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Twin Peaks: ¿Quién quiere volver al lugar del crimen?

A finales de 1990 la audiencia vivió una revelación televisiva. El cadáver de una joven se convirtió en el motor de la ficción que rompió para siempre los moldes de las producciones para la televisión

Twin Peaks: ¿Quién quiere volver al lugar del crimen?
Twin Peaks: ¿Quién quiere volver al lugar del crimen?larazon

Es muy posible que Mark Frost y David Lynch se las hayan arreglado para hacernos sentir que visitamos esa ciudad tan bella y terrible por primera vez

Todo el mundo sabe lo que es «Twin Peaks» y lo que significó, incluso quienes jamás han visto ni una sola de sus escenas. Y también es sabido, o debería serlo, que aquella serie cambió la televisión. Porque antes de que nos preguntáramos quién es el rey amarillo, o qué diablos significa la isla, o si la verdad está realmente ahí afuera, primero nos preguntamos quién mató a Laura Palmer. «Twin Peaks» no se parecía a nada, excepto a todo lo que vino después. En otras palabras, es el título clave para entender la edad de oro que hoy vive la ficción televisiva a pesar de que se adelantó a ella en más de una década.

El entretenimiento serializado sigue evolucionando y madurando día a día y, pese a ello, de algún modo continúa transportándonos a esa extraña ciudad que no está en ningún mapa porque nació en las cabezas de David Lynch y Mark Frost, en la que mujeres de mediana edad se comunicaban mentalmente con troncos y hombres mancos perseguían espíritus malignos. Y es precisamente por eso que cabe preguntarse: ¿qué sentido tiene resucitarla? ¿Puede ofrecernos su tercera temporada –que esta misma noche se estrena en Estados Unidos y la madrugada de mañana llega a España— que no lograran hace 27 años las dos primeras?

Tratamiento de choque

Dado que el de 1990 era un paisaje televisivo más bien deprimente, dominado por títulos como «Se ha escrito un crimen», «Salvados por la campana» y «La hora de Bill Cosby», que «Twin Peaks» lo pusiera patas arriba era inevitable. Descubrir en sus primeras escenas el cadáver de Laura Palmer, tintado de azul y envuelto en plástico a orillas de un río, fue una introducción tan espeluznante como fascinante a un lugar en el que el olor de los abetos ocultaba el hedor del mal. Y fuimos dejando que aquel misterio nos agarrara del cuello y apretara un poco más con cada nuevo episodio.

No sabíamos que la televisión fuera capaz de hacernos eso. En general, la ficción de la pequeña pantalla era una herramienta con la que los canales de televisión nos tenían distraídos mientras nos iban anunciando los productos que debíamos comprar. Cierto que había excepciones – «Corrupción en Miami», por ejemplo, al menos su primera temporada–, pero ninguna de ellas tan única y desconcertante como «Twin Peaks». Porque, ¿qué era aquello? Una intriga criminal plagada de prostitución y drogas, pero también una meditación sobre el dolor y la pérdida, y un relato de ciencia ficción con posesiones demoníacas y abducciones alienígenas, y un culebrón plantado a medio camino entre el surrealismo y el expresionismo. Algo muy raro.

Por entonces las reglas del medio dictaban que las series fueran recipientes de tramas autoconclusivas: cada historia empezaba y terminaba en un mismo episodio. Lynch y Frost, en cambio, se atrevieron a concluir la primera temporada de «Twin Peaks» sin desvelarnos quién era el asesino, y nos habrían dejado en ascuas mucho más tiempo de no ser porque los productores se lo impidieron. Finalmente, en el episodio número 7 de la segunda temporada supimos quién mató a Laura Palmer, y esa revelación tuvo consecuencias catastróficas. A partir de entonces, los índices de audiencia cayeron en picado. Quince episodios después, la serie fue cancelada. Y en realidad fue mejor así. Verla arrastrarse por la parrilla seis o siete temporadas más, en las que seguramente ya no habrían participado sus creadores, no habría sido bonito.

Las huellas de «Twin Peaks», decíamos, están por todos lados. Incontables series posteriores han tratado de replicar su atmósfera, su experimentación con los géneros, su forma de mezclar lo mundano con lo macabro. Asimismo, Lynch también empujó a los televidentes a la teorización y el escrutinio interminables, algo que sucede regularmente en este presente dominado por las redes sociales pero que resultaba insólito en una época en la que las conversaciones sobre la cultura pop transcurrían en el mundo físico. ¿Quién era aquel enano bailarín? ¿Qué pintaban los extraterrestres en todo aquello? ¿Qué significaban las lechuzas? De haberse estrenado hoy, aquellas dos temporadas habrían colapsado internet.

«Twin Peaks» convirtió las ficciones en una colección de pistas que había que resolver, y es fácil dar por supuesto que títulos como «Perdidos», «True Detective», «Mr. Robot» y «Westworld» no habrían existido de no ser por ella. Tampoco, por supuesto, habrían existido las excursiones oníricas de Tony Soprano y Don Draper. La oscuridad y la violencia no habrían llegado a entenderse como sinónimo de entretenimiento televisivo de calidad. No habríamos visto cómo una parte de la población mundial era borrada literalmente del planeta en «The Leftovers», ni la apacible América profunda se habría convertido en escenario de auténticos baños de sangre en «Fargo». No habrían existido el misterio detectivesco de Veronica Mars ni el gusto por lo grotesco de Hannibal. Jamás habríamos oído hablar de «Stranger Things» o de «Legion».

A lo largo de la última década y media, todas esas series han asimilado las enseñanzas de «Twin Peaks» y las han aderezado con todo tipo de innovaciones técnicas y visuales. Es decir, la cultura que David Lynch y Mark Frost contribuyeron de forma tan instrumental a crear ha evolucionado y ganado en complejidad y sofisticación. Pero, ¿habrá evolucionado también «Twin Peaks»?, ¿o habrá perdido, por el contrario, su lugar de privilegio en el imaginario popular?

Cuando dentro de unas horas nos sentemos frente a la pantalla para ver cómo echa a andar la tercera temporada, será imposible hacerlo con los mismos ojos que en 1990. Imposible recrear aquel sentimiento; a menos, claro, que Lynch y Frost se las hayan arreglado para hacernos sentir que visitamos aquella ciudad tan bella y tan terrible por primera vez. No deberíamos subestimar la capacidad de los genios locos para seguir siéndolo, ni olvidar aquello que el agente Cooper le dijo hace tiempo al sheriff Truman: «No tengo ni idea de adónde nos llevará esto, pero tengo la sensación de que será un lugar maravilloso y extraño».