabará mal parado y su partido bisagra se diluirá en guerrillas de poder. Ello, unido a una nula experiencia de gestión que no convence del todo. Y le será muy difícil, tal como pretende, llegar inmaculado a las elecciones generales.

La hora de la verdad empieza ahora. Su afán por ser una especie de «rey padre» sobre los dos PP y PSOE, y un líder estable frente a Podemos, puede derrumbarse. Muchos en sus bases piensan que esta indefinición acaba pasando factura, como en Andalucía. La gente no perdona a quienes juegan al despiste sin concretar programas y no favorecen la estabilidad. Precisamente no contribuir a ella, queriendo ser el joven cortejado por todos, es su mayor talón de Aquiles.