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«Maté primero a Janaina y los niños. Quería que Marcos sintiese un dolor profundo»

El descuartizador de Pioz confiesa que asesinó primero a su tía y a sus primos para hacer daño a su tío, al que acuchilló después de llevarle a la cocina para que viera la masacre. El juez decreta su ingreso en prisión.

El joven Patrick, ayer, escoltado por la Guardia Civil
El joven Patrick, ayer, escoltado por la Guardia Civillarazon

El descuartizador de Pioz confiesa que asesinó primero a su tía y a sus primos para hacer daño a su tío, al que acuchilló después de llevarle a la cocina para que viera la masacre. El juez decreta su ingreso en prisión.

El titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Guadalajara ratificó anoche la prisión provisional incomunicada y sin fianza para Patrick Nogueira por dos delitos de homicidio y dos de asesinato tras confesar el cuádruple crimen de Pioz. Tras prestar declaración, el joven fue conducido en un coche con las lunas tintadas a la cárcel de Alcalá Meco para ingresar en prisión.

La historia de este tremendo crimen comenzó hace años. Marcos llevaba un tiempo viviendo en España cuando su familia le pidió que acogiera a Patrick en su casa. El joven había acuchillado a un profesor en Brasil y a pesar de contratar a los mejores especialistas, no enderezaba su vida. Un día el joven verbalizó el sueño de convertirse en futbolista en nuestro país, donde juegan los grandes referentes como Neymar. Su padre, que deseaba que se labrase un futuro, le sufragó los gastos.

A Marcos no le hacía mucha gracia meterlo en casa, junto a su mujer y los dos niños, pero él llegaba apretado a final de mes y el enorme potencial económico de su sobrino le ayudaría a sufragar los gastos corrientes, y lo más importante, el concepto de familia arraigado en su mente: la sangre siempre por encima de cualquier otro criterio, le convencieron para aceptarlo. Sin darse cuenta acababa de franquear la puerta al diablo.

La convivencia con él no fue fácil. La nula colaboración, su ausencia de rutinas y normas, y sobre todo su extraño comportamiento provocó poco a poco que Marcos acumulase un enorme rechazo hacia su sobrino. No le gustaba nada de él; ni cómo miraba a su mujer ni su carácter, que a veces infundía miedo.

Un día decidió cortar con aquella situación. Le anunció que ellos se habían alquilado un chalé, se iban de casa y que le tocaba encontrar un lugar donde vivir: «Te vas a tener que buscar la vida». Patrick se lo tomó como una afrenta personal: cómo osaba su tío dejarle tirado cuando era la única familia que tenía en España. Le odió y lo hizo con tanta intensidad que planificó provocarle el mayor daño posible. Sabía que su tío era muy religioso y creyente, y que adoraba a su familia. Lo que le destrozaría es que matase a sus hijos. Pero su verdadera vendetta no acababa con la muerte de sus primos y su tía: «Quería que él viese lo que les había hecho, que fuera consciente y sintiese un dolor profundo», explicó a los investigadores.

El 17 de agosto compró dos paquetes de bolsas de basura industriales, un cuchillo y cinta americana y se desplazó en autobús hasta el chalé de Pioz. Llamó a la puerta al filo del mediodía. «¿Qué haces por aquí?», preguntó Janaina. «He venido a comer con vosotros», replicó él. La mujer de Marcos le dejó pasar sin temer nada, preparó el almuerzo y comieron todos juntos. Al terminar, la mujer recogió la mesa y como siempre Patrick ni se molestó en ayudar, sólo observó sin mover un músculo. Cuando estaba a punto de terminar la siguió a la cocina y la atacó por la espalda. Janaina no se dio ni cuenta de por dónde le llegaba la muerte. «A partir de ahí juro que tengo un vacío. No me acuerdo de nada. No sé como maté a los niños. Soy incapaz de recordarlo», explicó Patrick. «Lo siguiente que recuerdo es que estaban los tres muertos en la cocina». Sólo le quedaba esperar a que llegase Marcos.

