Crimen de Asunta

«Yo no maté a mi hija. A mí no me estorbaba»

Rosario Porto durante la tercera jornada de juicio. Detrás, Alfonso Basterra
Rosario Porto durante la tercera jornada de juicio. Detrás, Alfonso Basterralarazon

La madre de Asunta, que reveló su infidelidad conyugal frente al juez, vio las imágenes del cadáver de la niña en la pista forestal. Alfonso Basterra declara hoy.

Durante cinco horas estuvo el fiscal intentando acorralar a Rosario Porto, siempre al ataque. Unas veces le lanzaba preguntas como puñetazos, directos al mentón, otras con subterfugios, en forma de trampa oculta bajo la hojarasca. La madre de Asunta aguantó, esquivó los golpes y evitó las zancadillas durante el juicio por el crimen de la pequeña. Al terminar el interrogatorio, después de 300 minutos, el fiscal, triunfante, anunció que la imputada había caído en dos contradicciones. La primera tiene que ver con el romance que mantuvo con un hombre mientras estaba casada con Alfonso. Basterra lo descubrió a principios del año 2013 y ardió en celos. Meses después, cuando ella cayó enferma, el padre de su hija acudió a cuidarla al hospital, pero le impuso un ultimátum: si quieres que te atienda no puedes volver con él. A esta condición se refirió Rosario Porto durante su declaración nada más ser detenida, hace ya dos años. Durante el interrogatorio de ayer habló de «transacción», «en la que cada uno tenía que poner algo de su parte». El fiscal, seguro de sí, denunció que Rosario había negado el pacto que reconoció en el pasado. «En su día dijo ‘‘condición’’. Establecieron un pacto», explicó el fiscal. «Era una condición implícita. Si quiere llamarlo ‘‘pacto’’, llámelo como usted quiera, pero el sentido es el mismo», respondió Rosario. El magistrado presidente tuvo que darle la razón: «No aprecio la contradicción». El fiscal Fernández destacó la segunda: «En la primera declaración la señora Porto dijo que su hija le confesó que Alfonso le había dado polvos blancos. Ahora no ha asegurado lo mismo». Rosario, con voz lastimera trató de salir al paso: «No le puedo responder, no me acuerdo de si me lo dijo o no».

El momento más tenso vivido durante el interrogatorio ocurrió cuando se exhibieron las imágenes del cadáver de Asunta en la pista forestal de Cacheiras. El fiscal la obligó a mirarlas. Rosario lo hizo, bajó la cabeza y sollozó en silencio. Retiró la mirada durante un buen rato. Hasta que al final respondió a las preguntas. «Estas cuerdas naranjas, ¿las reconoce usted?», preguntó el representante del Ministerio Público refiriéndose a las que se encontraron junto al cuerpo sin vida. «¿Cómo quiere que las reconozca si yo no estuve allí?», respondió airada. Era la primera vez que levantaba la voz. «Perdone», dijo a continuación, «pero en este tiempo en prisión las presas a las que he conocido, algunas rurales, me dicen que esas cuerdas están en todas las casas de campo».

A pesar de ello, el fiscal insistió: «Aunque los expertos no saben decir si las cuerdas del lugar del crimen son las mismas que las que se localizaron en la finca de Rosario Porto, quiero que se las enseñen al jurado para se formen su propia opinión». Protestó el abogado de la acusada, esgrimiendo que si los científicos son incapaces de establecerlo, cómo iba a poder hacerlo el jurado. Aún así, el magistrado presidente permitió que comparasen ambas cuerdas.

La madre de Asunta comenzó el interrogatorio nerviosa. Movía una botella entre las manos, le temblaban y agitaba rítmicamente la pierna. Con el paso de las horas fue ganando en confianza. Su tono, aunque lastimero y a veces roto, fue ganando en seguridad. Tras un receso para comer, la acusación popular trató de arrinconarla, esgrimiendo hasta cuatro contradicciones más. El magistrado las valoró y determinó: «En tres de ellas no aprecio la contradicción. En la cuarta, sí». En la investigación, la madre de Asunta habló de que el episodio en el que un desconocido se coló en su casa y abordó a la niña ocurrió entre las dos y las tres de la madrugada. Ayer dijo que entre las cuatro y las cinco. Se le preguntó al respecto. «Pues lamento si he dicho otras horas. Ustedes pretenden que diga al minuto lo que ocurrió y ¡es que no me acuerdo de todo! Lo intento, pero no lo consigo. A lo mejor fue a las tres. No lo sé».

Tras las preguntas inocuas de la abogada de Alfonso Basterra, tomó la palabra el letrado de Porto, José Luis Gutiérrez Aranguren. Arrancó con dureza: «¿Mató usted a su hija?». «No, no lo hice», respondió su cliente. «Se lo pregunto porque, después de ocho horas aquí, nadie le ha cuestionado al respecto y de esto trata el juicio, de si usted asesinó a su hija». «No, no lo hice», repitió la madre de Asunta.

Durante la vista se produjeron episodios extraños. En un momento de silencio prolongado, Rosario habló de repente: «Oigo voces». El público quedo boquiabierto. ¿Qué estaba diciendo? Al final se aclaró que escuchaba cuchichear a las personas que había detrás de ella y la despistaban. En otro momento, hizo referencia a la Pantoja, recordando que su madre la comparaba con ella. Curiosidades aparte, Rosario Porto quiso dejar claro que no sólo no asesinó a su hija, sino que el móvil con el que se ha especulado es falso: «A mí, digan lo que digan, mi hija no me estorbaba. Tenía dinero suficiente para mandarla al extranjero o cederle la custodia al padre, que me la pedía».

El interrogatorio de Rosario terminó cerca de las siete de la tarde. ¿Y qué hizo Basterra durante todas esas horas? La mayor parte del tiempo estuvo ausente, como si no fuera con él lo que ocurría en la sala. Sólo se mostró molesto cuando Rosario reconoció haberle sido infiel con otro hombre. Entonces negó con la cabeza en señal de desaprobación y se tapó la cara con las manos. Hoy por la mañana le tocará responder a él.