Violencia de género

Ni una víctima más

Sandra Golpe, Lola Baldrich, Cristina López, Cristina Pardo, Patricia Fernández, Antonieta Mendoza y Gema Hassen-Bey alzan la voz junto a mujeres anónimas contra la violencia de género

Sandra Golpe
Sandra Golpelarazon

Sandra Golpe, Lola Baldrich, Cristina López, Cristina Pardo, Patricia Fernández, Antonieta Mendoza y Gema Hassen-Bey alzan la voz junto a mujeres anónimas contra la violencia de género.

Sandra Golpe

43 años - Periodista

► Es uno de los rostros más conocidos de los informativos nacionales y no duda en utilizar su imagen y su popularidad para alzar la voz en contra de la violencia de género. Asegura que es muy importante informar de manera rigurosa sobre este asunto y evitar cualquier dosis de sensacionalismo. «Debemos evitar que se produzca el efecto llamada cuando informamos sobre mujeres asesinadas. Además, me preocupa que el desgraciado hecho de que sean noticias bastante frecuentes hagan que el espectador se inmunice a ellas. Por eso, cada día intentamos superarnos, hacer informaciones complementarias que vayan más allá de la noticia puntual. Que sirvan para concienciar y para paliar esta enfermedad social que es la violencia machista», asegura.

Ni una más. Un objetivo complicado, pero posible. Un desafío el que se consiga reducir a cero las muertes por violencia de género. Un reto para que de una vez por todas la mujer sea respetada en una sociedad en la que todavía la sinrazón machista sesga los sueños de miles de mujeres en todo el mundo. Que arruina la vida de menores y rompe familias. Tan sólo en España 48 mujeres han muerto en 2017 a manos de hombres, si se les puede llamar así. A manos de bestias, de monstruos que esconden sus complejos en puños de hierro y palabras que desangran. No al sometimiento, no a la vejación. Por primera vez en la historia, esta semana, todas las comunidades autónomas y ayuntamientos de España ratificaron el Pacto de Estado contra la Violencia de Género aprobado por el Congreso en septiembre. Un paso en firme al que se suma LA RAZÓN, desde donde proponemos la lucha contra el maltrato como el principal desafío de 2018 para que las estadísticas de esta lacra bajen a cero y rompan con la tendencia alcista que desde 2013 se ha cobrado 918 víctimas. Así, reunimos a mujeres que de una u otra forma están relacionadas con esta batalla, desde Bárbara que fue maltratada, a Rosa que ejerce de educadora social o Elena, una enfermera que durante más de una década ha ayudado a decenas de mujeres que no encontraban salida. Periodistas, enfermeras, escritoras, actrices, deportistas, activistas de derechos humanos. Rostros conocidos y mujeres anónimas que ponen su granito de arena cada día para ayudar a quienes más lo necesitan y para educar y concienciar a una sociedad que en ocasiones sigue viendo con distancia esta problemática. Muchas mujeres han roto su silencio en estos últimos años. Otras callan, sufren, viven con miedo. La guerra abierta contra este cáncer social viene desde diferentes frentes, uno de ellos y fundamental, desde los medios. Sandra Golpe, directora y presentadora de Antena 3 Noticias 1, asegura que su compromiso con esta causa es central. «Siempre hay que levantar la voz contra la violencia machista. Contarlo en nuestros informativos es una responsabilidad social que tenemos. Nuestra prioridad siempre es proteger a la víctima y a su entorno, especialmente a los menores que están involucrados. Hay que huir del sensacionalismo e informar con rigor. No hace falta que el espectador vea sangre, hay que seleccionar las imágenes que puedan ilustrar mejor la gravedad del asunto, pero con respeto, con elegancia», explica Golpe. Además, la presentadora insiste en que no basta con contar la información de manera puntual y aséptica sino que debe ser completada con datos, con mecanismos de ayuda para otras mujeres que se encuentren inmersas en la espiral de la violencia para que sean capaces de salir de ella. «Desde Antena 3 tenemos campañas en contra de esta lacra, debates e, incluso, hemos hecho noches temáticas sobre el maltrato. No se puede tolerar este goteo incesante de víctimas, que ya casi llegan al medio centenar este año. Es un problema que va a más y debemos hacer lo imposible para frenarlo», apunta. Por ello, por ejemplo, es clave que en todas las informaciones que versen sobre maltrato lleven sobreimpreso el teléfono 016 de atención a las víctimas. «También debe haber una mayor implicación desde las aulas. La educación en igualdad es fundamental. Hay que enterrar los micromachismos con los que nos encontramos a diario. También es necesario utilizar nuestras vías de comunicación para pedir agilidad judicial y policial. Nuestra labor es estar siempre al lado del ciudadano, ayudarle e informarle», afirma. Además, la periodista subraya que la violencia de género nos afecta a todos, no sólo a las mujeres, aunque realmente ellas sean quienes más lo padecen. «Nos encontramos con nuevos casos de maltrato cada día. Niños que se quedan huérfanos... es terrible. Por eso, hombres y mujeres debemos involucrarnos de lleno en esta lucha», dice.

