Videos

Europa quiere construir una colonia en la luna

La intención del proyecto impulsado por la Agencia Espacial Europea es construir una estación permanente en suelo lunar que esté abierta a diferentes estados y que pueda ser habitada por los seres humanos en el futuro

El proyecto utilizará el suelo lunar (regolito) para los asentamientos
El proyecto utilizará el suelo lunar (regolito) para los asentamientoslarazon

La intención del proyecto impulsado por la Agencia Espacial Europea es construir una estación permanente en suelo lunar que esté abierta a diferentes estados de todo el mundo y que pueda ser habitada por los seres humanos en el futuro

Para muchos, la imagen del hombre pisando la Luna viene a la mente en el blanco y negro de los televisores de medio mundo de aquel julio de 1969 en el que el ser humano puso por primera vez el pie en el satélite. Ahora, la Agencia Espacial Europea (ESA) está empeñada en ofrecer a las nuevas generaciones de terrícolas una nueva versión de los hechos, una memoria en colores de la exploración de la Luna. Y para ello, se han propuesto nada más y nada menos, que establecer en el futuro no muy lejano una base lunar habitada permanentemente por seres humanos.

El proyecto parece sólido. Según Jan Wörner, director de la ESA, la intención es «construir una estación permanente en suelo lunar abierta a diferentes estados miembros de todo el mundo» y que forme parte del proyecto de la Estación Espacial Internacional. Como primera piedra del proyecto, el Centro Europeo de Astronautas en Colonia ya ha organizado un taller sobre cómo construir una colonia permanente en el satélite de la Tierra.

Muchos científicos han advertido ya de que la Luna está llena de recursos. En los polos lunares existe hielo que puede proveer de suficiente agua y de sus componentes (oxígeno e hidrógeno). Hay zonas de la Luna permanentemente expuestas a la radiación solar, lo que facilitaría la generación de energía, y el suelo cuenta con recursos minerales para la construcción.

De hecho, uno de los proyectos presentados propone utilizar el propio suelo lunar (esa mezcla de roca y polvo llamada regolito) para fabricar los asentamientos. El sistema consistiría en una gran cúpula inflable enviada y levantada por una nave robotizada que luego sería cubierta con material del suelo de la Luna. Eso mejoraría la seguridad y el aislamiento del edificio en el que, más adelante, habitarán los seres humanos.

Pero, aunque la idea parece prometedora, aún está muy lejos de hacerse realidad. De hecho, la fecha de inicio serio del proyecto no sería nunca antes de 20 años. De momento, se cuenta con el empuje que puedan dar las misiones más «tradicionales» a la Luna. China planea un vuelo de recogida de muestras próximamente. Rusia prepara un módulo de aterrizaje robótico para soporte de la ESA. Y en la NASA se espera que antes de 2020 la cápsula «Orion» vuele alrededor de satélite. Sería el regreso a un mundo que tenemos abandonado desde hace décadas.

Porque la realidad es que, después de sus 17 ediciones en cuatro años, que incluyeron seis descensos humanos al suelo lunar, el programa Apolo se extinguió como la colilla de un cigarrillo barato, dejando el regusto de uno de los empeños económicos y científicos más benditamente disparatados de la historia de la humanidad. Desde entonces el hombre no ha vuelto a la Luna. El último en hacerlo fue el comandante de la «Apolo 17» Gene Cernan, que abandonó su posición en los Montes Taurus, junto al cráter Littrow, Mare Tranquilitatis, en diciembre de 1972.

Como el suelo de regolito lunar no está sometido a la erosión del viento o a movimientos tectónicos, las huellas de los hombres que lo pisaron entre 1969 y 1972 permanecen casi intactas. Pero lo cierto es que estas cuatro décadas se antojan un trecho demasiado largo.

Si el hombre no ha vuelto a la Luna es, sencillamente, porque se trata de un empeño caro. En su momento de máxima exigencia financiera, 1965, el programa Apolo succionó cerca del 0,8 por ciento del Producto Interior Bruto de Estados Unidos. Una inversión en el espacio muy superior a la que cualquier estado actual podría justificar.

Y es que la apuesta estadounidense por las misiones Apolo fue cualquier cosa antes que una apuesta científica. Hartos de observar la aparentemente inacabable lista de éxitos soviéticos en los momentos más calientes de la Guerra Fría, los administradores de la cosa pública americana decidieron ganar de un plumazo la llamada Carrera Espacial.

Nadie puso muchas pegas a tamaña inversión a cambio de ver ondear la bandera de las barras y las estrellas en la cara vista de la vieja Selene. (Bueno, lo de ondear es un decir. En realidad, la bandera permaneció recta en posición de firmes porque se encontraba sujeta por un mástil horizontal para evitar que se plegara sobre sí misma por la ausencia de vientos). Hoy, sin embargo, las cosas serían muy distintas. Desaparecida la necesidad de ganar carrera ninguna, la implicación de los estados y, por ende, de sus ciudadanos en la exploración del espacio corre por otros derroteros. No queremos que los nuestros lleguen antes, exigimos que las inversiones reviertan en el desarrollo de nuevas tecnologías, atraigan a los mejores cerebros a nuestras agencias espaciales o permitan a nuestros países participar de los posibles beneficios económicos derivados de la explotación de otros mundos. Esperamos del cosmos mejores GPS, mejores medicinas, mejores motores, mejores aparatos de telecomunicación... o dinero. Y exigimos que se haga en nombre de la humanidad, no bajo una bandera territorial.