Crisis migratoria en Europa

«Están mintiendo al Papa, no nos dan ni agua ni comida»

Francisco visita hoy a los refugiados de Lesbos, que relatan las condiciones infrahumanas en las que conviven cada día

Un migrante pakistaní, sentado tras una cruz, ayer, en el puerto de Mytilene, en la isla de Lesbos
Un migrante pakistaní, sentado tras una cruz, ayer, en el puerto de Mytilene, en la isla de Lesboslarazon

Francisco visita hoy a los refugiados de Lesbos, que relatan las condiciones infrahumanas en las que conviven cada día

«Nos han cambiado las tiendas de campaña, nos han dado mantas y es el primer día que reparten botellas de agua. Nunca hemos visto Moria tan limpio como ahora», nos cuenta Mohammad desde la verja que separa a los refugiados retenidos en el centro penitenciario de Moria del exterior. En los últimos cuatro días esta prisión ha cambiado su aspecto.

«Stop Racismo», «Ni fronteras Ni Naciones» son algunos de los mensajes que a golpe de brochazo han desaparecido ante la inminente llegada del Papa Francisco a la isla griega de Lesbos. La visita se anunció días después de que la Unión Europea pusiera en marcha un plan para devolver a Turquía a los que huyen de la guerra, el terror, o la falta de libertad y oportunidades en sus países.

El Papa centra así la atención en los refugiados e inmigrantes. Nunca los ha olvidado. En su primer viaje de Pontificado a la isla italiana de Lampedusa, situada en el medio de la ruta migratoria entre Libia e Italia y escenario de numerosos naufragios, al igual que a Lesbos, le dedicó unas palabras.

En esta misma isla repitió el 3 de octubre de 2013, «sólo me viene la palabra vergüenza, es una vergüenza», en referencia al naufragio de una embarcación con 500 inmigrantes.

Esta vez el escenario no es el mismo, pero el mensaje sí. Según explica el Papa, el objetivo de su visita es «expresar la cercanía y la solidaridad a los refugiados, a los ciudadanos de Lesbos y a toda la nación griega, tan generosa en su acogida».

El Pontífice partirá a la isla helénica a las 7 de la mañana de Roma. Su llegada está prevista para las 10:20 horas al aeropuerto de Mytilene, donde tendrá un encuentro privado con el primer ministro griego Alexis Tsipras. «Han sacado a gente del centro para llevarlos a otros y que el Papa no pueda ver en quécondiciones vivimos. Hasta hace cuatro días estábamos hacinados aquí» nos cuenta Obada. Los más de 3.500 migrantes se concentraban en Moria hasta hace cuatro días. No había espacio para todos. Más de la mitad duermen a la intemperie, y las noches en la isla son frías. Las autoridades griegas los han repartido en tres lugares distintos (Moria, Kara Teppe y Pipka) para adecentar la imagen ante la visita.

Después de la reunión, que durará unos 20 minutos, el Pontífice se trasladará junto a Su Santidad y Patriarca de Constantinopla, Bartolomeo, y del Arzobispo griego, Jerónimo, hacia el antiguo campo de registro de Moria, en la actualidad convertido en un centro penitenciario, que hospeda a 2.500 personas. Juntos firmarán una declaración conjunta «de carácter humanitario, en inglés y griego» antes de almorzar con ocho refugiados en una carpa dentro del centro, «en representación del resto».

Un mensaje único que se prevé suscite críticas a la actuación de la Unión Europea y su posición ante un drama humanitario de este calado. «No entiendo por qué tienen que mentir al Papa. Esta prisión hasta hace unos días estaba llena de basura. No nos daban agua ni comida. Y dormíamos a la intemperie. Ayer repartieron tiendas de campaña. ¿Qué quieren ocultar?» se pregunta Hussam. Este refugiado sirio lleva 28 días encerrado desde que llegara en un bote a la isla griega de Lesbos. Su mujer y sus hijas están en Alemania. «Hablo con ellas a diario. Me necesitan. Me he jugado la vida tratando de salvar mi vida, huyendo del terror de Daesh y ahora me encierran aquí. No me dan información. Tan sólo nos han repartido unos papales con nuestros derechos y ni siquiera los están cumpliendo», denuncia cansado de esperar una respuesta por parte de las autoridades. Y añade: «Quieren asustarnos, amedrentarnos. Y no entienden que huimos de una guerra. Sólo buscamos un lugar seguro».

Las peleas en este centro de detención son constantes. «Todas las tardes la gente se enfrenta. Somos más de 3.000 personas y sólo hay 800 raciones de comida al día. Mira cómo tenemos que buscarnos la vida», añade mientras Katherina, una mujer griega dueña de una furgoneta que vende comida, le pasa un Kebab por debajo de la verja a cambio de 5 euros. Dimitri, como Katerina, lleva más de cuatro meses vendiendo comida y bebida a los refugiados que llegaban diariamente a Moria. Tiene su furgoneta aparcada enfrente de la verja metálica, repleta de concertina, que separa a los migrantes del exterior. «Si no me he marchado es porque sigo vendiendo comida como antes, o más. Dentro solo reparten raciones a los niños y algunas mujeres. Más de la mitad de ellos acuden a nosotros para comprar. Nos llaman desde la valla metálica y les acercamos lo que nos piden por debajo. La Policía no se queja, saben que somos la única alternativa que tienen para alimentarse». La comida en este centro escasea, y las botellas de aguas son inexistentes. Sólo reparten una ración al día de lentejas y un trozo de pan. Además, hay que esperar una hora de cola cada día para tener acceso a ello.