China

Madres a toda costa

En plena polémica sobre las técnicas de reproducción asistida o gestación, LA RAZÓN reúne a seis mujeres a las que la salud o sus circunstancias personales las han llevado a buscar la maternidad a través de distintas vías: adopción, donación de óvulos o esperma, subrogada...

Rosa, Noemí, Anabel, Ana, Laura y Eva María
Rosa, Noemí, Anabel, Ana, Laura y Eva Maríalarazon

En plena polémica sobre las técnicas de reproducción asistida o gestación, LA RAZÓN reúne a seis mujeres a las que la salud o sus circunstancias personales las han llevado a buscar la maternidad a través de distintas vías: adopción, donación de óvulos o esperma, subrogada...

Los datos lo dicen todo. En 2015, cuatro de cada diez niños nacieron de madre no casada. Son cifras del Instituto Nacional de Estadística (INE) que explican lo que ya es algo más que un fenómeno puntual. Es una realidad. A ello se suman los avances de las técnicas de fertilidad: el 40 por ciento de las pacientes que pasan por estas clínicas lo hacen para afrontar la maternidad en solitario. «Hemos avanzado mucho en la última década, pero aún nos queda. Ya no existe tanto recelo como antes, pero el modelo familiar monoparental no está reconocido ni fiscal ni políticamente. Exigimos una ley como la de las familias numerosas, pero sabemos que es muy difícil que se haga». Las declaraciones son de Rosa Maestro la impulsora de la asociación Masola (masola.org) donde se agrupan mujeres con estas mismas inquietudes. «Cada vez somos más y no sólo mujeres, el movimiento de padres también es más numeroso. Ellos terminarán formando su propia asociación», añade.

Alba y Nabila, las dos hijas de Rosa, llegaron a su vida de dos formas muy distintas. Nabila, de origen marroquí, era un deseo expreso de su madre. «Mi abuela se quedó huérfana muy pequeña, con ocho años. Siempre supe que tendría un hijo adoptivo», reconoce. Pero los trámites para hacerlo realidad son mucho más farragosos, más si la solicitante es soltera. «Iba cumpliendo años y, a pesar de haber hecho el cursillo de adopción, el trámite es muy largo». Por ello decidió acudir en 2002 a una clínica de fertilidad y someterse a un proceso de fecundación in vitro con semen de donante. Fue así como nació Alba y, al mismo tiempo, se complicó el sueño de la adopción. «Al haber sido madre me hicieron cerrar el expediente. Tenían que pasar nueve meses para poder iniciar el procedimiento de nuevo». Es en 2004 cuando retoma el proceso de adopción, pero «ya se había empezado a complicar todo para las monoparentales y muchos países cerraron las posibilidades de adopción a madres solas». Así, Rosa volvió a la clínica de fertilidad. Tras tres tratamientos infructuosos «me despedí de mis óvulos y esperé a una donante». Tenía 42 años. A la espera de encontrar la voluntaria idónea, se empezó a interesar por los procesos de acogimiento permanente que existen en Marruecos. La idea la convenció y decidió recorrer el país durante un mes visitando orfanatos. Y la suerte llamó a su puerta. «Una pareja estadounidense había rechazado a una niña de ocho meses porque la madre era portadora de hepatitis C». Así se convirtió Nabila en la hermana pequeña de Alba y los celos aparecieron en la casa de Rosa.

Noemí Tovar también optó por la adopción, pero su devenir hasta conseguirlo es muy diferente al de Rosa. «En la treintena tuve una relación con un hombre que no podía tener hijos y tampoco quería adoptar. Tras ocho años lo dejamos y me lancé a la adopción en solitario», explica. «La mirada de Silvia Jie. El reto de ser madre adoptiva» iba a ser, en un inicio, la carta de una madre a su hija adoptada. «Quería contarle mis inquietudes y me di cuenta de que podía ser un libro para ayudar a otras madres que pasaran por el mismo proceso». Lo cierto es que Noemí tuvo suerte porque sólo transcurrieron seis meses desde que abrió su expediente en China, hasta que Silvia Jie voló a España. «En el 2000 era relativamente fácil. Tuve mucha suerte porque ahora no habría sido posible».

La palabra «fácil», en cambio, no parecía estar ligada a la vida de Anabel Manchón. Ella tuvo que ir agotando cartuchos hasta conseguir que Chencho entrara en su vida hace dos años. «Con 36 años me detectaron cáncer de mama. Me operaron, me quitaron los dos pechos y preservé óvulos al ser un cáncer hormonal», pero dos años después tuvo una recaída y volvió a pasar por sesiones de quimio y radioterapia. «Pasé hasta por seis operaciones». Tras las complicaciones médicas ella y su marido Rubén «nos decidimos por la adopción», pero al haber superado un cáncer, «me dijeron que tenía que esperar dos años para poder iniciar el proceso». Transcurrido ese tiempo, le volvieron a exigir otros dos años. Estuvieron cinco años esperando a un certificado de idoneidad que nunca llegaba. «Habiendo estado enferma, los países de destino también me iban a poner en la cola de la lista. Sólo nos quedaba una vía: la gestación subrogada». Tras barajar todas las posibilidades y los elevados costes, se decantaron por Tailandia. El proceso fue «impecable», recuerda Anabel. Sólo los trámites burocráticos en el consulado español les frenó el regreso a España. «Nos tuvimos que quedar seis meses más después de nacer» hasta que se les concedió la patria potestad. Aún hoy mantienen la relación con la gestante. «Intercambiamos fotos de nuestros hijos». Ellos también quieren contarle a Chencho cómo llegó a su vida y lo han hecho en forma de cuento con «Esperando a Pingüi».

«O me pongo a tener hijos o me quedaba sin ellos». Con esta frase fue como Eva María Bernal se autoconvenció de que los 36 años era el tope para ser madre. Esta asesora en reproducción asistida ha tenido tres hijos con estos procedimientos. Los mellizos (Aitana y Martín) nacieron tras un proceso de donación de embriones, mientras Rodrigo, el mayor, nació gracias a un tratamiento con semen de donante. «En la primera clínica a la que fui no me sentí muy bien tratada por ser madre soltera. Así que recurrí a otra y todo fue perfecto».

A Laura Puerto fue una endometriosis la que le privó de ser madre de forma natural. Tuvo que pasar un proceso duro para superar su problema de infertilidad. «Al principio sentía frustración y vergüenza» y decidió no contárselo a nadie. Pasaron varios años y tratamientos fracasados hasta que se convenció de que la solución era una donante. «Fue un mundo renunciar a mis gametos. Lloré mucho». El embarazo fue complicado por el miedo a perder a los niños, pero hoy, dos años después, puede disfrutar de Antonio y Javier.

Ana Senent es la única de las seis que aún no ha cumplido su deseo de ser madre. Lleva siete años intentándolo. Los primeros procesos no funcionaron y un fallo en una punción para extraerle óvulos le produjeron una hemorragia interna que tardaron un año en diagnosticarla. «Mi vida ahora es otra», incluso ha cambiado su dieta, pero no renuncia a ser madre. Ahora espera los óvulos de una donante, «con mucha calma porque no quiero volver a jugarme la vida». Pero tiene claro algo: «No sé cómo pero seré madre».