Embarazo

La doctora que congela óvulos por el zika

El miedo al contagio lleva a muchas mujeres a posponer la maternidad en Brasil o a emigrar a otros países mientras dura el período de gestación

La doctora Danielle Cavalcanti trabaja en dos maternidades de Recife , donde atiende a bebés con microcefalia como el de la fotografía
La doctora Danielle Cavalcanti trabaja en dos maternidades de Recife , donde atiende a bebés con microcefalia como el de la fotografíalarazon

El miedo al contagio lleva a muchas mujeres a posponer la maternidad en Brasil o a emigrar a otros países mientras dura el período de gestación

Los teléfonos de la clínica de fertilidad Gerar de Recife, capital del estado brasileño de Pernambuco, no cesan de sonar. Su fundadora, la doctora Madalena Caldas, jamás había vivido en 20 años de carrera un auge de demanda para preservar óvulos como el que se vive ahora en el epicentro de la actual epidemia de zika y de bebés microcefálicos. «Muchos pacientes han decidido congelar óvulos ahora porque el zika les obliga a posponer el embarazo que habían previsto para este año o el siguiente, y no quieren que se les pase la edad», explica a LA RAZÓN. «La demanda se ha triplicado en los últimos meses», asegura.

La emergencia sanitaria en Brasil provocada por la infección de un millón y medio de personas con un virus descubierto en 1947 en zonas selváticas de Uganda, pero del que se conoce poco, ha trastocado los planes de decenas de miles de familias que planeaban tener hijos en los próximos dos años. En un contexto de carencia de vacuna contra el zika y ante un mosquito transmisor –el Aedes Aegypti- cuya proliferación está fuera de control en el país, los que pueden permitírselo recurren a clínicas especializadas en busca de soluciones atípicas.

«Tenemos varias pacientes que, ante la urgencia de quedar embarazadas por cuestiones de edad, nos han pedido que iniciemos la inseminación, ya que tienen planeado irse al extranjero durante los primeros cuatro meses de embarazo», relata. El objetivo no es otro que minimizar el riesgo de que la gestante contraiga el zika y el feto pueda sufrir una microcefalia, una enfermedad que provoca calcificaciones en el cerebro y, por lo general, acarrea lesiones neurológicas de por vida para el niño.

Una de las que eligió esa opción es Carmen Valadares, una mujer de 53 años que, tras quedarse embarazada en septiembre, emigró tres meses a Miami. Interrumpió sus dos trabajos –como funcionaria pública y directora de una clínica privada–, negoció vacaciones con compañeros de empleo y preparó concienzudamente una emigración destinada «a proteger a mi hijo».

«Un amigo brasileño me alquiló un apartamento en Miami y me fui allí con mi sobrina. Nunca me imaginé que viviría un embarazo de este tipo, creía que sería tranquilo, pero no lo dudé, porque lo más importante era proteger al bebé», explica esta mujer, ya de vuelta a Brasil tras superar los primeros cuatro meses de embarazo. Ése es el perIodo que los doctores consideran crítico en lo referente al riesgo de anomalías por el zika, debido a que el sistema nervioso del feto está en formación.

Una decisión compleja no sólo porque, como Valadares subraya, «a nadie le gusta tener que salir de su país por esos motivos», sino porque tuvo que organizar desde Estados Unidos el seguimiento de una gestación cuyo historial médico tenía su origen en Brasil. «Me fui con todo preparado y con medicinas desde aquí. Cuando necesitaba algo, hablaba por teléfono con mi doctora en Brasil. Contraté un seguro médico en Estados Unidos, pero al final no hizo falta», dice.

Quienes no tienen los recursos para garantizar la inseminación –el coste del tratamiento puede superar los 6.000 euros– o para emigrar a Miami o Portugal, otro de los destinos privilegiados por las futuras mamás brasileñas, simplemente posponen sus planes. Un caso paradigmático es el de la pediatra Danielle de Cavalcanti, una enérgica doctora de 35 años que trabaja en las dos maternidades de referencia de Recife para el tratamiento de microcefalia asociada al zika. «Iba a quedarme embarazada este año, pero en este contexto no. Ésa es también mi recomendación a las pacientes. Si más tarde no lo logro, adoptaré», asevera.

