Espacio

Un español en el «Marte» austriaco

El ingeniero Íñigo Muñoz-Elorza finaliza una misión de simulación en un glaciar del Tirol

Muñoz-Elorza, durante una caminata espacial en el glaciar de Kaunertal
Muñoz-Elorza, durante una caminata espacial en el glaciar de Kaunertallarazon

El ingeniero Íñigo Muñoz-Elorza finaliza una misión de simulación en un glaciar del Tirol

Han sido entre cuatro o cinco horas diarias de paseo espacial, recogiendo muestras de microorganismos y analizándolas. Una labor no exenta de problemas, al moverse por un territorio hostil y escarpado. Las comunicaciones con la Tierra tampoco han sido fáciles, con minutos de retraso tanto en la emisión como en la recepción. Y sin embargo, a su alrededor no hay grandes dunas, ni polvo rojo, ni cráteres. Y ni mucho menos el paisaje se asemeja a un desierto. Pero sí que hay hielo. Porque, ¿acaso no hay hielo en Marte? «Por los datos obtenidos de diferentes sondas se presume la existencia de glaciares y permafrost, pero cubiertos de roca y polvo marciano. Por eso lo vemos rojo». Lo dice Íñigo Muñoz-Elorza (San Sebastián, 1979). Licenciado en Ingeniería Aeronáutica por la Universidad Politécnica de Madrid, trabaja en el Centro de Control de la misión Galileo en Munich. Desde pequeño le entusiasmaban los viajes espaciales, los vuelos tripulados... Investigando precisamente sobre trajes espaciales, conoció las actividades que estaba llevando a cabo el Foro Austriaco del Espacio (ÖWF) y se hizo miembro. En noviembre recibió una llamada: estaban reclutando voluntarios para ejercer de astronauta. ¿El destino? Marte... o lo que podría ser una parte de Marte. Muñoz-Elorza finalizó el pasado viernes un viaje simulado de 10 días al planeta rojo en el glaciar Kaunertal, situado en el Tirol austriaco. «A día de hoy, es lo más cerca que puedo estar del espacio», afirma a LA RAZÓN.

A 3.000 metros

No es la primera vez que el ÖWF realiza una simulación. En 2013 se llevaron a cabo experiencias similares en el desierto marroquí, y en 2011, en nuestras minas de Río Tinto. Sin embargo, en esta ocasión querían recrear otro prisma no tan conocido: su glaciología. «Pueden ser los únicos lugares donde haya vida. El paisaje de Marruecos se asemeja más. Pero el planeta tiene diferentes lugares y entornos», afirma el ingeniero. Y es que este glaciar, que se encuentra a una altitud de unos 3.000 metros, «puede tener características geomorfológicas similares». Si en otros experimentos se había comprobado la capacidad de aislamiento en un posible viaje al planeta –la misión Mars-500 aisló a un grupo de potenciales astronautas durante más de 500 días en un módulo–, en esta ocasión «nos hemos centrado en conceptos operacionales: ver el grado de autonomía de la tripulación, hasta qué punto puede tomar decisiones, ver cómo se pueden hacer experimentos en el terreno y cómo nos podemos coordinar con la Tierra». Todo ello en un «territorio hostil».

Científicos de casi una veintena de países han colaborado en la misión. Pero antes tuvieron que someterse a un entrenamiento teórico y físico. Así, realizaron pruebas de capacidad pulmonar, bicicleta estática con una máscara de oxígeno y, la que era más dura: con el exoesqueleto que conforma el traje, cargaban con una mochila de más de 20 kilos, subían siete pisos y arreglaban un transmisor. En su caso, contaba con ventaja: ya hacía deporte.

Comenzaron la misión el 3 de agosto. Aparte de él, la tripulación la componían científicos austriacos, portugueses, holandeses e italianos, constituyendo alrededor de una decena. Tenían su horario: comenzaban entre las 8:00 y 9:00 horas y terminaban en torno a las 17:00. Informaban de sus evoluciones al centro de soporte situado en Innsbruck, capital del Tirol. La temperatura estaba en torno a los 18 grados. Y aunque las máximas en Marte pueden alcanzar los 20 grados, las mínimas pueden descender hasta -80. Con todo, no siempre pudieron realizar la simulación, debido a las lluvias. No dormían en la zona. «Cuando acabamos la simulación, el entorno marciano desaparece y volvemos al mundo real», afirma. Pero buena parte del horario la invertían en el «donning», es decir, ponerse el traje: alrededor de dos horas. No en vano, el traje, bautizado por la ÖWF como Aouda, pesa 45 kilos y está formado por un exoesqueleto que limita los movimientos para que los astronautas tengan la misma sensación que si pisaran suelo marciano. «Tienes la sensación de estar en un traje presurizado, pero no lo está. No podría usarse en una misión real. No es estanco, no llevamos con nosotros un suministro de oxígeno o un filtrador de gases. De hecho, tomamos aire en el exterior. El exoesqueleto simula resistencia, porque limita el movimiento de las articulaciones. Esa resistencia está modelada según mediciones hechas con trajes presurizados», afirma Muñoz-Elorza.

