Policía

«Si quieres volver a ver a tu marido consigue el dinero ya»

Abel, el día del bautizo de su hija
Abel, el día del bautizo de su hijalarazon

Mañana comienza el juicio por el secuestro de Abel, que pasó seis días encerrado en un galpón de Galicia

El teléfono sonó tres veces antes de que María lo descolgase. “¿Hola?”, preguntó con voz temerosa. “Esta es la última oportunidad que tiene mamasita”, le dijo una voz anónima con acento mexicano. “Tu esposo va a morir. Tú estás haciendo caso a la policía y a cuatro babosos y se va a morir tu marido. Si quieres volverlo a ver con vida consigue el dinero ya o está muerto para mañana. La próxima vez te voy a mandar un pedazo suyo”.

La conversación, de una enorme violencia, apenas dura unos segundos y podrá escucharse íntegramente a partir de mañana en la Audiencia Provincial de Coruña. En esa fecha comienza el juicio contra los secuestradores de Abel, un empresario de la zona, al que tuvieron retenido durante seis días en una chiscón para cerdos y al que la Guardia Civil, tras una investigación contra el reloj, liberó el día en que probablemente le iban a descerrajar un tiro en la nuca.

LA RAZÓN ha tenido acceso al sumario de la causa, lo que permite construir un relato de lo que ocurrió durante aquellos días llenos de tensión y miedos. “El 19 de enero de 2014 quedé con unos clientes a los que no conocía. Era un trato de unos montes”, relata Abel. Les siguió con el coche y en un lugar sin testigos le obligaron a frenar y bajar del vehículo. “Se me acercó uno de ellos muy sonriente y me hizo un gesto con los ojos para que mirase hacia abajo. Me había puesto el cañón de una pistola contra el pecho. Le pregunté qué hacía y empecé a forcejear, pero llegaron otros compinches y me golpear en la cabeza con un arma.

Persona equivocada,

"Colabora, esto no es contigo", me dijeron. "Es con tu hermano, pero viniste tú y te trincamos a ti". Me arrearon tan fuerte que casi me dejan sin sentido. Entonces me ataron con bridas de pies y manos, me taparon la boca con cinta aislante y me cubrieron la cabeza con un gorro de lana para que no viese”, cuenta en su declaración. Terror y adrenalina bombeaban su corazón a toda velocidad. Con las pulsaciones disparadas notó como lo metían en el maletero del coche y arrancaban.

Abel pudo haberse quedado paralizado por el pánico, hubiese sido hasta lógico, pero él no, él logró vencer el miedo que le invadía y pensó en como lograr escaparse. Desde el maletero desmontó los faros de detrás y quitó las bombillas. “Pensé que a lo mejor los paraba alguna patrulla si veían una irregularidad”, explicó. Logró hasta abrir el maletero en dos ocasiones. “La primera hice gestos a unos viandantes, pero no me vieron. El conductor bajó y me volvió a cerrar. La segunda vez que logre abrir el maletero, paró y me dijo: "Ya me tienes hasta los huevos. Te voy a matar hijo de puta, hijo de la chingada"y comenzó a pegarme golpes por todo el cuerpo. Cuando volvieron a arrancar ya no me atreví a hacer nada”, reconoce.

Abel es incapaz de calcular el tiempo que estuvo encerrado en el coche, pero cada segundo se le hizo eterno. Al llegar al lugar del cautiverio le obligaron a bajar. Gritos y golpes le aturdían por igual. “Yo sólo les suplicaba que no me mataran, que me dejaran vivir, que pensaba colaborar. Ellos se reían y me escupían amenazas: «Eso es lo que tenemos que hacer, pegarte un tiro en la nuca. ¿Cuánto vale tu vida?», me preguntaron. Les dije que no sabía. «Vale 70.000 euros. En cuanto los tengamos te dejaremos ir»".

Contacto telefónico

Tras varios intentos, los secuestradores consiguen ponerse en contacto por teléfono con María, la mujer de Abel.

- Secuestrador: “¿Quién eres?”.

- María: “La mujer de Abel”.

- S: “Espera que te habla él”.

