Educación

Día Mundial del docente: El estigma de no ser el mejor

No todos los centros educativos saben dar respuesta a alumnos con hiperactividad, déficit de atención o dislexia para que progresen.

Mateo Fernández
Mateo Fernándezlarazon

No todos los centros educativos saben dar respuesta a alumnos con hiperactividad, déficit de atención o dislexia para que progresen.

Existen varios modelos de educación y también de colegio, pero en la mayoría de ellos existe un único objetivo: conseguir que tus alumnos sean los mejores, sin tener en cuenta las dificultades que puedan tener. Hay pocos centros que apuesten por los estudiantes cuyas habilidades sociales les obligan a quedarse al final de la clase: alumnos con problemas de dislexia, de déficit de atención, de hiperactividad (TDH), capacidad límite, síndrome de Asperger o algún superdotado. Son ellos, sin embargo, los que ocupan las aulas del colegio madrileño Areteia. «Los padres, hartos de ver sufrir a sus hijos, deciden traerlos aquí, donde tenemos un sistema de enseñanza más flexible», afirma su director Luis García Carretero.

A este centro llegan niños a los que han estigmatizado porque no han sido capaces de alcanzar el nivel de exigencia que les piden en otros centros. «Algunos entran aquí tras haber sufrido años de acoso escolar, les han llegado a atar, a escupir... y llegan con una autoestima muy baja», relata el responsable del centro que agrupa a alrededor de 350 alumnos. «El éxito lo obtienes cuando les pides lo que son capaces de dar». Para ello, en cada curso existen tres niveles diferentes de exigencia, para que el alumno dependiendo de su situación personal pueda adaptarse. En la mayoría de las aulas se mezclan adolescentes con un diagnóstico de hiperactividad con chicos con problemas de dislexia y no a todos les sirve la misma forma de abordar una clase. «Los que tienen TDH necesitan que siempre ocurran cosas e incluir algún factor sorpresa que los estimule». Por otro lado están los que tienen problemas en la lectura, como los que padecen dislexia, a los que «les tienes que dar otras vías de información que no sólo sea la escrita como gráficos o dibujos». Dentro del alumnado, como explica García Carretero, también existe un número muy elevado de adoptados que, por su situación familiar, no han podido adaptarse a otros colegios. ¿La tasa de fracaso? En este colegio también existe, aunque como apunta su director, «sólo fallamos cuando los niños llegan demasiado tarde».

Los docentes que trabajan en este centro también tienen que contar con características especiales. «No buscamos personas con mucha formación, sino que sean capaces de querer a nuestros niños para que ellos se sientan cercanos. La formación siempre se puede aprender...». Una de las últimas incorporaciones al claustro de profesores es Mateo Fernández, un ex alumno del centro que, como recuerda el director, «ya avisó de que sería profesor aquí». Desde pequeño, en la guardería, ya le detectaron problemas de concentración, su timidez no le ayudaba a procesar bien la información y con seis años entró en Areteia. «Me costaba redactar las ideas, aunque soy una persona muy perceptiva», explica el joven. Como él reconoce, «me dieron las pautas adecuadas y fui mejorando», saliendo de su burbuja de timidez. Tras varios baches personales y repetir un curso, Mateo salió del centro sabiendo que lo suyo era la educación física. Siempre ha practicado varias disciplinas deportivas y se matriculó en un grado superior tras suspender Selectividad y darse cuenta de que su camino era otro. Salir del entorno de este centro no es fácil y «el primer año fue bastante duro», pero se sacó el título de Técnico Superior en Animación y Actividades Físicas y Deportivas. Ya podía dar el salto a la universidad y diplomarse de Magisterio en Educación Física. Éste fue otro reto y un año se le atragantó, pero por fin lo consiguió y empezó a hacer prácticas en diversos sitios, «hasta en el polideportivo de mi barrio. Era muy extraño enseñar natación y aeróbic a mis vecinos», dice risueño. Pero este verano, esa determinación infantil por fin llegó. Se encontró con un profesor del centro. «Me dijo que había un puesto vacante para dar un par de asignaturas en un grado de Formación Profesional». Y ya lleva un mes de nuevo en las aulas que le ayudaron a convertirse en profesor.

El caso de Lorena Senén les sonará a muchos padres: niña con problemas de dislexia que la va superando gracias a las visitas diarias al logopeda, que va a un colegio en el que sólo quieren ochos y nueves en Selectividad y ella es de seis. Éste es sólo un breve resumen de lo que vivió la que ahora es estudiante de tercero de Periodismo durante sus dos últimos años de Bachillerato en su «cole» de toda la vida, del que en el último curso «nos tuvimos que ir siete amigos del mismo grupo». Primaria y Secundaria transcurrieron sin problemas; a pesar de sus dificultades con la lectura, aprobaba todo. Hasta que llegó a primero de Bachillerato «y me quedaron todas menos dos. Me decían que yo no valía para ese colegio». Ella se esforzaba y su familia también, pero en un principio su madre no quiso ver lo que de verdad ocurría. Había sido alumna también y quería que su niña terminara allí. Pero en la primera evaluación del último curso la cosa se complicó aún más y Lorena no aguantó la presión. «Estuve una semana sin ir a clase. Decía que estaba mala». Fue cuando su madre supo que no podía seguir allí. Se informó del centro Areteia. Lo visitaron las dos un miércoles y el jueves ya estaba yendo a clase. Recuperó todas las asignaturas, con nota, y se adaptó rápidamente. La Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) la superó sin problemas y hoy sueña con narrar los partidos del Atlético de Madrid como periodista.