Eurovisión

El «amanecer» de Edurne fue un ocaso

La española queda en el puesto 21 con 15 puntos con Suecia como gran triunfadora al lograr 365 votos

Monika Linkyte y Vaidas Baumila, representantes de Lituania
Monika Linkyte y Vaidas Baumila, representantes de Lituanialarazon

Cara de nada. Así se quedaron los espectadores españoles cuando vieron que el «Amanecer» de Edurne sufrió un serio eclipse al quedar en el puesto 21, el mismo en el que actuó, con quince míseros puntos. Fue una de esas bromas del destino.

Los expertos de Eurovisión vaticinaban que ganaría Suecia y no se equivocaron al lograr 365 votos, una cifra mareante. Venció incluso antes de que terminasen las votaciones. Su intérprete, Mans Zelmerlöw, casi necesitó un desfibrilador al ver cómo iba coleccionando doce puntos una y más de diez veces también. Poco se le puede reprochar a un tema simpático, con una puesta en escena más que resultona con un puntito naif. Eso sumado a la aparente ingenuidad del sueco hizo el resto. Un hombre ganó Eurovisión, lo que es casi la noticia de la noche.

Rusia, otra de las que se hablaba mucho y para bien, quedó en segunda posición con 303 puntos a pesar de que los países de la antigua URSS se volcaron con ella, por aquello de hacerle una gracia a Putin y sus pulsiones invasoras. Italia, que en los últimos años casi iba a Eurovisión por obligación, logró el tercer puesto con 292 puntos con un grupo que era una fotocopía de Il Divo.

Fue un espectáculo lamentable ver como España apenas se paseaba por la tabla, ya que los que tenían el detalle de votarnos lo hacían de un punto en un punto. No se valoró, o se miró para otro lado, la puesta en escena ideada por Tinet Rubira, el director de Gestmusic, la entrega de la artista y el vestuario. ¿Por qué? Quizá porque no cantamos en inglés, quizá porque estamos fuera de la órbita de los países del Este. Quizá, quizá, quizá... Es baldio pensar en alguna conspiración internacional o apelar a un victimismo que no toca. Sería bonito decir que otra vez sera, pero es posible que ni siquiera con una conjunción astral se pueda conseguir. Eduarne decía a la audiencia de La 1 que estaba feliz, incluso lloró en la actuación. Ella dijo que era «por la emoción».

Cuando una se cree que está todo visto en Eurovisión se equivoca. Ahí está toda su gracia, en que reinventan el término «kitsch» en cada edición. Lo único que no cambia son los guiños a la comunidad gay con besos en la boca que quieren parecer naturales pero que casi siempre resultan forzados. Ellos sabrán. Es una cuestión de mercadotecnia.

Invitación a la amnesia

Más allá de este detallito, la mayoría de las canciones eran una invitación a la amnesia: se olvidaban incluso antes de que terminasen. Lo que ya puede acompañar a algunos como una pesadilla es algunos de los participantes y sus puestas en escena. Ahí estaba Noruega, con una cantante, Debra Scarlett, que era un calco de la Lore de «Aída», personaje que, cosas de la vida, intentó participar en Eurovisión con un «Lore, Lore, Macu, Macu» que quien sabe si con ellas no nos hubiera ido mejor en Eurovisión.

La participación de Australia fue lo que fue: una buena canción que se logró una posición más que digna con un cantante que ofrecía una coreografía que la podrían haber mejorado los niños de cualquier clase de guardería. Juro que mi sobrino con 3 años se mueve mejor. Había participantes que directamente daban miedo. Uno de ellos el cantante de Bélgica. Entre sus movimientos de autómata y su corte de pelo, provocaba escalofríos. Hasta los replicantes de «Blade Runner» tenían más vida. La concursante de Serbia, Bojana Stamenov, tenía las hechuras de una diva de la ópera de hace más de un cuarto de siglo, con un cardado de pelo que provocaba rechazo. Acabó con las existencias de laca en toda Viena y sus alrededores. La representante de Letonia, Aminata, también sorprendió para muy mal. Llevaba un traje indescriptible con una vuelo en la falda en el que podía caber la mitad del auditorio de la sala donde se celebró la gala. Alemania, otra de los países clásicos de la Eurovisión de antes, se quedó con cero puntos igual que Austria, que logró lo que se merecía.

De Conchita Wurst, mejor no hablar. La cantante que ganó el año pasado estuvo omnipresente duranta toda la gala. Verla la primera vez hizo ilusión, pero después de tres horas, en las que sólo le faltó aparecer en los anuncios, resulto la presencia más cansina de una velada que, una vez más, fue decepcionante para nuestro país.