Pobreza

Amar a los pobres no es sólo un sentimiento

Efectivamente, el Señor Jesús, en la sinagoga de Nazaret, puso a los pobres en el centro de su misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a anunciar a los pobres el evangelio» (Lc. 4, 18). Siendo pobre y compartiendo la vida de los pobres, Cristo mostró el camino a sus discípulos

Unos niños juegan en un edificio abandonado en un suburbio de Brasil»
Unos niños juegan en un edificio abandonado en un suburbio de Brasil»larazon

Efectivamente, el Señor Jesús, en la sinagoga de Nazaret, puso a los pobres en el centro de su misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a anunciar a los pobres el evangelio» (Lc. 4, 18). Siendo pobre y compartiendo la vida de los pobres, Cristo mostró el camino a sus discípulos.

Por decisión del Papa Francisco, se lleva a cabo hoy, por primera vez, la Jornada Mundial de los Pobres. Con esta iniciativa, desea recordar que la pobreza está en el corazón del Evangelio y espera que su celebración constituya «una forma genuina de nueva evangelización» (cf. Mt. 11, 5) con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia» (MM, 21).

Efectivamente, el Señor Jesús, en la sinagoga de Nazaret, puso a los pobres en el centro de su misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí... me ha enviado a anunciar a los pobres el evangelio» (Lc. 4, 18). Siendo pobre y compartiendo la vida de los pobres, Cristo mostró el camino a sus discípulos. La referencia a Cristo y la memoria de su evangelio son ineludibles y deben ser motivo de esperanza en un momento en que continúa siendo desgraciadamente oportuna la afirmación angustiada de Pablo VI, hecha hace ahora cincuenta años: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la esterilización de los recursos y en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (PP, 66).

El día anterior a su muerte, Juan Pablo I pronunció una catequesis en la que afirmó que el amor al prójimo no puede ser sólo un sentimiento, sino que tiene que traducirse en obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. «Entre los hambrientos, hoy no se trata ya sólo de este o aquel individuo; hay pueblos enteros».

Francisco es claro al respecto: «El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta» (MM, 19). Y esto es lo que la Jornada que ha instituido en verdad desea: sacarnos de la burbuja en la que a menudo nos encierra nuestro individualismo, para que cultivemos «una cultura de la misericordia» que venza la «cultura de la indiferencia» ante el prójimo, tan avasalladora en la hora presente. Y precisamente para educar en la generosidad y la misericordia nuestro corazón y nuestras actitudes, Francisco nos indica cuatro métodos, claros y factibles: oración asidua, apertura dócil a la acción del Espíritu Santo, familiaridad con la vida de los santos y cercanía concreta con los pobres (cf. MM, 20). Es una vía sencilla, que lleva a quienes la emprenden de la «misericordia del corazón» a la «misericordia de las manos». Es posible recorrer este camino y no contentarnos solamente con buenas intenciones y vanos propósitos. Los santos, con su ejemplo, nos invitan a ello. Nos arrancan de nuestras parálisis, de nuestras comodidades, perezas y evasiones. Ellos nos enseñan con su luminosa vida cómo el pan, bendito y partido por las manos de Jesús, se va multiplicando cuando va pasando de nuestras manos a las de los más pobres.

Fijémonos en las de la Madre Teresa de Calcuta; que nos sirvan de acicate las manos de san Juan de Dios o las de san Camilo de Lelis, aliviando a los enfermos y moribundos; que venzan nuestro egoísmo las de santa Francisca Cabrini, ayudando a los emigrantes; o las de san Pedro Claver, sirviendo a los esclavos de Cartagena de Indias...

Las manos de todos los santos, unidas en oración y volcadas en el servicio, son escuela de conversión y brújula que mira a Cristo pobre, que está especialmente presente en los menesterosos. De esto fue excepcional testigo San Vicente de Paúl, de cuyo carisma caritativo se celebra ahora el Cuarto Centenario. Él no se cansaba de socorrer a los más desfavorecidos. Acojamos en nuestra alma su palabra, sobre todo aquella que afirmaba que «Dios se llena de compasión por los pobres, al verlos abandonados». «Dios ama a los pobres y ama a quienes aman a los pobres porque, cuando se quiere a alguien, se tiene afecto por sus amigos y servidores...». Vayamos, pues, hermanos míos, y dediquémonos con nuevo amor a servir a los pobres, e incluso busquemos a los más pobres y a los más abandonados; reconozcamos delante de Dios que son nuestros señores y maestros y que somos indignos de ofrecerles nuestros pequeños servicios».

No dejemos que caigan en el vacío unas exhortaciones tan hermosas y lúcidas, antes bien, imitemos a los santos en el auxilio a los postergados de la tierra. Que a ello nos empuje a esta Jornada Mundial de los Pobres, para que nos convenzamos, de una vez por todas, de que el mundo sólo se salvará por el amor.