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Segundas partes...

«Fidelio», de Beethoven. M. König, A. Pieczonka, F. Selig, A. Fritsch, E. Lyon, G. Juric, A. Held. Orquesta y Coro: Titulares del Teatro Real. Pier’Alli, dirección escénica. H. Haenchen, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 27 de mayo de 2015

Momento de Fidelio en el Teatro Real de Madrid
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Los cambios en la dirección artística del Teatro Real y los ajustes económicos han traído como una de sus consecuencias la sustitución de la nueva producción, inicialmente prevista para «Fidelio», por un intercambio con el Palau de les Arts valenciano, a través del cual llega la producción de Pier’Alli estrenada allí en 2006 como su verdadera inauguración operística. Esta obra también se vio en Madrid en 2001, con las huestes de Barenboim, en los carísimos pero añorados festivales de verano.

«Fidelio», la única ópera de Beethoven, es una obra que habla de libertad y que desarrolla su acción en Sevilla. Ciudad que cuenta con media docena de títulos del gran repertorio que localizan en ella su acción. También es un gran título a pesar de que Beethoven la viese fracasar en los estrenos vieneses de 1805 y 1806 y sólo triunfase en el tercero de 1814, haciendo honor al refrán. Es indudable que en ella se refleja la admiración que el compositor sentía por Haydn –hay varias anotaciones en la partitura original– y por Mozart y su «Flauta mágica», con la que comparte muchas cosas. Así, el alejamiento de los moldes tradicionales líricos, el exponer mucho más que una relación amorosa, el carácter de sus peculiares «singspiel», incluso ese único dúo entre Florestan y Leonora que, como en el caso mozartiano con Tamino y Pamina, no es exactamente un dúo de amor. Cuando aparece el personaje de Don Pizarro es cuando Beethoven decide separarse de Mozart y ahondar en su propia personalidad. Buena música, con momentos excelentes, pero ópera fallida en muchos aspectos.

En la producción de Pier’Alli, dentro de una concepción tradicional, sobresale el empleo de proyecciones, muy bien realizadas, que otorgan una nueva dimensión a la acción. Mención especial merece el descenso a los calabozos, partiendo de una imagen congelada que parece inicialmente uno de los decorados. El Palau de les Arts ha logrado amortizarla sobradamente, ya que son unos cuantos los teatros a los que ha viajado. En Valencia se contó con una dirección musical y un reparto muy superiores a los madrileños. Allí dirigió Zubin Mehta a la mejor orquesta de foso española y cantaron Peter Seifert, Waltraud Meier –qué mal lo pasó ella y nosotros–, Matti Salminen, Reinar Trost... e incluso en un par de funciones participó Jonas Kaufmann. Sin duda tiempos que posiblemente no volverán, pero que permanecerán en el recuerdo como un gran proyecto cultural que la política grande impulsó y la política pequeña hundió.

La pareja protagonista no lo tiene fácil, pues Beethoven lleva el tratamiento vocal con frecuencia a su límite en su concepto de primar la expresividad sobre la belleza canora. De ello ni se salva el aria de Florestán, con su inicio en un pianísimo que se va abriendo, pero del que Michael König huyó. Más suficiente estuvo Adrianne Pieczonka, si bien con voz demasiado lírica para Leonora y un punto calante en el concertante final. Discretos Ed Lyon, Goran Juric y Alan Held como Jaquino, Don Fernando y Don Pizarro respectivamente, mientras que muy correcta la Marzelline de Anett Fritsch y sobresaliente el Rocco de Franz-Josef Selig.

El coro tiene parte importante en dos escenas y el del Real mantiene su calidad habitual. En cambio la orquesta suscita algunos temores, ya que últimamente su nivel parece no sólo no avanzar, sino incluso bajar. Hartmut Haenchen sustituyó la Leonora III por los dos últimos movimientos de la «Quinta», algo que le habría encantado a su mentor Gerard Mortier. No queda mal el cambio, pero su lectura pecó globalmente de tosquedad y cierta pesantez, exceptuando el brioso final. Todo en su sitio, aunque sin interés particular, muy lejos del Mehta de Valencia. No hubo discrepancia alguna en los aplausos, tampoco excesivo entusiasmo.