- Abel: “María, ¿por qué no pagaste?”.

- P: “¿Qué es lo que hay que pagar?”.

Abel mira a sus secuestradores y les pregunta: “¿Pero como va a pagar si no le dijisteis cuánto dinero?”. Al final le comunican que la libertad de su esposo vale 70.000 euros, en efectivo, billetes de 50, en una mochila y sin que haya policía.

María, con buen criterio, denuncia lo que está ocurriendo ante la Guardia Civil y se forma un equipo conjunto entre miembros de Coruña y los especialistas en secuestros de la UCO de Madrid.

Uno de los datos que los captores habían dado a María había sido que se habían equivocado de persona, pero les daba igual. El verdadero objetivo de su plan criminal era haberse llevado al hermano de Abel. Los investigadores lo interrogaron. Querían saber quién podía tener motivos para quererlo secuestrar y exigir una suma tan elevada de dinero por su liberación. Se plantearon decenas de posibles candidatos. Uno al que debía mil euros, otro con el que había discutido, alguno más que lo miraba mal...

Todas las líneas de investigación se exploraron hasta que, de repente, el hermano se acordó de un señor mayor, ya fallecido, que años atrás había ido a la empresa a quejarse a voces de que le debía 12.000 euros de una tala de eucaliptos. Cotejaron su nombre con el titular del teléfono desde el que se había hecho la llamada y ¡bingo! El móvil había sido usado hace años por el hijo. Contado así, parece fácil, pero el secuestrador había tenido la “prudencia” de haber denunciado que se lo habían robado varios años antes. En la base de datos este individuo tenía antecedentes por agresión sexual, lesiones, resistencia y desobediencia, robo con violencia, tenencia ilícita de armas y cohecho.

Mientras las pesquisas avanzaban a un ritmo frenético, los secuestradores aumentaban la violencia de sus amenazas. María les ofreció 40.000 euros. “Es todo lo que he conseguido reunir”, se justificó. “Son 70.000 euros o la próxima vez le envío sus dedos”.

Hubo más conversaciones e intercambio de mensajes. La mujer de Abel, con extraordinario aplomo, exigió que le demostrasen que su esposo seguía vivo. Uno de sus captores, en un arrebato fue hasta la casa de la mujer. Para pasar desapercibido, se hizo el borracho. Caminaba tambaleándose. Así logró colarse en el portal del bloque de viviendas, echar una carta en el buzón de Abel y sin ninguna prudencia subió al domicilio a por los 40.000. Llamó al timbre varias veces, pero María asustada, no se atrevió a abrirle. La frustración del secuestrador hizo que amentaran las amenazas. “Si no resuelve lo del dinero, mañana será usted viuda. Guarde los 40.000 para el funeral. O paga todo o le mando un mensaje para que recoja el cadáver de su marido. Último aviso”.

La última amenaza coincidió con que los investigadores de la Guardia Civil lograron identificar el lugar donde estaba retenido Abel. En mitad de la madrugada asaltaron la casona y, sin un solo disparo, detuvieron a los secuestradores y liberaron al marido de María, que aturdido pensó que lo iban a matar. No fue hasta que escuchó la frase: “Tranquilo, somos de la Guardia Civil”, que respiró aliviado.

“Pongo mi vida en tus manos”

Durante el secuestro, el jefe de los captores obligó a Abel a escribir una carta con la intención de obligar a su mujer a pagar rápidamente. Este es un extracto de esa misiva que dice así: “Querida María, aquí me tienes tirado en un colchón, sin comer ni beber. Al igual que te escribía cartas de amor diciéndote cosas dulces, te escribo para suplicarte que saques ese carácter que tú tienes por mí. Pongo mi vida en tus manos. ¿Qué problema hay para conseguir los 70.000 euros? Te amo María”.

El nombre de su hija, en honor de la Benemérita

Un año después de ser liberado nació su hija. La llamó Victoria, por el triunfo de la Benemérita al rescatarle, y Pilar, en homenaje a la patrona del cuerpo. Al bautizo invitó a los investigadores que lograron rescatarle con vida. “Les debo todo”, reconoció emocionado.