Sin embargo, el exceso de información también puede ser contraproducente y Golpe es consciente de ello. «Si todos los días se dan noticias sobre este tema se corre el riesgo de relativizar y eso hay que impedirlo. No podemos hacernos inmunes al dolor, a las desgracias», asevera, al tiempo que reconoce que cada vez hay más sensibilidad social en esta materia, lo cual es muy positivo. «Aún así creo que después de ver las violaciones en grupo, las agresiones sociales, las violaciones que se producen más a menudo de lo que nos gustaría, denota que ahí nuestra sociedad sigue teniendo un serio problema, una enfermedad que hay que sanar y atajar de raíz. Pero no es una labor solo de los medios, esto debe comenzar en las casas, en el colegio, entre los iguales. Las nuevas generaciones son fundamentales, ellas son el futuro y en su conducta, estas acciones deben desaparecer», sentencia.

Precisamente, casos como el de Patricia Fernández, de 19 años, son los que dan esperanza. Los que arrojan luz en la oscuridad. Son los jóvenes a los que Sandra Golpe hace referencia. Patricia vivió desde pequeña el maltrato al que su progenitor biológico (como ella quiere que se llame a su padre) sometía a su madre a diario, a ella misma y a su hermano pequeño. Cuando ella tenía 6 años, la paliza que recibió Sonia, su madre, fue brutal.

Pero su calvario no acabó una vez que su madre consiguió escapar de su maltratador ya que la Justicia les otorgó a sus progenitores la custodia compartida. Finalmente, a los 16 años ella consiguió que su madre consiguiera la custodia única. Estaba a salvo. A partir de ese momento comenzó su lucha. Escribió un libro a los 17 años, «Ya no tengo miedo», y a través Facebook montó una plataforma para que niños que estuvieran viviendo lo que ella soportó durante muchos años encontraran una ayuda. La página de esta red social tuvo un éxito enorme, así que en mayo de este año dio un paso más y montó la primera asociación para niños víctimas de maltrato. «Avanza sin miedo», que así se llama, gestiona ahora la ayuda a más de 20 niños y 6 profesionales (psicólogos, abogados...) trabajan con Patricia. «Cuando salí del infierno supe que lo que quería era ayudar a niños como yo o mi hermano. Los menores son conscientes de lo que ocurre en casa. Quizá no sabes ponerle nombre, pero sabes que algo raro ocurre. Vives bajo el miedo, la agonia, el terror. Todos los días estás alerta, no sabes qué va ocurrir. Me despertaba cada día con esta situación y yo pensaba que era lo que me había tocado vivir, que no había salida, que tendría que aprender a vivir así. Es mentira lo que dicen algunos de que hasta que no te peguen no eres víctima. El maltrato psicológico es el que queda grabado para siempre», explica Patricia. Ahora atiende a diario a numerosos niños que se ponen en contacto con ella por las redes sociales. Pero las comunicaciones no son sencillas. «Muchos de ellos están como estuve yo, en régimen de custodia compartida, y sólo podemos hablar con ellos cuando están con su madre. Yo ayudo a través de mi experiencia. Sé que cuando hablas con un psicólogo te sientes frío, distante. Si hablas con gente como yo, que lo ha vivido, te sientes más comprendido. Debemos empoderar a los niños víctimas de maltrato. Yo les digo que tienen el derecho a ser felices y les pongo mi ejemplo», apunta. Patricia perdió la confianza en el sistema. El hecho de que se le obligara a visitar a su progenitor a pesar de que éste estuviera condenado por maltrato la hundió. Yo me quejaba y no quería ir.

