Trasplantes

Veinte años con un latido prestado

Miguel Ángel recibió prestado el de un joven madrileño que tenía su misma edad, 20 años. «No lo sentí como algo ajeno, pero mi latido cambió», reconoce. Le costó adaptarse porque «creía tener una deuda con la sociedad»

Desde que se realizó en España el primer trasplante con éxito, 8.000 personas se han beneficiado, entre ellos M. Ángel
Desde que se realizó en España el primer trasplante con éxito, 8.000 personas se han beneficiado, entre ellos M. Ángellarazon

Miguel Ángel recibió prestado el de un joven madrileño que tenía su misma edad, 20 años. «No lo sentí como algo ajeno, pero mi latido cambió», reconoce. Le costó adaptarse porque «creía tener una deuda con la sociedad».

Miguel Ángel es de Bilbao, pero se siente un poco gato, tal vez incluso algo catalán. Y es que fue en Madrid, hace 29 años, cuando «renació» gracias al trasplante de corazón que le hicieron en el Hospital Puerta de Hierro de la capital con el órgano de otro joven de su misma edad entonces –20 años– que había fallecido en la Ciudad Condal, por una pelea. «Es lo que les oí decir a los médicos mientras me preparaban, que el órgano llegaba de Barcelona, de un chico que había muerto por un derrame cerebral después de una pelea». No quiso saber más, sólo pudo agradecerlo en su interior. El joven fallecido había obrado su milagro, o como le gusta decir a Miguel Ángel una «maravillosa casualidad».

Unos meses antes, sin que ningún médico fuera capaz de explicar el origen, este joven vasco desarrolló un proceso vírico. Así, sin más. La mayoría de esos primeros trasplantes que se realizaron en nuestro país a mediados de los años 80 se hacían a personas con algún tipo de cardiopatía, pero a Miguel Ángel, que siempre había sido un chico muy aficionado al deporte, el corazón le empezó a fallar, y «en unos meses desarrollé una miocardiopatía dilatada». Su músculo cardíaco se debilitó, dejó de bombear la sangre a la velocidad que lo había hecho antes, que su cuerpo de 20 años le exigía. Y la dolencia, con el paso del tiempo se fue agravando. «Sólo nos quedaba el trasplante como opción y entré en lista de espera cuando me trasladaron a Madrid, porque aquí ­(en referencia a Bilbao) no se hacía la operación». El ansiado órgano no llegaba y Miguel Ángel entró en coma. No se había cumplido ni un año desde que el virus entró en su cuerpo. Estuvo un mes esperando en el hospital, mientras su bomba de redistribución de sangre se iba agotando. Sólo le funcionaba un dos por ciento del corazón defectuoso y, mientras los médicos hablaban con sus padres para arreglar los papeles del traslado de su cuerpo casi sin vida al País Vasco, llegó esa única oportunidad de salir adelante.

Le hicieron un cateterismo para ver la situación de su órgano y de su cuerpo. Estaba empezando a agotarse, a producirse un fallo multiorgánico y los facultativos le mantenían con vida con un contrapulsador aórtico. Bombeaban su corazón de forma manual, a la espera de que llegara el nuevo.

Miguel Ángel se acuerda muy bien de los tiempos: «Era el puente de Todos los Santos, así que yo creo que en algún momento yo subí y volví a bajar. Algo así como una resurrección», recuerda ahora con cierto humor. De las más de cinco horas de operación no se acuerda. Y es que en esos años, sólo en suturar podían tardar hasta 50 minutos. Era toda una odisea.

En España, el primer trasplante cardíaco se realizó en mayo de 1984. Los cirujanos Josep María Caralps y su ayudante Josep Oriol Bonín, lo realizaron en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. Fue un éxito, pero por otras complicaciones el paciente sobrevivió nueve meses. Ese mismo corazón es el que le podía haber llegado al burgaleño Francisco Delgado que lo recibió de otro donante meses más tarde. «Dudé mucho si dar el paso o no. Algunos me llamaban loco, pero ahora, 32 años después, que me planteo la posibilidad de un nuevo trasplante, no lo dudo», explica a LA RAZÓN desde su cama del hospital. Y es que, «el órgano también se deteriora», afirma. Cuando recuerda cómo fue todo el proceso aún se emociona, siente orgullo.

Miguel Ángel siente algo así como una «deuda social». Cuando por fin se pudo quitar todos los cables que le rodeaban y despertó, le preguntaron: «¿Sabes que te han trasplantado?». Él se llevo la mano al pecho. Desde ese momento algo cambió en su interior. «No es que sientas algo ajeno, como se dice en muchas películas, pero sí que cambió mi latido. Se hizo más fuerte». Tanto es así que, hasta hace unos años, él siempre dormía de lado derecho. «Si lo hacía sobre el izquierdo, los latidos los sentía en la boca. Es una sensación extraña», reconoce.

Por las fechas de su intervención, al joven le dejaron ir a su casa a celebrar la Navidad. Eso sí, el 26 tuvo que volver a ingresar. «Tuve un pequeño rechazo» que no duró más de unos días. «El 2 de enero de 1989 me dieron el alta y desde entonces no he vuelto», dice orgulloso.

Cuando después de la operación llegó a casa, sólo tenía una idea en la cabeza: «Fue como una sensación de que me habían dado una prórroga, que vivía de prestado». Y, por ello, su único objetivo era cuidar ese órgano lo máximo posible y evitar que sus seres queridos sufrieran. «Por eso dejé a mi novia, no quería que viera cómo me agotaba». Tardó en adaptarse a la nueva situación y estuvo más de diez meses sin salir de casa, aunque el deporte nunca lo abandonó. «Decidí que mi cuerpo debía ser mi templo y me centré en llevar una buena alimentación, dormir bien y hacer el deporte que pudiera». Abandonó tanto el trabajo como los estudios. En su mente, su vida tenía fecha de caducidad, por eso él sólo quería alargarla lo máximo posible.

Hasta que el deporte, en especial los juegos de raqueta, le llevaron a participar en torneos de trasplantados. Allí «me di cuenta que la gente como yo tenía familia, hijos, llevaban vidas completamente normalizadas». Y ahí su cabeza hizo «clic». Comenzó estudios relacionados con la educación física y, desde entonces, se ha dedicado a trabajar en centros de rehabilitación y a seguir una de sus grandes pasiones: el baloncesto. «Sigo ejerciendo como entrenador de varios equipos nacionales», subraya.

También cambió de idea con respecto al amor y hace más de 15 años conoció a la que ahora es su mujer y que le cuida especialmente bien: «Es enfermera y eso es un plus para un trasplantado», dice con guasa. Lo único que no ha podido cumplir es el deseo de ser padre, la medicación que debe tomar de por vida no se lo ha permitido. «Los fármacos inmunodepresores, para evitar el rechazo del trasplante, son muy fuertes y yo los llevo tomando 30 años. Además, afectan a la fertilidad», explica.

Miguel Ángel, además de los controles mensuales que se realiza, regresa cada tres años al Puerta de Hierro. Allí le hacen un cateterismo para ver qué tal va es órgano «prestado». «El último me lo hice hace unos meses y el médico me dijo que estaba impresionado de lo bien que estaba, mejor que el de muchos hombres de mi edad (tiene 49 años) sin trasplantar». Y es que al final sí que ha conseguido hacer de su cuerpo un templo.