En su consulta del Instituto Materno Infantil Profesor Fernando Figueira (IMIP) de Recife, de Cavalcanti no sólo hace frente al dramático auge de la microcefalia en neonatos de todo Pernambuco, donde se concentran el 30 por ciento de los casos documentados desde agosto en Brasil. También debe proporcionar una asistencia psicológica e incluso aconsejar a madres –por lo general de baja renta– que temen la descomposición del ya frágil núcleo familiar como consecuencia de un hijo «que necesitará cuidados especiales toda la vida».

«Muchas madres están muy deprimidas, creen que es la peor tragedia en sus vidas, que ahora deberán dedicarse sólo a los bebés. Algunas están empleadas y no podrán seguir trabajando. ¿Cómo vas a dejar a tu hijo con otros? ¿Cómo va a ocuparse la familia de él? Un niño con alteraciones neurológicas de este tipo requiere una atención diferenciada», explica, y señala que en estos casos se producen «muchos abandonos paternos».

«Hay una gran dificultad desde el punto de vista psicológico de las madres. Intento hacerles comprender que ha sucedido y que no hay vuelta atrás. Que van a tener que modificar no sólo sus vidas, sino su relación con el mundo. Y que tienen que eliminar el preconcepto que tienen con sus propios hijos, ya que muchas ni siquiera quieren que las atienda en días de consulta normal, por vergüenza, así que hemos tenido que crear días específicos para microcefalias», lamenta de Cavalcanti, experimentada en lidiar con estas situaciones por haber trabajado con pacientes terminales y casos de sida en niños.

El Gobierno brasileño declaró en noviembre la emergencia de salud pública por el zika y su probable vinculación en las más de 4.000 microcefalias confirmadas o sospechosas de tener su origen en el virus. Sin vacuna y con escaso conocimiento sobre el virus, no queda más remedio que focalizar los esfuerzos en erradicar al Aedes aegypti, principal vector de transmisión. Al menos hasta esta semana, cuando los científicos han hallado evidencias de que el zika podría transmitirse también por contacto sexual e incluso por la saliva, lo que abre un nuevo frente de batalla.

En ese contexto, Brasil ha lanzado una ambiciosa campaña para que técnicos de salud recorran las cuatro esquinas del país con el objetivo de eliminar los focos de reproducción de las larvas, que según las estadísticas oficiales se encuentran en un 82 por ciento dentro de las viviendas. En una alocución televisiva esta semana, la presidenta Dilma Rousseff anunció que 220.000 militares participarán en las tareas de combate al mosquito a partir del 13 de febrero, y recordó que firmó un decreto que permite a las autoridades allanar un domicilio con el fin de erradicar focos. Unos esfuerzos que corren el riesgo de tener un impacto limitado, a juzgar por la experiencia de LA RAZÓN acompañando a un equipo de sanidad en la ciudad de Olinda.

«¡Abran la puerta, por favor, somos de la secretaría de Salud!», grita, pandereta en mano, el técnico de medioambiente de la municipalidad, acompañado por una docena de estudiantes de medicina que, vestidos de bata blanca, participan como voluntarios en las tareas de concienciación. Los sonidos de la televisión y de las pisadas que se escuchan desde fuera de la casa confirman la presencia de los habitantes, pero –como en numerosas ocasiones durante esta calurosa mañana– nadie responde.

«El marco socioeconómico y la baja educación lo hacen todo más difícil. Muchas personas rechazan abrirnos porque dudan de que seamos realmente de la secretaría de Salud. En un clima de desempleo por la crisis, temen que seamos ladrones», explica Nilson dos Santos, supervisor de técnicos de la alcaldía de Olinda.

A la desconfianza de la población –testimonios niegan que el zika cause microcefalia, y culpan de la enfermedad a una partida defectuosa de vacuna de rubéola– se suma un contexto desfavorable. Brasil vive actualmente su peor sequía en décadas, y el suministro de agua sólo funciona uno o dos días por semana en áreas muy pobladas. Una situación que obliga a la población a acumular reservas en cubos, el mejor marco para la reproducción del mosquito.