Le diagnosticaron el Síndrome de Alienación Parental, que no está avalado por la ciencia y desacreditado por el CGPJ. Le dijeron que su madre «malmetía». Pero a los 16 años se enfrentó a él después de que el maltratador le diera una foto en la que había algo escrito en donde reconocía la violencia ejercida sobre Sonia, su madre. «Dije hasta aquí y me enfrente a él. Se armó una muy grande. Estuvimos más de tres horas discutiendo hasta que llamé a la Policía, vinieron y se lo llevaron», explica. No se lo podía creer. Nunca más vería al maltratador. «Cuando terminé de escribir el libro sentí que había perdido el miedo. Eso sí, el dolor y la agonía se arrastran. Es cierto que ahora estoy bien porque de no ser así no podría estar haciendo esto. Pero es un proceso largo y te deja secuelas con las que debes aprender a convivir. Secuelas que incluso van apareciendo con el paso de los años», apunta.

Su libro fue su mejor terapia y es que la escritura es una herramienta fundamental. Para los escritores, una catarsis, y para los lectores, un modo de descubrir nuevas vidas y experiencias. Así lo resume Cristina López Barrio, abogada y finalista del Premio Planeta 2017 por su novela «Niebla en Tánger». Recuerda que en la literatura el maltrato siempre ha estado presente. Antiguamente como un mero hecho, como una parte más de la historia, y en la actualidad, con un enfoque de concienciación y ayuda a las víctimas. Por ejemplo, en el «Cantar del mio Cid» se puede ver un pasaje en el que las hijas del Cid son ultrajadas y arrojadas desnudas por los infantes de Carrión a modo de venganza contra su padre. Mujeres utilizadas como objeto. «Humillar a una mujer para herir al hombre. Para vengarse», matiza López. «En la literatura es fundamental la empatía, la relación del autor con sus personajes. Vivir lo que vive el personaje. Sufrir lo que sufre. Esto es algo que no se ve nunca en la figura de un maltratador, una persona incapaz de ponerse en la piel del otro», dice la escritora. La lectura tiene una fuerte carga educativa, de concienciación. Y para López es fundamental involucrar a los niños desde pequeños. «Es una cuestión de prevención. Desde que son pequeños hay que enseñarles el respeto a la libertad y a los derechos de otras personas, y que cuando una mujer quiera dejar a un hombre hay que respetarla. No se puede tolerar eso de mía o de nadie. También hay que enseñar a gestionar la frustración de que alguien a quien quieres no te quiera ya. Respetar su decisión y no herirla». El mal es un arquetipo literario, dice Lopez, y en el caso de la violencia machista, para ella supondría un reto ponerse en la mente de un maltratador. «¿Qué se le puede pasar a una persona por la cabeza para hacer eso?», reflexiona. La literatura es un arma social, por eso ha sido censurada y prohibida, porque moviliza y mueve conciencias. Las palabras invitan a reflexionar. Como le ocurrió a ella cuando cayó en sus manos el desgarrador relato de Mohamed Chukri, «El pan desnudo», o «Algún amor que no mate», de Dulce Chacón, que habla de una mujer que sufre maltrato «y es muy interesante ver cómo la mujer se culpa y busca en sí misma el origen del maltrato, y hasta se llega a preguntar qué hará para que la traten así». «El tema de los malos tratos interesa porque habla sobre un problema que nos atañe a todos como seres humanos. Para los que buscan sólo entretenimiento en la literatura les será incómodo. Pero la literatura tiene una responsabilidad social de tratar temas difíciles, poner nuestro grano de arena», dice la autora de «Niebla en Tánger», quien recomienda «Casa de Muñecas», de Ibsen, un libro que no pasa nunca de moda y que versa sobre los derechos de las mujeres.

