Ángela Vallvey

«Schuld»

Si Andreas Lubitz era un asesino de masas (responsable de la muerte de las 149 personas inocentes que viajaban en el infortunado vuelo de Germanwings estrellado en los Alpes), incluso siendo calificado por el fiscal de «homicida involuntario», será su familia quien pagará de por vida una amarga condena por tan horrendo crimen. Los padres y el hermano pequeño de Lubitz cumplirán cadena perpetua por una fechoría que ellos no han cometido. El idioma alemán explica de manera perfecta el problema: las palabras «culpa» y «deuda» (la que conlleva toda culpa) tienen la misma raíz semántica; con la palabra «Schuld» se denomina a ambas. Schuld: responsable. La culpa y su deuda resultante son una penosa responsabilidad. Los familiares del supuesto asesino deben sentirse abrumados por el peso de la mancha que Andreas –su hijo, su hermano– les ha dejado como herencia maligna. Un legado perverso que se convertirá en estigma. Que los perseguirá allá donde vayan. De la misma manera en que Caín recibió una maldición («Cuando trabajes la tierra, no te dará fruto. Vagarás eternamente sobre la tierra...»), los desgraciados familiares de un agresor capaz de acabar con la vida de tantas personas están sentenciados a no poder encontrar la paz. No sólo social, sino espiritualmente.

Los familiares de las víctimas de un crimen son asimismo mártires trágicos del acto infame, pero pueden conservar para siempre el tesoro del buen recuerdo de sus seres queridos, un legado precioso y benigno que les ayudará a cicatrizar las heridas andando el tiempo, cuando logren superar el luto brutal de la injusta pérdida. Nadie puede arrebatarles ese consuelo, por fortuna... Sin embargo, los familiares de un malvado –siendo inocentes, y aún no teniendo culpa directa–, se ensucian hasta el alma, arrastran la responsabilidad mancillados, deshonrados, eternamente avergonzados. Dignos de compasión.