Crítica de libros

Ser mujer en el gulag

Los campos de concentración soviéticos no eran un destino sólo para hombres. Por allí pasaron muchas, muchísimas mujeres. Monika Zgustova cuenta cómo eran esos lugares, a través del testimonio de Valia, en esta espléndida historia novelada

Ser mujer en el gulag
Ser mujer en el gulaglarazon

«Escriba sobre mi vida. Y sobre mi amor. Nos vimos poco Bill y yo, sin embargo pasamos medio siglo locamente enamorados». Así se despidió la auténtica Valia desde su pequeño apartamento en Shcherbinka, en las afueras de Moscú, de la autora, quien esa misma noche comenzó a escribir su historia, la historia real de esta superviviente de un gulag soviético. Previamente, se había puesto en contacto con la institución Memorial, gracias a la que contactaría con varias mujeres supervivientes del infierno de la estepa siberiana: Susanna, Ella, Elena, Nadezhda, Zaira... Valia fue la última.

Un amor truncado

Valia recibió a la autora postrada en una silla de ruedas a causa de la malnutrición y el intenso frío de los años de cautiverio en un apartamento de condiciones precarias «pero con la casa llena de cultura. El dolor, el confinamiento, el hambre y la humillación no habían logrado diezmar la enorme seducción ni la fuerza de sus palabras». Así nació este libro, que es el compendio de muchos «infiernos» vividos en primera persona. En 1945, la joven moscovita Valentina Grigórievna vive una apasionada historia de amor con el marine norteamericano Bill Row-Grave, hasta que él desaparece sin dejar rastro. Fruto de aquella relación nacería Bélochka, que, al cumplir dos años, tendría que presenciar, junto a su enferma abuela, la detención de su madre, acusada injustamente de espionaje por parte de la NKVD. El destino final: deportación a Salejard, un gulag en Siberia, donde iban los convictos de la época zarista y que tan bien describió Dostoyevski en «Recuerdos de la casa de los muertos». Zgustova, gracias al testimonio de Valia –y de todas las «valias» entrevistadas–, rememora las durísimas condiciones de vida en estos campos de castigo, en los que murieron millones de personas y donde «sólo se puede sobrevivir si te sientes inocente». El amor, la amistad y el humor la redimieron en aquel aciago tiempo de la indignidad y la cosificación, en el que una espina de pescado servía como pluma para escribir o se podía convertir en unos pendientes. Palizas, hambre, frío, privación de sueño... Sin olvidar las férreas condiciones de trabajo, construyendo edificios, vías de ferrocarril o picando en una mina, donde podían pasar meses sin ver la luz del sol.

En medio de la barbarie

Pero una de las mayores torturas era la falta de toda lógica, la inutilidad del propio cometido: como ordenarles construir un muro que al día siguiente tenían que derribar para volver a levantarlo de nuevo en un macabro «loop» de estulticia. A través del rastro de tinta, veremos madurar a la inocente Valia en medio de aquella barbarie sin dejar de apreciar una puesta de sol en la tundra o disfrutar de una representación teatral dentro de su barracón. Ya en libertad, la vida de una ex prisionera política no será nada fácil. No podrá establecerse en una ciudad que sea cabeza de distrito y le costará encontrar ocupación digna pese a ser una persona culta, que sabe idiomas y que quiere dedicarse a la interpretación. Los antiguos parientes y conocidos no querrán saber nada de ella y sólo podrá buscar ayuda en las amistades forjadas durante los años de cautiverio.

¿Y Bill? ¿Qué ocurrió con su amado norteamericano? Sabemos que se convirtió en un reputado científico en EE UU y que Valia tuvo que tomar una decisión meditada, pero siempre escorando la infelicidad, porque, como confiesa desde la serenidad: «Pocas personas han conocido un amor que las espere durante décadas en la otra punta del mundo sin intercambiarse apenas una sola palabra». Libro tan duro como esperanzador que promete tener una continuación, ya que Zgustova planea publicar su investigación sobre las mujeres del gulag. Ese exterminio, que empezó durante el zarismo, vivió su macabro esplendor con Stalin y que ,como manifiesta la autora: «Es paradójico que sepamos tanto de los lagers nazis, pero no queramos recordar el gulag».