Derechos que también reivindica Cristina Pardo, periodista todoterrreno convertida en una de las referencias de La Sexta por su trabajo en «Al rojo vivo». De hecho, será la estrella de la Nochevieja de esta cadena, donde la veremos hoy dando la bienvenida al año nuevo. Pardo, que no tiene pelos en la lengua y habla con claridad categórica, lamenta la falta de unidad y objetivos comunes entre las diferentes fuerzas políticas para erradicar este mal. «No se hace suficiente esfuerzo porque siempre se puede aspirar a más. Hasta hace muy poco, el maltrato se consideraba un suceso más, aislado, en lugar de una lacra social. Ese ha sido el error. Ahora parece que los políticos están un poco más concienciados», apunta la periodista. De hecho, esta semana se ha sellado el Pacto de Estado contra la Violencia de Género que, entre otros objetivos, compromete 200 millones de euros de inversión en el área de violencia de género para 2018. «Es muy significativo que, como se vio en el debate que Jordi Évole moderó con Inés Arrimadas y Marta Rovira, ninguna de las dos supo dar el número de víctimas de violencia machista en su comunidad. Realmente se les llena la boca a la hora de anunciar planes y dinero, que está bien, pero que es insuficiente», asegura Pardo. Ella hace hincapié en que la clave de este problema está en la educación: «Los jóvenes tienen que educarse en otro tipos de valores, de respeto y cercanía. Para mí el dinero no sirve para nada si no hay una orientación clara en qué tipo de políticas se quieren hacer o qué objetivos reales quieren conseguir. Además, hace una dura crítica a lo que ocurre entre las bambalinas de la política, cuando todavía se sigue haciendo humor con determinadas cosas. «Yo soy partidaria del humor, siempre y cuando todos sepamos qué es humor», sentencia.

«Se siguen relativizando muchas cosas, pasándolas por el filtro de la risa, y en este caos la línea es muy fina y hay que tener mucho cuidado», advierte. En su crítica a lo que desde los diferentes partidos se podría hacer y no se hace asegura que el problema no es la ideología sino la gestión de las prioridades de cada formación. «Hay tantas cosas sobre la mesa que dan palos de ciego. Éste debería ser un tema primordial. Planes se hacen y dinero se destina, pero al final lo importante es que los partidos estén unidos y sin matices en lo que se refiere a la violencia de género». La realidad es que siempre hay «peros», asevera. «Lo que es intolerable es que se asesine a una mujer y algunos politicos pasen de ello, sin pena ni gloria. Que lo salden con un tuit es intolerable», sentencia.

Las historias de mujeres matratadas son, por desgracia, muy numerosas. Una de ellas que ilustra la tragedia de este mal social es la de Bárbara. Hace tres años, esta mujer de 41 años y natural de Jaén dijo «¡basta!». Llevaba 28 años casada con el padre de sus dos hijos. Un persona que, según relata ella, «siempre tuvo un carácter fuerte, algo agresivo», pero ella estaba enamorada. Cuando empezó era muy joven, «y todo avanzó muy rápido». Comenzaron a salir en mayo ­–aunque ella en un primer momento le rechazaba– y en septiembre ya estaban viviendo juntos. Ella siempre notó que su actitud no era normal, su forma de control era exagerada, «pero lo achacaba a cosas mías», se decía ella. Pero no. Cuando nació su primer hijo, hace ahora 14 años, «cambió todavía más y la situación empeoró». Bárbara aún recuerda aquella noche «en la que me echó de casa. Estaba con mi bebé entre los brazos y me dijo que tenía la casa echa un asco, que no hacía nada y me sacó de mi hogar». Esta es una de muchas... Y desde entonces, ella se obsesionó: «Me daba miedo que se volviera a repetir la situación y en cuanto pensaba que se podía acercar me ponía a limpiar como una loca». Los insultos ya formaban parte de su forma habitual de comunicarse. Para él, ella no valía nada. «¡No sirves para nada, no sabes cocinar!», le decía a diario.