De hecho, llevar semejante carga durante las caminatas espaciales –que podía prolongarse cada cinco horas– constituía el factor que más exigía desde el punto de vista físico. Sobre todo por la falta de aire a casi 3.000 metros. «Esa falta de aire que sientes cuando subes una montaña alta la notábamos rápido. Te cansas rápidamente. Es más: sólo por estar sentado, con todo ese peso, ya estás haciendo ejercicio. Ha sido interesante ver cómo esa privación de oxígeno afecta al rendimiento», asegura.

No se han expuesto a situaciones arriesgadas. «Por tu vida no temes. Sí que hay zonas de pendientes muy inclinadas y con terrenos inestables que presentan problemas. Hay que estar muy concentrado y pendiente de lo que haces».

Por supuesto, no estaban siempre en el exterior: cada día, salían dos astronautas. Contaban con un hábitat de unos 20 metros cuadrados, con el que mantenían contacto. Allí se ponían y se quitaban el traje. Y las banderas de los miembros de la tripulación estaban presentes. En el habitáculo también han podido probar una ducha, con muy poco consumo de agua, ingeniada por ingenieros polacos. Pero el principal punto de interés de este módulo era la información sobre su estado de salud. El oficial médico de campo cuenta con una consola que registraba los datos proporcionados a través del traje de astronauta: constantes vitales, nivel de pulsaciones, etc.

Pero, ¿que labores realizaban durante las caminatas? Básicamente, experimentos con microorganismos. Así, de haberse llevado a cabo la misión en los glaciares del planeta rojo, y de hallar en sus alrededores estos restos de vida, se detectarían con técnicas de bioluminiscencia: iluminarlos con diferentes láseres para ver si tienen clorofila u otros biomarcadores ligados a la vida. Otra de las pruebas consistía en comprobar la resistencia de microorganismos en lugares anaeróbicos, es decir, con falta de oxígeno. Por supuesto, no es comparable el entorno marciano al nuestro. «Allí apenas hay oxígeno, y el 95% de la atmósfera está compuesta por CO2. Se trataría de organismos que se desarrollan en lugares extremos», señala Muñoz-Elorza.

La toma de decisiones también era un elemento a estudiar. Sobre todo porque, tal y como ocurriría en un viaje real a Marte, las comunicaciones con el centro de Innsbruck se producían con 10 minutos de retraso. «Pasaban 20 minutos desde que haces una pregunta hasta que recibes una respuesta», afirma. Es algo vital. «Puede surgir una complicación por el retraso de las comunicaciones. Algún problema en el ‘‘hardware’’ y te quedas a merced de la situación», explica.

Nadie puede asegurar cuándo veremos a un ser humano en Marte. La última fecha apuntada por la NASA es 2033. ¿Y si le ofrecieran ir mañana, iría? Primero se lo piensa. «Si hubiera alguna posibilidad de volver... aunque eso es algo que nadie te asegura. Es una misión en la que corres riesgo. Pero si me lo ofrecieran mañana, diría que sí», concluye.

Objetivos de la misión

- Coordinación con la Tierra. De llevarse a cabo la misión, la distancia entre el planeta rojo y el nuestro provocaría un retraso en las comunicaciones de 10 minutos, en la emisión y en la recepción. La capacidad de reacción de los astronautas es clave.

- Movimientos limitados. La altitud del glaciar Kaunertal, de casi 3.000 metros, obliga a los astronautas a hacer un sobreesfuerzo. Sin olvidar el traje de más de 40 kilos, que provoca una limitación de movimientos similar a la que vivirían en Marte.

- Experimentos en suelo marciano. De haber vida en el planeta, es posible que se encontrara cerca de sus glaciares. Así, se han probado en la zona técnicas para identificar clorofila u otros biomarcadores en microorganismos.

- Terreno hostil. La zona del glaciar de Kaunertal cuenta con características geológicas similares a las de un glaciar marciano: zonas de pendientes muy inclinadas y con terrenos inestables, que ponían en aprietos a los astronautas.

Un planeta a la vuelta de la esquina

No hay que viajar decenas de millones de kilómetros para experimentar las sensaciones de estar en Marte... o al menos sobre su terreno. Es el caso de la Cuenca Minera de Río Tinto (Huelva), un terreno estudiado en profundidad por la NASA y en donde el Foro Austriaco del Espacio ya llevó a cabo en 2011 una simulación de una semana. ¿Su objetivo? Probar un traje espacial que permite movilidad para desarrollar actividad científica y un robot que monitoriza las constantes vitales de los astronautas. Su minerología, su subsuelo y las condiciones extremas para la vida lo convierten, a día de hoy, en el mejor análogo del planeta rojo.

RÍO TINTO

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MARRUECOS

En el desierto de Merzuga, en Marruecos, un equipo de diez astronautas simularon un viaje de un mes al planeta rojo