Libros

Libros

El derecho a ser estúpido (stupeo)

La Razón
La RazónLa Razón

Mi hijo de 5 años es uno de mis mejores maestros: me dice las cosas sin juicio ni expectativa de que cambie, señalando solo el fenómeno, sin análisis ni interpretaciones, sin ponerse por encima, realmente me da verdaderas lecciones, que yo intento aprovechar. Hace poco, cansado de tantos gritos y payasadas le espeté que por qué no dejaba de hacer tonterías, a lo que me respondió muy serio: “papá, a mí me gusta hacer tonterías”. Yo me quedé pensando que el verdadero tonto era yo, que había perdido ese sentido del humor tan relajado, donde uno descansa de tanta exigencia como tenemos en este mundo patéticamente eficiente.

Desde que yo era niño, tanto como mi hijo ahora, me quedaba mirando las musarañas, según mis profesoras, lo que debía estar relacionado con el déficit de atención del que tanto se habla ahora. Yo a base de escucharlo mucho aprendí que aquello debía ser malo, e intenté corregirlo con más o menos fortuna durante los interminables años de mis multiples formaciones académicas, donde mis profesores repetían la cantinela, e incluso me llegaron a diagnosticar oligofrénico, “débil mental, que nunca podría estudiar una carrera y mejor no me forzaran a acabar el bachillerato”.

Tanto empeño le puse por corregirlo, que conseguí colarme en un sistema educativo, profesional, incluso diría existencial, que claramente no estaba hecho para mí. Estudié Economía, Diplomacia, múltiples postgrados, 5 idiomas, etc. Creí haber roto mi maldición, hasta que recientemente me he dado cuenta de que mi atención e inteligencia son distintas, son sensoriales, flotantes, periféricas, y donde soy un crack es en la percepción de lo sutil, que no se experimenta siendo eficiente, sino viviendo con plenitud desde un sitio más profundo, que en ocasiones es estúpido, o stupeo, como decían los romanos.

Hace poco hice un taller de Clown con la maestra Marina, que me regaló lo que tantos años me he estado privando. Me devolvió el derecho a ser estúpido, y no solo comprendí que no pasa nada, sino que es francamente interesante. Estúpido, del latín, viene de stupidus, de stupere, quedar paralizado, extático o aturdido. Es interesante notar que también derivó en estupendo, y no es de extrañar tampoco el parecido con estudioso.

Me parece por lo tanto evidente que la evolución del ser humano desde estados más o menos vegetativos, hacia el movimiento constante, de especial virulencia en nuestro sistema de consumo y producción sin cese, penaliza momentos donde uno se pare. Sin embargo, todas las tradiciones espirituales, tienen un componente de recogimiento interior, de oración, meditación, o extatismo, donde para ir a más, a algo tan grande como Dios, uno tiene que ir a menos, moverse menos y observar más, incluso al riesgo de parecer estúpido, stupeo, como me decían a mi con mis musarañas vaya.

La prepotencia del ser humano actual, nos lleva a no cuestionarnos, creyendo que estamos en el buen camino, siempre en movimiento, pedaleando incluso si nuestro movimiento puede ser francamente estúpido de verdad, que no stupeo. Más nos valía parar y decidir en qué dirección debo moverme, si es que quiero moverme, en primer lugar. Me recuerda al “Caballero de la armadura oxidada”, que corría en todas las direcciones tratando de cazar dragones, sin ser feliz, buscando una imagen de éxito en sus conquistas, que nunca le llenaba. Corremos también como ironizaba Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas, con su conejito que no paraba de decir “llego tarde, llego tarde”, o en aquel otro personaje de la misma obra en inglés, cuyo nombre lo dice todo “Do-do” (hacer-hacer). ¡Cuanta locura!

En el taller que menciono de Clown, hacer un poco el estúpido con conciencia, sin expectativas de llegar a ningún lugar con ello, a mi me devolvió mucha fuerza, presencia, poder personal, voz, vitalidad, sensación de estar bien en mi piel, rebajar toda exigencia propia, de mis antecesores, de la sociedad en general. Pude volver a mi casa espiritual, que es mi alma, abandonada con tanta carrera fuera de mi, buscando no sé qué para no sé cuándo.

Espero y deseo no olvidar la sensación de SER con mayúsculas que tuve, y evocarla y practicarla cada día más, siendo un poco más stupeo, y un poco menos “listo”, para poder aprovechar mis días, que están contados, porque verdaderamente es lo más inteligente, y no hay tiempo que perder persiguiendo quimeras que a nadie llenan.

...........

Jorge Urrea Filgueira es psicoterapeuta, coach, profesor del IE, escritor y conferenciante.

www.psico-tao.com