La situación se agravó cuando él perdió su trabajo en Badajoz, donde vivían los dos. Ella era feliz trabajando en una frutería, pero tuvo que dejarlo para mudarse con él a Madrid, donde su familia había comprado una farmacia. «El despido le volvió aún más violento, se enfadaba con mucha más facilidad». Su carácter posesivo buscaba terminar con la autoestima de Bárbara. El nacimiento de su segundo hijo tampoco mejoró las cosas y Bárbara cada vez estaba más indefensa porque sólo se dedicaba a ellos. No tenía dinero. Ahí fue cuando arrancó un tipo de violencia de la que se habla poco: la económica. «Cuando llegamos a Madrid, él decidió que debíamos tener todo en separación de bienes y compró la casa a su nombre. Me dejó sin nada, sin tarjeta». El problema es que Bárbara no tenía ningún valor que poner al suyo. Había dejado Badajoz con una mano delante y otra detrás. «Tenía que pedirle permiso para todo y nunca me quería dar dinero. Me sentía como una pobre de la calle». Por eso le encanta rememorar el día en el que, por fin, «pude pagarme un café. A muchos les parece una tontería», pero para ella fue clave. De las agresiones físicas prefiere hablar poco, sabe que las psicológicas son las que más huella dejan, aunque no aparezcan en los partes médicos. Sin embargo, de lo que no se olvida es de ese último año que tuvo que vivir con él mientras salía su juicio por divorcio. Ella nunca denunció: «Temía que en el momento que saliera del calabozo ­–en una de las tantas ocasiones en las que se lo llevó la Policía– viniera a por mis hijos». Pero mientras se tramitaba la separación «me intentó envenenar», dice rotunda. Durante ese tiempo, después de desayunar «siempre estaba cansada, aletargada, sin fuerzas». Poco después descubrió que «me echaba unas gotas parecidas a la dormidina en el té que tomaba para desayunar». Esos días fueron los más duros para Bárbara; adelgazó 25 kilos. Pero llegó el ansiado juicio y, con ello, la separación definitiva, que no significa que no se sigan viendo. «Nos dieron la custodia compartida y cada mes vivimos uno de los dos en la casa, con los niños, para que ellos puedan tener una vida estable», dice.

Gema Hassen-Bey, medallista paralímpica en la modalidad de esgrima, pionera no sólo en esta disciplina sino en cualquier reto que se le ponga por delante (acaba de subir el Teide en silla de ruedas y ahora se prepara para hacer lo mismo en el Kilimanjaro, quiere subrayar la difícil situación a la que se enfrentan las mujeres discapacitadas que además de verse impedidas son maltratadas. De hecho, una de cada tres mujeres con discapacidad, el 31%, asegura que ha sufrido o sufre algún tipo de violencia física, psicológica o sexual por parte de su pareja o ex pareja, más del doble que las mujeres sin discapacidad, que suman el 12,5%, según un informe de la Fundación CERMI Mujeres. «El miedo paraliza y esto hay que romperlo. Puedes alcanzar todas las cimas sin miedo. Tiene que haber amor pero no un amo. No se puede perder el amor propio. Esta es la clave», dice la deportista, que irradia positividad. «Cuando sufres un accidente y tienes una lesión medular necesitas ayuda para todo. Esa relación entre el que necesita la ayuda y el que presta esa ayuda debe establecerse desde la dignidad porque si no, ese es el inicio del maltrato. Cuando ya de por sí necesitas ayuda y el que te la presta es un maltratador es terrible. Además, ¡cómo lo va a denunciar si la persona maltratada depende de él para todo! Hay que dar visilidad a esta situación», apunta.

Una visibilidad necesaria que también indica Susana Martín, enfermera que durante ocho años ha tratado con pacientes que eran víctimas de violencia machista y que tenían miedo a expresarlo y reconocerlo. Las mujeres que sufren violencia de género presentan peores indicadores de salud al igual que sus hijos, mayor consumo de medicamentos y abuso de tranquilizantes», afirma. Algunas acuden al centro de salud sin síntomas físicos, otras sí presentan lesiones pero ofrecen un discurso incoherente. «Dicen que se cayeron por las escaleras, que se dieron con un mueble. Ahí debes percatarte de que algo no va bien y hacer que ella se dé cuenta y dé el paso de asumir su situación. Nosotros estamos para ayudarla a que lo haga», explica Susana.

