Violencia de género

«Mi madre pidió ayuda pero está muerta»

En los últimos cinco años 200 menores han perdido a sus madres asesinadas a manos de sus parejas.. Las asociaciones de mujeres exigen a la Administración mayor protección ante el «desamparo» de los huérfanos de la violencia de género.

Un menor refleja en un dibujo los insultos de su progenitor a su madre. En el centro se aprecia la figura del niño empequeñecido y cabizbajo
Un menor refleja en un dibujo los insultos de su progenitor a su madre. En el centro se aprecia la figura del niño empequeñecido y cabizbajolarazon

En los últimos cinco años 200 menores han perdido a sus madres asesinadas a manos de sus parejas. Las asociaciones de mujeres exigen a la Administración mayor protección ante el «desamparo» de los huérfanos de la violencia de género.

Natalia llegó a casa con la intención clara de poner punto final a su relación después de meses de vejaciones y maltrato. «Me marcho de casa», fue lo último que dijo a su pareja en presencia de sus dos hijos –de una relación anterior–. El hombre la persiguió hasta la cocina cargado con una escopeta de caza y allí la descerrajó dos tiros que acabaron con su vida en el acto. Una bala rozó la mano de Pablo, su hijo pequeño, de 16 años, que pudo escapar por la ventana; el mayor, Mauro, de 17, huyó por la puerta de la vivienda presa del pánico. La mujer había pedido ayuda a una asociación de mujeres y a los servicios sociales de Becerreá (Lugo), sin resultado alguno. Incluso dos horas antes de su asesinato, había acudido desesperada al centro de información a la mujer de Lugo. «Mi madre pidió ayuda, tenía que estar viva, pero está muerta», lamenta su hijo menor. Desde el 10 de febrero pasado, cuando ocurrió la tragedia, él y su hermano tienen pesadillas, no logran conciliar el sueño, no se concentran en las clases, viven con ansiedad, desgana y desilusión. «Están llenos de odio y rencor hacia el asesino de su madre y hacia un sistema por el que se sienten abandonados», cuenta su tía Berta. Se ha hecho cargo de sus dos sobrinos y se lamenta del «desamparo» que sufren por parte de la Administración. La única pensión de orfandad que les corresponde es de 215 euros mensuales a cada uno. «A su madre no le dio tiempo a cotizar lo suficiente para que a sus hijos les quedara una pensión mayor», cuenta Berta. A esto hay que sumar un «pack» de 15 sesiones psicológicas gratuitas. Ni una más, aunque son jóvenes que tendrán que recibir asistencia psicológica de por vida, que tendrá que afrontar su tía, que es la que les ha abierto de par en par las puertas de su casa. «Mis sobrinos me dan las gracias por cuidarlos. Sólo me tienen a mí, pero yo les agradezco que me quieran y que me dejen tenerlos conmigo».

«El Estado no ha previsto estas situaciones. La madre hizo una gran labor con ellos, son chicos muy educados, pero en estas edades necesitan apoyo, el esfuerzo del Estado tiene que ser mucho mayor para conseguir la estabilidad que estos niños han perdido», explica Gloria Vázquez, de la asociación Velaluz. Mauro y Pablo forman parte ya de la lista de huérfanos de la violencia de género . Sólo en los últimos cinco años 200 menores han perdido a su madres asesinadas a manos de sus parejas. A éstos hay que sumar los niños que sufren a diario la violencia de género en sus hogares y que no están registrados en las estadísticas. De hecho, el teléfono de la fundación ANAR registró el año pasado 1.741 denuncias de menores relacionadas con violencia de género. «Es muy importante la asistencia psicológica a los menores víctimas», incide Rosa Monteserín, coordinadora de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres. «La exposición a la violencia, las humillaciones, la manipulación emocional, la desvalorización, la intimidación, el maltrato físico y, en algunos casos, el abuso tiene en consecuencias: retraso en el crecimiento, alteraciones sueño y alimentación, ansiedad y depresión. La mayoría tiene falta de habilidades sociales, son más agresivos, inmaduros y están más expuestos a la delincuencia y las drogas. Hay que ayudarlos a desmontar la violencia que han normalizado. Si no, puede que en unos años ellos sean unos nuevos maltratadores y ellas, las futuras maltratadas».