Igualdad de género

«Huir era la única salida de mi familia»

Nicole Ndongala
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«He dejado atrás una guerra y aquí también están matando gente», pensó Ndongala nada más llegar a Europa. Salió de República Democrática del Congo hace 18 años. Ahora es traductora y vive en Madrid

A pesar de que han transcurrido ya 18 años desde que tuvo que abandonar República Democrática del Congo, huyendo de la guerra, Nicole Ndongala se sigue emocionando cuando recuerda cómo fueron sus primeros días en España como una ciudadana «ilegal», «una sin papeles», palabras que jamás se escuchan en África cuando se les «vende» el sueño europeo. «A la tercera vez que me detuvieron, mis padres me dijeron que era mejor que saliera. Huir era la única salida en mi familia como en tantas otras que tenían mujeres y niñas, porque los calabozos de allí no son como los de España. No se separa a las mujeres de los hombres». Nicole se emociona. Acababa de salir Mobutu y entrar Kabila, que sigue siendo presidente de República Democrática del Congo, a pesar de los enfrentamientos continuados que se están registrando. Entonces hubo una escalada de violaciones y de todo tipo violencia. «Una violación es siempre algo malo, pero las violaciones en tiempos de guerra no es sólo una violación. Hay mujeres que se quedan estériles...».

Dada esta situación, por consejo familiar, Nicole, una veinteañera, voló en 1998 a Bruselas –tres meses después lo hizo su hermana pequeña– con un pasaporte falso que le había conseguido su hermano. Una vez allí cogió un autobús para llegar a Madrid. «No sé cuánto pagó mi hermano; ahora obtener un pasaporte falso cuesta entre 3.000 y 5.000 euros. No pensé en venir a España, sólo quería irme a un país no africano, dado que en aquella época los países fronterizos también estaban en guerra. Cuando llegué a Bruselas una chica de República Centroafricana a la que iban a deportar se negó y tras la pelea murió. Recuerdo que era la primera noticia así que tenía de Europa y pensé: ‘‘He huido de una guerra y y aquí también están matando gente’’. Me asusté y una persona me dijo que me fuera a España, que esas cosas no pasaban». «No es fácil llegar a un sitio donde uno no tiene familia. En África, cuando te dicen que te vas a ir a Europa, te da alegría porque piensas que va a ser otra cosa, pero cuando uno viene por estar su país en guerra estás asustado. Y cuando llegas nada te llama la atención. Todo es normal, salvo el rechazo que sientes con las miradas».

Cuando llegué a Madrid recuerdo que estuve un buen rato llorando. Un señor me preguntó y le dije que estaba cansada y me indicó un hotel, aunque lo que yo quería era ir a un albergue. Era carísimo y a los dos días ya me quedé sin dinero. Fui a una Iglesia para ver si me podían ayudar a encontrar una solución. La gente pensaba que estaba pidiendo dinero (Nicole no es de una familia pobre, trabajaba como gestora financiera). Después de mucho tiempo una mujer se me acercó y me dijo que ‘‘conocía una asociación donde ayudan a los negros’’, así me lo dijo. Y así es como conocí a la asociación Karibu, que es donde trabajo. El padre me preguntó si era de verdad así, si había venido sola, si no tenía familia aquí. Me mandó volver al hotel y recuerdo que me quedé llorando. Pero a eso de las 17 horas vi a una monja, que hoy es como mi abuela, como mi madre, como mi amiga, que se llama Beni, a la que el padre le pidió que fuera al hotel para averiguar si yo estaba sola. Entonces me llevó al albergue de Karibu. Las mujeres nos llevábamos bien, no éramos familia pero muchas habíamos salido huyendo de la guerra. Fuera era otra cosa. Era la época del anuncio de ColaCao sobre el África tropical, y la gente, sobre todo los jóvenes, nos la cantaban». Pasaron los días y el director, el padre Antonio, le dijo que se podía quedar en el albergue todo el tiempo que quisiera «con la condición de que me tenía que formar». Y vaya si lo hizo: «Aprendí español, y después un día el padre dijo que quién le traducía un dialecto. Yo le dije que le podía ayudar. Empecé y me animó a que me formara como traductora. Hablo lingala, kikongo, un dialecto del Congo que se llama bendé, francés y español. Inglés lo entiendo, pero no para traducir».

Así puede ayudar a otras mujeres. Y no sólo. Nicole asegura que antes de la crisis el tema del racismo había ido reduciéndose en España, «pero ahora la presión es mucho peor que antes». Ella nunca ha tenido ningún problema, aunque lo ha vivido de cerca por las mujeres que desde la asociación ayudan a encontrar empleo. «Hay gente que te dice que no querían una chica negra, o que su tono de voz es de negra, el rechazo es continuo. Lo importante es saber que hemos tenido que huir por culpa de la guerra, y que lo que queremos es vivir en paz».

«Estoy muy contenta de que haya habido tanto ruido sobre los refugiados sirios, pero me duele en el alma que hoy se considere que los sirios son los únicos refugiados». No es lo único que se debería cambiar en España respecto a los refugiados. «Tardaron un año en darme la protección humanitaria. Pero ahora cada vez es más complicado. La gente atraviesa desiertos y cruza los mares en busca de paz, no lo hacen por placer». Es un derecho para los que vienen huyendo de la guerra. «La gente está viviendo un infierno en sus países y cuando llegan están cuatro o cinco años con la tarjeta y después te pueden dar o no asilo. Es mejor contestarle al año, y no hacerle esperar cinco años para después decirle que no». Por eso, a la pregunta de qué le diría a otras personas que estén pensando en venir a Europa, explica que «si quiere venir pero está trabajando le digo que se lo piense bien, pero si su país está en guerra, es difícil decirle que no se venga. Lo que la gente está viviendo allí es un infierno. Nadie cruza la valla por placer».