«Hay que respetar los tiempos de la mujer. Es un proceso de acompañamiento y apoyo. No podemos tomar decisiones unilaterales, no podemos poner en riesgo a la mujer», insiste la enfermera. Uno de los casos que más recuerda es el de un matrimonio que fueron sus pacientes. Siempre venían juntos hasta que un día vino ella sola. Me dijo que tenía problemas con su marido. Que era violento y agresivo y que cada noche la obligaba a mantener relaciones sexuales. Empezamos a trabajar la situación y al final se terminaron separando. Me dejó marcada por lo que tiene de cosificación de la mujer. Debemos tener siempre los ojos abiertos para captar cualquier detalle», apunta Martín.

La formación de los profesionales es fundamental. Así lo afirma Rosa Monteserín, educadora social, que trabaja asesorando a mujeres desde el teléfono 900 100 009, la primera línea de atención para violencia de género. Pero antes de llegar aquí trabajó directamente con mujeres que requerían ayuda inmediata. Se desplazaba hasta sus hogares y las rescataba de los agresores. «Ahora es a ellos a los que la Policía se lleva de casa. Hay mujeres que llaman a nuestra línea de teléfono para pedir asesoramiento jurídico y psicológico, que se atiende desde el punto de vista jurídico y psicológico. He tenido un caso que ha sido bastante llamativo. Se trata de una madre con dos hijos menores que llevaba tres años separada. Ella vivía en Valencia pero cuando se decide separar, se muda a Madrid. Aquí se la asesoró y se la ayudó. Ella respetaba el régimen de visitas. Pero cuando a los tres años se echó un novio, el padre de sus hijos no lo toleró. Puso una demanda para solicitar la custodia sólo para él. El juez se la dio. Eso es violencia psicológica, celos. No quería que rehiciera su vida y decidió hacerle daño a través de sus hijos», explica Monteserín.

Vejaciones a la mujer por el simple hecho de ser mujeres. Una situación que según explica Antonieta Mendoza, activista política y madre del preso político venezolano Leopoldo López se vive a diario en las cárceles de su país. «Se maltrata a las presas, se las humilla, se usa el poder que sienten los carceleros para hacerlas daño. También con los familiares de los presos políticos. En varias ocasiones, cuando van a visitarles, obligan a desnudarse delante de los guardias que custodian la prisión. Es una humillación por el simple hecho de ser mujer», relata Mendoza. Además, esta activista destaca el machismo que todavía impregna la sociedad suramericana. «Hay leyes, pero no se cumplen. Existe total impunidad y esto es lo que más afecta. En Venezuela se ha profundizado en el maltrato. La mujer es valiente y lucha pero no hay un Estado fuerte que las proteja. Los asesinos tienen impunidad», dice. «Todavía hay muchas mujeres que sufren en silencio porque no se atreven a dar el paso. Atacar a una madre es atacar al sostén de la familia»,añade.

Precisamente sobre esa impunidad insiste Elena Fletés, abogada experta en violencia de género y que se pasa media vida en los juzgados de Manuel Tovar. Recuerda el caso de una de sus clientas. Una ama de casa que era vejada por su marido. Estaba enferma de cáncer y las agresiones eran constantes. «Conseguimos que le condenaran por maltrato, pero a ella le concedieron la pensión compensatoria sólo por un año. Era una mujer de 55 años sin cualificación profesional. No tenía nada de dinero y dificultad para entrar en el mercado laboral. Pero ella decidió no seguir el proceso judicial y solicitar más, lo único que quería era acabar con él. Ese era su único objetivo», explica Fletés. Según señala esta experta jurista, la situación que más se repite entre las clientas es el miedo a que encarcelen a su marido. «Muchas se echan atrás porque dicen que no quieren que su esposo vaya a la cárcel, que qué va a pasar con él. Es decir, se preocupan más del maltratador que de ellas, que están siendo golpeadas o vejadas. Es terrible, están sometidas a un régimen de terror del que no pueden salir y se sienten culpables de que su marido vaya preso. Por eso, muchas acaban retirando la denuncia», dice la abogada. Desde su punto de vista, la Justicia debería de ser más ágil y aligerar la burocraia. «Muchas de ellas desisten una vez que se encuentran con tanto papelo. Esto debería de evitarse», apunta.

