Ciencias humanas

¿Por qué no podemos dejar de comer?

Un nuevo estudio ha identificado las células neuronales responsables del apetito hacia las proteínas.

La ingesta de comidas azucaradas o con mucha grasa activa el mismo circuito cerebral de recompensa y placer que las drogas
La ingesta de comidas azucaradas o con mucha grasa activa el mismo circuito cerebral de recompensa y placer que las drogaslarazon

Un nuevo estudio ha identificado las células neuronales responsables del apetito hacia las proteínas.

La ciencia sigue buscando, sin éxito, las razones de nuestro apetito descontrolado.

Nuestros abuelos decían que comíamos con los ojos, más que con la cabeza. Era una forma popular y muy acertada de decir que esa sensación de hambre que de vez en cuando nos asalta y nos impulsa a correr a la nevera a por lo primero que pillemos es irracional. Realmente es el cerebro el que debe regular nuestra saciedad o la ausencia de ella, el que debe dictar cuánto y cuándo comemos.

Nuestros abuelos tenían razón. Y estarían la mar de satisfechos al leer el resultado de una investigación publicada esta semana por científicos del Instituto Nacional de Enfermedades Neurológicas de Estados Unidos en la revista «Science»: la identificación, por primera vez, de células neuronales responsables del apetito hacia las proteínas. Lo han hecho, de momento, en moscas de la fruta; pero ya se sabe que la mosca de la fruta y el ser humano compartimos más de lo que creemos.

Para entender cómo se genera la necesidad de comer proteínas, los científicos tuvieron durante una semana a sus moscas a dieta. Les impidieron comer levadura (que es su principal fuente proteínica). Después de ese periodo, descubrieron que las mocas se lanzaban como locas a las fuentes de levadura y despreciaban cualquier azúcar procedente de la fruta madura (su otro manjar preferido).

Utilizando avanzadas herramienta genéticas, el equipo de investigación fue capaz de descubrir un circuito neuronal específico, un grupo de células en el cerebro, que controlan la conducta de búsqueda de levaduras y se activa cuando más hambrienta de proteínas esta la mosca. Si se estimulaba ese circuito, los animales comían más levadura de lo normal. Si se inhibía, comenzaban a preferir el azúcar.

Lo más curioso es que las células del hambre no sólo se activan o desactivan en función de la sensación de saciedad, sino que cambian de forma. Estas modificaciones son duraderas: es decir, que una vez se ha producido la necesidad de buscar proteínas, el animal sigue necesitando sobrealimentarse aunque ya haya consumido. ¿Será así cómo se activa el círculo vicioso del hambre descontrolado también en seres humanos?

Según este estudio, las células encargadas de regular el deseo de azúcar no funcionan igual: se activan y desactivan más rápidamente, en función del consumo real. Pero, de algún modo, la necesidad de proteínas funciona como una pequeña dictadura celular, incluso cuando ya se han comido dosis suficientes.

Este dato es importante porque la cantidad de proteínas ingerida modifica el aporte calórico de una dieta, así que puede ser vital para el éxito de las estrategias de control del peso.

Según los datos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), la obesidad ha crecido de manera alarmante en los últimos años en nuestro país. A día de hoy, uno de cada seis adultos españoles y tres de cada seis niños sufren sobrepeso. ¿Cuál es la razón de nuestros problemas de peso? ¿Por qué no podemos parar de comer? ¿Tienen algo que enseñarnos en ello las moscas de la fruta?

Desde hace tiempo se indaga en animales para entender por qué ellos no suelen padecer obesidad. Sabemos, por ejemplo, que en los mamíferos hay una zona del cerebro, el hipotálamo, que gestiona toda la información –interna y externa– relacionada con la alimentación. Controla desde los niveles hormonales y de nutrientes en sangre, hasta si estamos en una etapa de reposo o de gasto energético. También tiene en cuenta otras variables, como el momento del día y del año en el que estamos, la situación del ciclo reproductivo, etc. Porque para los animales la forma de conseguir alimento varía mucho en función de la época. Esto también le ocurría al hombre antes de que existiera el frigorífico. Pero hoy, contamos con alimentos a nuestro alcance a cualquier hora, en cualquier día del año... y la maquinaria se descompensa.

Parte de la culpa de esa descompensación es el cambio que hemos producido artificialmente en nuestra microbiota intestinal. Algunos microorganismos, como las bacterias «christensenellaceae», parecen estar presentes en el aparato digestivo de aquellas personas que pueden comer prácticamente sin límite y no engordan. Si embargo, otras bacterias (se cuentan por cientos) son causantes de la sensación de apetito permanente que padecen algunas personas con tendencia a la obesidad.

Pero si hay algo que definitivamente interviene en nuestra tendencia a asaltar el frigorífico a cualquier hora es la salud emocional. Según varias investigaciones, la ingesta de comidas azucaradas o con mucha grasa activa el mismo circuito cerebral de recompensa y placer que las drogas, comer parece que nos ayuda a anestesiar las emociones desagradables, al menos a corto plazo.

Nuestra vida contemporánea nos impide acoplar diferentes tipos de hambre a los horarios de comida. Solemos «volver loco» al sistema de control cerebral todos los días. Ese desequilibrio puede que sea la base de nuestros desajustes alimenticios y de que, con el paso del tiempo, generemos sensación de apetito casi a todas horas. La solución no es sencilla y aún está lejos. Quizá las moscas de la fruta nos hayan ayudado a entenderlo un poco mejor.