Videos

Carlos, encerrado durante años por mil euros al mes

Imagen de las piernas del hombre momentos antes de ser liberado
Imagen de las piernas del hombre momentos antes de ser liberadolarazon

Guillermo iba de un lado a otro de la calle. No eran sus 76 años los que explicaban su andar torpe, sino todo el alcohol que almacenaba su cuerpo. Cuando pasaban poco más de las cinco de la tarde de un jueves cualquiera, su embriaguez parecía obligarle a terminar la fiesta antes de tiempo. Pero bajo el inapropiado calor que pesaba sobre la ciudad sevillana de Dos Hermanas el pasado día 17, aún mantenía la firme intención de tomarse una más.

Muy cerca ya de un bar de su barrio, en plena calle, sus continuas pérdidas de equilibrio no lograron pasar desapercibidas. Un transeúnte le ayudó a levantarse de una de las caídas y, en vista del deplorable estado en el que se encontraba, consideró que llamar a la Policía para que el anciano volviera a su casa a salvo era lo más sensato. Aunque Guillermo no pensaba lo mismo y empezó a revolverse contra el buen samaritano que se cruzó en su camino. «Él gritaba que no, que no quería que viniera la Policía a por él y empezó a arañar al que lo levantó. Se lió una buena», relata un testigo de la escena.

Fue entonces cuando varias personas salieron del bar al que supuestamente se dirigía Guillermo para intentar tranquilizarlo un poco a la espera de que llegaran los agentes. «Le sacaron una silla y lo sentaron, pero se seguía cayendo». Una vez que llegó la patrulla, «voluntariamente» hizo el camino de vuelta a casa en compañía de los policías.

Ya en el domicilio habitual del hombre, lo que parecía un servicio rutinario por parte de los agentes terminó en un atroz descubrimiento. La vivienda, de una sola planta y ubicada en pleno centro de la localidad nazarena, albergaba a alguien más que a la hermana del propietario, de 61 años y allí presente. Una puerta al final de un pasillo interior, asegurada por un candado y una cadena como las que se colocan en las ruedas de las bicicletas para impedir los robos, llamó la atención de los agentes. Interesados por conocer qué se escondía detrás, preguntaron al hombre, que manifiestamente reconoció que «ahí vivía su hermano, que tenía problemas mentales y por su seguridad lo mantenían aislado», según detallan fuentes policiales. Su declaración se vio secundada por la de la hermana, que afirmó ser la encargada de la higiene de su hermano enclaustrado, además de suministrarle alimentos y medicamentos. En cambio, la pensión que recibía, de unos 1.000 euros al mes, era administrada por ella.

Ante los extraños tintes que estaba tomando la situación, los policías reclamaron que les abrieran la puerta y así poder verificar los testimonios que estaban escuchando. Los hermanos accedieron a la petición, de manera que el siguiente paso estaba franqueado por otra puerta, esta vez atrancada con un tablón de madera.

Una vez superado este último obstáculo, una «ruinosa y estrecha» escalera conducía a un pequeño habitáculo, similar a un palomar, en la parte superior del edificio. Según detalla la Policía, en el interior de dicho «cuartucho sin techo de unos tres metros cuadrados», se encontraba, tal y como anunciaron los hermanos, el huésped escondido. Carlos, de 59 años, apodado como «el loco del río», yacía completamente desnudo sobre un colchón rodeado de numerosas botellas y cubos en los que hacía sus necesidades. Presentaba una visible desnutrición cuando había sido siempre una persona «fuerte a reventar», como apunta un residente de la zona. Ajeno a cualquier tipo de saneamiento y bajo unas condiciones higiénicas deplorables, permanecía entre esas cuatro paredes con un viejo ventilador colgado de la pared como el mayor lujo del que disponía.

Seguidamente y avisados por los agentes, efectivos sanitarios procedieron a llevar a Carlos al Hospital Nuestra Señora de Valme, en Sevilla, para que se le realizara un reconocimiento médico completo. Tras realizar una primera evaluación, los sanitarios descubrieron que la última valoración médica que se había hecho de Carlos databa de 20 años atrás, aun cuando sus problemas mentales requerían atención y tratamiento frecuente.

Acusados como presuntos autores de delitos contra la integridad moral, de malos tratos en el ámbito familiar y detención ilegal, ambos hermanos fueron arrestados y posteriormente puestos en libertad con cargos.

El barrio no da crédito a lo ocurrido. Hacía varios años que no veían a Carlos. Algunos señalan que desde hace siete, otros diez. En todo caso, una eternidad para estar confinado en un exiguo habitáculo. Recuerdan que era un muchacho normal hasta que de joven fue a trabajar a Barcelona. Al cabo de uno o dos años, volvíó pero no era el mismo. Sus andares atropellados le delataban. Con los años se convirtió en rutina el verle caminando por la calle hablando solo y fumando mucho. La apariencia dejó de ser una preocupación para él. «En verano se ponía un abrigo muy largo y se sentaba al sol en un parque del barrio», rememora una vecina que conoce a la familia «de toda la vida». Tomaba su café y compraba su tabaco, pero sus familiares no veían con buenos ojos que fuera a lugares con mucha gente «por si no se podía controlar». Y de la noche a la mañana dejaron de verle. «Cuando le gente le preguntaba por su hermano, Guillermo respondía que ‘‘ahí está en casa, como una rosa’’. Siempre decía que su hermano estaba bien», cuenta la vecina. «Pensábamos que estaba en la casa, lo que no sabíamos es si estaba en buenas condiciones o no porque nunca se ha visto esa casa con la puerta abierta». Otros, más alejados de los hermanos, simplemente, creían que Carlos había muerto o que estaba internado en algún psiquiátrico, pero nadie llegaba a imaginar que estuviera viviendo una realidad tan inhumana.

La imagen de Guillermo, lejos de ser la de un vecino ideal, siempre estuvo marcada por su fuerte dependencia de la bebida. No llegó a formar una familia, y después de que falleciera su madre y de que sus otros hermanos se casaran, se quedó a cargo de Carlos. Los residentes de la zona no le recuerdan ningún trabajo en el pasado, aunque sí resaltan la afición que hace años le acercó a la taxidermia. Era frecuente verle entrar en casa con animales disecados. «Nadie tiene conversación con él», sostiene una vecina. «Nunca ha sido normal».

Para el psiquiatra forense José Cabrera, los 1.000 euros de pensión no constituyen «la única razón» que motivó a esta familia a retener a la víctima. «El origen de lo que ha pasado sólo tiene tres explicaciones: la ignorancia, el sentimiento de vergüenza de tener a un enfermo mental o el estigma de la propia enfermedad». El psiquiatra considera que, en este caso, «hay una dinámica patológica familiar en la que la víctima ha sido el chivo expiatorio». Curiosamente, esa dinámica mezclada con el abuso del alcohol ha sido la que ha terminado delatando la condena de Carlos en la prisión en miniatura en la que ha envejecido los últimos años.