¿Y si repasamos el guión en mi hotel? Bien podría ser ésta una proposición inocua, pero tras ella puede esconderse una mala intención. La actriz Lola Baldrich así lo relata. Ella nunca ha sufrido una situación de maltrato o acoso en su ámbito laboral, pero sí es consciente de que existen. «Para conseguir un papel en el show businnes la barrera es muy frágil y pequeña. Hazte mi amiga o ven a cenar conmigo y así lo tendrás más fácil es algo que ocurre. Hay que poner límites», dice. Por eso, ella insiste que precisamente desde el mundo del arte se debe prestar especial atención a este asunto. Ella participó en una obra «micro» que versaba sobre el maltratro y afirma que en varios de los «off» hay obras sobre la materia. «Nosotros somos una fábrica de denuncia y de creatividad. Puede que haya algún espectador más receloso a que se refleje una realidad dura, pero hay que hacerlo, es nuestra obligación», asevera. «Nadie tiene que someterte, chantajearte, abusar de ti por ser mujer. Lo primero es la dignidad, ese mensaje debe ser claro», asegura.

Uno de los grandes desafíos que queda por delante para ganar en eficacia real, palpable, en la lucha contra la violencia de género es tratar de implicar a toda la sociedad. «Me da rabia cuando matan a una mujer y dicen: ‘‘¿y la Policía? ¿No han hecho nada?’’ Seguramente hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano pero ¿qué pasa con ese familiar, con ese compañero, ese profesional que, sabiéndolo no lo denunciaron? Todos somos responsables y es importantísimo que tomemos conciencia real de eso». Habla Elena Palacios, inspectora jefe de la Policía Nacional que lleva casi 20 años trabajando con este tipo de víctimas desde esta institución, pionera, precisamente, en concienciar sobre la importancia de la denuncia, de contarlo. Lleva muchos años implicándose en la coordinación con el resto de actores con los que puede tener contacto una víctima, desde juzgados y fiscales donde una mujer puede ir a denunciar, hasta servicios sociales, consulados, ONGs, centros asistenciales o educativos...

«Es vital que sea quien sea el primero que lo detecte, nos lo comunique». Por eso es tan importante sensibilizar a toda la sociedad: «Al profesor, al médico, al familiar, al amigo y a la vecina, que son quienes están a diario con la víctima y se enteran mucho antes que nosotros. Hay que ser “chivatos” porque en este tema, siempre es mejor pasarse al alza que a la baja».

Una realidad preocupante es el aumento de la violencia machista entre menores y adolescentes. Al igual que podríamos decir que no hay más violencia de género en adultos, sino que está mucho menos silenciada, en los menores sí está creciendo esta cultura machista y la normalización de controlar la ropa o el móvil de esos primeros «amores» adolescentes. Parece evidente que aquí la responsabilidad está en los padres y en el modelo educacional. «Hemos fallado en valores y en educar en el respeto y la igualdad. Estos comportamientos violentos en los menores sí son preocupantes», sostiene la inspectora. Actualmente en España hay algo más de 54.000 casos en seguimiento. De esos, 27.000 tienen riesgo no apreciado y no más de una decena de riesgo extremo. A cada nivel de riesgo va asociado una serie de medidas cautelares policiales concretas pero a todas las víctimas, incluidas las de «riesgo no apreciado», se les realiza un seguimiento específico, asignado a un agente concreto y se le elabora un plan personalizado de autoprotección, donde se implica la víctima y personas de su confianza. No existe un perfil tipo ni de maltratador ni de víctima. «Cualquiera puede ser víctima o agresor, puede pertenecer a cualquier ámbito o nivel cultural, religión o raza... Es un problema global», zanja Palacios.

Un problema al que desde todos los niveles sociales se deben redoblar los esfuerzos, la visibilización. Ellas deben perder el miedo y su entorno favorecer, fortalecer el empoderamiento de la mujer en el siglo XXI. Una lucha que nos toca a todos de cerca. Nadie debe cerrar los ojos ante la injusticia. Denunciar y protejer es la clave para atajar esta lacra. Que en 2018 no haya más víctimas de violencia de género. Un reto necesario.