El cabeza de familia se sorprendió al abrir la puerta. «¿Tú qué haces aquí?”, le preguntó a su sobrino. «He venido a comer con tu mujer y tus hijos», le respondió. «¿Y qué tal?», le insistió. «Muy bien», confirmó Patrick. «Vente conmigo para la cocina que aquí los tienes a los tres», le pidió a su tío. Marcos le siguió. La sanguinaria escena que encontró le dejó en estado de shock. Cuando todavía estaba tratando de entender quién podía haber cometido la atrocidad que sus ojos presenciaban tuvo que enfrentarse a un cuchillo que volaba hacia su cuello. Patrick lo empuñaba en la mano. Se defendió, forcejearon, pero finalmente sucumbió a las cuchilladas de su sobrino. «No quería matarlos, pero tengo un problema en la cabeza», trató de justificarse Patrick delante de los investigadores y de su abogado de oficio. «Me puede el instinto asesino. Se me mete dentro y no puedo frenarlo. Me posee una ira incontrolable».

Después de muertos, supo que lo mejor era hacerlos desaparecer. Nadie prestaría atención a la ausencia de cuatro brasileños sin más familia que él y no se iba a denunciar a sí mimo. «Descuarticé a Marcos y Janaina porque no podía trasportarlos enteros ni meterlos en las bolsas. Fue una cuestión instrumental», explicó sin ningún arrepentimiento ni muestra de empatía. «Los embalé a todos, los dejé en la habitación más próxima a la puerta para llevármelos al día siguiente y luego limpié toda la casa. Cuando acabé, me di una ducha y me eché a dormir un rato». Sin ningún pudor se acostó en la cama de matrimonio, en la que hasta la noche anterior habían dormido sus víctimas. Los investigadores, al inspeccionar la casa, la encontraron deshecha.

Por la mañana decidió que los enterraría, «pero me encontré con un problema. ¡Los cuerpos pesaban mucho! No tenía fuerzas ni para cargarlos de uno en uno. Se me ocurrió usar el carrito del bebé para trasladarlos a los campos de alrededor, pero salir seis veces con una bolsa verde y pasar por delante de la garita de seguridad llamaría mucho la atención. Le di muchas vueltas al asunto tratando de encontrar la respuesta. Lo mejor haberlos cargado en un coche y llevármelos, pero no sé conducir». Como no encontró la forma de sacarlos del chalé, desistió. Estaba cansado. Aun así se llevó las llaves de la casa por si se le ocurría cómo de deshacerse de ellos, regresar y encargarse de los cuerpos. Nunca volvió al domicilio. Con el paso de los días los cadáveres fueron descomponiéndose y a pesar de que los había envuelto dentro de varias bolsas cada uno, los plásticos acabaron explotando. El pestilente olor se extendió y un vecino lo denunció.

A partir de ahí, los agentes de la UCO y de la Policía Judicial de la Guardia Civil de Guadalajara consiguieron acumular los suficientes indicios como para no tener ninguna duda de la autoría. Encontraron su ADN en la cinta americana de una de las bolsas en las que se envolvía uno de los cuerpos, su teléfono móvil lo situaba en la antena de Pioz y en el abono de trasportes quedó reflejada la hora de su llegada a la casa de sus tíos y la de regreso.

Psiquiátrico o prisión permanente

Dicen los que le han visto que Patrick no está apesadumbrado ni rompe a llorar. «Está ausente, como si no le importase nada. La vida de los demás no tiene ningún valor para él». Su abogado de oficio pidió ayer mismo a su señoría que lo sometan a un profundo examen para determinar su imputabilidad. Los resultados tardarán unos días, pero dependiendo de su nivel de enajenación se sentará en el banquillo o irá directamente a un psiquiátrico. Por el momento, la Fiscalía Provincial de Guadalajara pedirá prisión provisional para Patrick, que podría enfrentarse a prisión permanente revisable por el asesinato de los dos niños de cuatro y un año. Es probable que en los próximos días lleven al joven al chalé donde tuvieron lugar los macabros hechos.